Señor, desde lo más hondo a ti clamo. Dios mío escucha mi grito. (Salmo 130:1)


De profundis son las dos primeras palabras del salmo 130. Son un grito, un clamor de desesperación, de angustia, de soledad, de abandono, de abatimiento. Estas palabras latinas, de nuevo basadas en el salmo, han inspirado muchas obras de música sacra, especialmente en la época barroca y posteriores.

Una de las realidades acerca de las emociones es nuestra incapacidad de evitarlas. Estas están bajo la influencia de la parte de nuestro cerebro que no responde a la voluntad. No puedo evitar que la tristeza o el miedo aparezcan. No van a obedecerme aunque les diga que desaparezcan. Tampoco lo harán porque yo decida ignorarlas, pasarán a mi ámbito subconsciente y continuarán haciendo su labor de zapa. Experimentamos emociones porque somos emocionales, porque así no has creado el Señor. Nadie es un mal cristiano por experimentar determinadas emociones. No tiene nada que ver, no hay ninguna relación con la madurez espiritual.

El gran reto para todo ser humano, incluidos los seguidores de Jesús, es la gestión emocional. Porque las emociones, si bien no pueden ser evitadas, si deben ser gestionadas. De lo contrario, estas se pueden convertir en tóxicas y destructivas, especialmente aquellas que son de carácter negativo, por decirlo de alguna manera. Las emociones nos pueden dominar, literalmente dominar, dificultando el manejo de nuestra realidad, impidiéndonos percibirla y procesarla con claridad. Las emociones nos pueden impedir tener relaciones relevantes y significativas con otras personas. Y así, un largo etcétera de consecuencias.

Dios es el gran gestor emocional. Podemos venir ante Él con todo nuestro marasmo emocional y exponérselo con intensidad, sin filtros, sin la necesidad de ser políticamente correctos. Podemos, permíteme la expresión, vomitarle todas las emociones que experimentamos, porque puede manejarlas, entenderlas y nunca siente desprecio por nuestra realidad. Podemos echarlas sobre Él para no quedárnoslas y que nos destruyan o, por el contrario, darles rienda suelta y destruyan a otros. Jesús, el Maestro, nos enseña que con el Padre es posible clamar de profundis, así nos lo enseñó en Getsemaní y cuando estaba clavado en una cruz.

¿Cuáles son tus estrategias de gestión emocional?








Señor, desde lo más hondo a ti clamo. Dios mío escucha mi grito. (Salmo 130:1)


De profundis son las dos primeras palabras del salmo 130. Son un grito, un clamor de desesperación, de angustia, de soledad, de abandono, de abatimiento. Estas palabras latinas, de nuevo basadas en el salmo, han inspirado muchas obras de música sacra, especialmente en la época barroca y posteriores.

Una de las realidades acerca de las emociones es nuestra incapacidad de evitarlas. Estas están bajo la influencia de la parte de nuestro cerebro que no responde a la voluntad. No puedo evitar que la tristeza o el miedo aparezcan. No van a obedecerme aunque les diga que desaparezcan. Tampoco lo harán porque yo decida ignorarlas, pasarán a mi ámbito subconsciente y continuarán haciendo su labor de zapa. Experimentamos emociones porque somos emocionales, porque así no has creado el Señor. Nadie es un mal cristiano por experimentar determinadas emociones. No tiene nada que ver, no hay ninguna relación con la madurez espiritual.

El gran reto para todo ser humano, incluidos los seguidores de Jesús, es la gestión emocional. Porque las emociones, si bien no pueden ser evitadas, si deben ser gestionadas. De lo contrario, estas se pueden convertir en tóxicas y destructivas, especialmente aquellas que son de carácter negativo, por decirlo de alguna manera. Las emociones nos pueden dominar, literalmente dominar, dificultando el manejo de nuestra realidad, impidiéndonos percibirla y procesarla con claridad. Las emociones nos pueden impedir tener relaciones relevantes y significativas con otras personas. Y así, un largo etcétera de consecuencias.

Dios es el gran gestor emocional. Podemos venir ante Él con todo nuestro marasmo emocional y exponérselo con intensidad, sin filtros, sin la necesidad de ser políticamente correctos. Podemos, permíteme la expresión, vomitarle todas las emociones que experimentamos, porque puede manejarlas, entenderlas y nunca siente desprecio por nuestra realidad. Podemos echarlas sobre Él para no quedárnoslas y que nos destruyan o, por el contrario, darles rienda suelta y destruyan a otros. Jesús, el Maestro, nos enseña que con el Padre es posible clamar de profundis, así nos lo enseñó en Getsemaní y cuando estaba clavado en una cruz.

¿Cuáles son tus estrategias de gestión emocional?








Señor, desde lo más hondo a ti clamo. Dios mío escucha mi grito. (Salmo 130:1)


De profundis son las dos primeras palabras del salmo 130. Son un grito, un clamor de desesperación, de angustia, de soledad, de abandono, de abatimiento. Estas palabras latinas, de nuevo basadas en el salmo, han inspirado muchas obras de música sacra, especialmente en la época barroca y posteriores.

Una de las realidades acerca de las emociones es nuestra incapacidad de evitarlas. Estas están bajo la influencia de la parte de nuestro cerebro que no responde a la voluntad. No puedo evitar que la tristeza o el miedo aparezcan. No van a obedecerme aunque les diga que desaparezcan. Tampoco lo harán porque yo decida ignorarlas, pasarán a mi ámbito subconsciente y continuarán haciendo su labor de zapa. Experimentamos emociones porque somos emocionales, porque así no has creado el Señor. Nadie es un mal cristiano por experimentar determinadas emociones. No tiene nada que ver, no hay ninguna relación con la madurez espiritual.

El gran reto para todo ser humano, incluidos los seguidores de Jesús, es la gestión emocional. Porque las emociones, si bien no pueden ser evitadas, si deben ser gestionadas. De lo contrario, estas se pueden convertir en tóxicas y destructivas, especialmente aquellas que son de carácter negativo, por decirlo de alguna manera. Las emociones nos pueden dominar, literalmente dominar, dificultando el manejo de nuestra realidad, impidiéndonos percibirla y procesarla con claridad. Las emociones nos pueden impedir tener relaciones relevantes y significativas con otras personas. Y así, un largo etcétera de consecuencias.

Dios es el gran gestor emocional. Podemos venir ante Él con todo nuestro marasmo emocional y exponérselo con intensidad, sin filtros, sin la necesidad de ser políticamente correctos. Podemos, permíteme la expresión, vomitarle todas las emociones que experimentamos, porque puede manejarlas, entenderlas y nunca siente desprecio por nuestra realidad. Podemos echarlas sobre Él para no quedárnoslas y que nos destruyan o, por el contrario, darles rienda suelta y destruyan a otros. Jesús, el Maestro, nos enseña que con el Padre es posible clamar de profundis, así nos lo enseñó en Getsemaní y cuando estaba clavado en una cruz.

¿Cuáles son tus estrategias de gestión emocional?