Levantándose muy de mañana, siendo aún muy os- curo, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba. —Marcos 1:35


Los momentos con el Padre, los tiempos de oración, meditación y reflexión eran básicos, fundamentales en la vida de Jesús. Una rápida, aunque sea superficial, lectura de los evangelios nos revelará muchos episodios similares al aquí reproducido. Jesús, no sola- mente tenía esos tiempos, sino que además era intencional en buscarlos y celoso en pro- tegerlos de injerencias externas aunque, como vemos en la Biblia, no siempre tuvo éxito debido a la presión de las masas y sus necesidades.

Un lugar desierto y temprano en la mañana. El pasaje nos muestra el dónde y cuándo Jesús tenía sus momentos de reflexión. Cada uno de nosotros somos diferentes, únicos y singulares. Para mí funciona la primera hora del día y el caminar y caminar mientras re- flexiono. Para otros eso es totalmente inconcebible y necesitan la quietud y el silencio de su habitación. Aún para otros, el contacto con la naturaleza es imprescindible para tener una reflexión de calidad.

Creo que cada uno debe tener, como mínimo una vez por semana, un tiempo especial reservado y apartado para la reflexión, para meditar sobre nuestros caminos.

Creo que cada uno debe buscar cuándo, dónde y de qué modo articularlo en su agenda personal pues cada uno de nosotros es diferentes.

Creo que cada uno debe ser intencional en proteger ese tiempo contra la tentación del activismo y vencer el dolor y la dificultad que supone el detenerse y pensar.

Creo que este tiempo de Cuaresma es una invitación a no salir del mismo sin haber establecido fuertemente en nuestras vidas el hábito antes mencionado. La cuaresma nos invita a introducirlo pero es nuestra responsabilidad mantenerlo.

Creo, finalmente, que si salimos del periodo cuaresmal sin haber podido o querido insti- tuir ese hábito de la reflexión en nuestras vidas, eso mismo ya nos da una información muy valiosa, un regalo auténtico, sobre nuestras carencias y nuestros apegos.

¿Cuándo sería, durante la semana, el mejor tiempo para ti? ¿Cuál sería el mejor entorno para llevarlo a cabo?
¿Qué beneficios te reportaría?
¿Qué te puede impedir hacerlo?
¿Cómo puedes superar esos potenciales obstáculos?


 



Levantándose muy de mañana, siendo aún muy os- curo, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba. —Marcos 1:35


Los momentos con el Padre, los tiempos de oración, meditación y reflexión eran básicos, fundamentales en la vida de Jesús. Una rápida, aunque sea superficial, lectura de los evangelios nos revelará muchos episodios similares al aquí reproducido. Jesús, no sola- mente tenía esos tiempos, sino que además era intencional en buscarlos y celoso en pro- tegerlos de injerencias externas aunque, como vemos en la Biblia, no siempre tuvo éxito debido a la presión de las masas y sus necesidades.

Un lugar desierto y temprano en la mañana. El pasaje nos muestra el dónde y cuándo Jesús tenía sus momentos de reflexión. Cada uno de nosotros somos diferentes, únicos y singulares. Para mí funciona la primera hora del día y el caminar y caminar mientras re- flexiono. Para otros eso es totalmente inconcebible y necesitan la quietud y el silencio de su habitación. Aún para otros, el contacto con la naturaleza es imprescindible para tener una reflexión de calidad.

Creo que cada uno debe tener, como mínimo una vez por semana, un tiempo especial reservado y apartado para la reflexión, para meditar sobre nuestros caminos.

Creo que cada uno debe buscar cuándo, dónde y de qué modo articularlo en su agenda personal pues cada uno de nosotros es diferentes.

Creo que cada uno debe ser intencional en proteger ese tiempo contra la tentación del activismo y vencer el dolor y la dificultad que supone el detenerse y pensar.

Creo que este tiempo de Cuaresma es una invitación a no salir del mismo sin haber establecido fuertemente en nuestras vidas el hábito antes mencionado. La cuaresma nos invita a introducirlo pero es nuestra responsabilidad mantenerlo.

Creo, finalmente, que si salimos del periodo cuaresmal sin haber podido o querido insti- tuir ese hábito de la reflexión en nuestras vidas, eso mismo ya nos da una información muy valiosa, un regalo auténtico, sobre nuestras carencias y nuestros apegos.

¿Cuándo sería, durante la semana, el mejor tiempo para ti? ¿Cuál sería el mejor entorno para llevarlo a cabo?
¿Qué beneficios te reportaría?
¿Qué te puede impedir hacerlo?
¿Cómo puedes superar esos potenciales obstáculos?


 



Levantándose muy de mañana, siendo aún muy os- curo, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba. —Marcos 1:35


Los momentos con el Padre, los tiempos de oración, meditación y reflexión eran básicos, fundamentales en la vida de Jesús. Una rápida, aunque sea superficial, lectura de los evangelios nos revelará muchos episodios similares al aquí reproducido. Jesús, no sola- mente tenía esos tiempos, sino que además era intencional en buscarlos y celoso en pro- tegerlos de injerencias externas aunque, como vemos en la Biblia, no siempre tuvo éxito debido a la presión de las masas y sus necesidades.

Un lugar desierto y temprano en la mañana. El pasaje nos muestra el dónde y cuándo Jesús tenía sus momentos de reflexión. Cada uno de nosotros somos diferentes, únicos y singulares. Para mí funciona la primera hora del día y el caminar y caminar mientras re- flexiono. Para otros eso es totalmente inconcebible y necesitan la quietud y el silencio de su habitación. Aún para otros, el contacto con la naturaleza es imprescindible para tener una reflexión de calidad.

Creo que cada uno debe tener, como mínimo una vez por semana, un tiempo especial reservado y apartado para la reflexión, para meditar sobre nuestros caminos.

Creo que cada uno debe buscar cuándo, dónde y de qué modo articularlo en su agenda personal pues cada uno de nosotros es diferentes.

Creo que cada uno debe ser intencional en proteger ese tiempo contra la tentación del activismo y vencer el dolor y la dificultad que supone el detenerse y pensar.

Creo que este tiempo de Cuaresma es una invitación a no salir del mismo sin haber establecido fuertemente en nuestras vidas el hábito antes mencionado. La cuaresma nos invita a introducirlo pero es nuestra responsabilidad mantenerlo.

Creo, finalmente, que si salimos del periodo cuaresmal sin haber podido o querido insti- tuir ese hábito de la reflexión en nuestras vidas, eso mismo ya nos da una información muy valiosa, un regalo auténtico, sobre nuestras carencias y nuestros apegos.

¿Cuándo sería, durante la semana, el mejor tiempo para ti? ¿Cuál sería el mejor entorno para llevarlo a cabo?
¿Qué beneficios te reportaría?
¿Qué te puede impedir hacerlo?
¿Cómo puedes superar esos potenciales obstáculos?