Oh Señor, por la mañana escuchas mi voz; de madrugada ante ti me presento y me quedo esperando. (Salmo 5:3)


Uno de mis temas favoritos es la productividad personal; es decir, de qué modo podemos utilizar mejor nuestro tiempo. Al fin y al cabo, nuestro tiempo es nuestra vida, pues la misma está compuesta de tiempo;  de hecho, tiempo y vida serían claramente sinónimos. Un gran número de especialistas en el campo del autoliderazgo coinciden en afirmar que la forma en que comenzamos el día determinará, en buena medida, cómo la viviremos. Marcará el ritmo, los énfasis, el sentido, la dirección y el propósito. 

No deja de ser significativo que el salmista nos invite a comenzar el día con un encuentro con Dios. Intencionalmente yendo ante su presencia para comenzar el día ubicándonos a nosotros mismos con relación a Él, a nosotros mismos y a nuestro prójimo. Comenzar el día pidiendo, nuevamente de forma intencional, que nos ayude a vivir esa pequeña unidad de tiempo alineados totalmente con su voluntad, uniéndonos a su deseo de bendecir un mundo caído y añadiendo valor con nuestras obras de amor, justicia y misericordia a todo aquel con quien interactuemos. 

Necesitamos de forma desesperada ese encuentro diario con Dios; de lo contrario, comenzamos la jornada atrapados por la vorágine del día a día, con sus presiones, demandas, exigencias y sin haber tenido la oportunidad, como indicaba anteriormente, de habernos alineado con Dios. Personalmente amo ese tiempo temprano en la mañana en que me encuentro con el Señor y trato de escuchar su voz. Soy animal madrugador. Sin embargo, lo que defiendo aquí es el fondo -encontrarnos periódicamente con el Padre para escucharlo y alinearnos con Él- y no la forma -hacerlo por la mañana, la tarde o la noche- pues entiendo que cada persona tiene sus propios ritmos.


¿Cuál es la frecuencia de tu encuentro con Dios?



Oh Señor, por la mañana escuchas mi voz; de madrugada ante ti me presento y me quedo esperando. (Salmo 5:3)


Uno de mis temas favoritos es la productividad personal; es decir, de qué modo podemos utilizar mejor nuestro tiempo. Al fin y al cabo, nuestro tiempo es nuestra vida, pues la misma está compuesta de tiempo;  de hecho, tiempo y vida serían claramente sinónimos. Un gran número de especialistas en el campo del autoliderazgo coinciden en afirmar que la forma en que comenzamos el día determinará, en buena medida, cómo la viviremos. Marcará el ritmo, los énfasis, el sentido, la dirección y el propósito. 

No deja de ser significativo que el salmista nos invite a comenzar el día con un encuentro con Dios. Intencionalmente yendo ante su presencia para comenzar el día ubicándonos a nosotros mismos con relación a Él, a nosotros mismos y a nuestro prójimo. Comenzar el día pidiendo, nuevamente de forma intencional, que nos ayude a vivir esa pequeña unidad de tiempo alineados totalmente con su voluntad, uniéndonos a su deseo de bendecir un mundo caído y añadiendo valor con nuestras obras de amor, justicia y misericordia a todo aquel con quien interactuemos. 

Necesitamos de forma desesperada ese encuentro diario con Dios; de lo contrario, comenzamos la jornada atrapados por la vorágine del día a día, con sus presiones, demandas, exigencias y sin haber tenido la oportunidad, como indicaba anteriormente, de habernos alineado con Dios. Personalmente amo ese tiempo temprano en la mañana en que me encuentro con el Señor y trato de escuchar su voz. Soy animal madrugador. Sin embargo, lo que defiendo aquí es el fondo -encontrarnos periódicamente con el Padre para escucharlo y alinearnos con Él- y no la forma -hacerlo por la mañana, la tarde o la noche- pues entiendo que cada persona tiene sus propios ritmos.


¿Cuál es la frecuencia de tu encuentro con Dios?