derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo.—2 Corintios 10:5

La invitación de hoy en día es a reflexionar sobre nuestros pensamientos. Es increíble
la actividad que nuestro cerebro puede llevar a cabo. A mí, personalmente, me resulta imposible tener la mente en quietud porque de forma constante está generando nuevos y nuevos pensamientos.

Aún es más sorprendente las cosas que puedo llegar a pensar. Me pregunto dónde se generan algunos de los pensamientos que asaltan mi mente y que centran la atención de mi cerebro. Así pues, no sólo es interesante la cantidad, sino también el contenido de nuestros pensamientos, es decir, en qué pensamos.

A lo largo del día pasan por mi mente muchos pensamientos que no son dignos. Algunos de ellos entran en clara contradicción con la voluntad de Dios y, además, son autodes- tructivos. Cosas como la envidia, la amargura, el resentimiento, el desprecio, la superio- ridad, la crítica despiadada, la infravaloración de otros, en fin, la lista podría ser eterna. Mi cerebro, con gran creatividad, puede generar una masa ingente de esos pensamientos. Otros son vergonzosos y me sorprendo a mí mismo pensando en ello y profundizando en esos pensamientos que sé, con toda claridad, que son inaceptables.

Martín Lutero, el gran reformador de la iglesia del siglo XVI, afirmaba con respecto a esta desenfrenada actividad cerebral, no podemos evitar que los pájaros revoloteen sobre nuestras cabezas, pero si que construyan sus nidos en ellas. Creo que lo que Lutero nos indica es que no podemos evitar la génesis de la actividad cerebral pero si podemos decidir qué hacer con ella.

Y creo que aquí es donde entra en juego el versículo de Corintios acerca de llevar todo pensamiento cautivo a Cristo. No puedo impedir que un pensamiento -como una venta- na emergente en la pantalla del ordenador- llegue a mi cerebro, pero sí puedo evitar que se desarrolle, que crezca, que centre mi atención, que me enfoque en él.

Cuando el pensamiento llega a mi mente puedo hacer tres cosas. Primera, permitir que construya un nido y que vaya extendiéndose más y más por mi cerebro y ocupe toda mi atención y genere más y más de su especie (sea amargura, resentimiento, envidia, des- precio, lujuria) Segunda, reprimirlo, no permitir que se pose en la cabeza, ignorarlo, vivir como si no existiera. Es cuestión de tiempo, y seguro que no mucho, que vuelva. Final- mente, llevarlo cautivo a Cristo, ponerle un nombre -amargura, lujuria, envidia, resen- timiento, miedo, frustración, lo que sea- y dárselo a Cristo para que Él cuide del mismo y hacerlo tantas veces como sea necesario. ¿Cuántas veces respiro a lo largo de un día? Tantas como preciso ¿Cuántas veces debo llevar cautivo el mismo pensamiento a Cristo? Tantas como precise. La Cuaresma nos invita a pensar en nuestros pensamientos, examinarlos desde afuera y actuar.


¿Cómo manejas tus pensamientos?

¿Cuál de las tres estrategias antes mencionadas es la que utilizas con más frecuencia?

¿Qué resultados te da? ¿Qué te puede impedir el llevar todo pensamiento cautivo a Cristo?


 



derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo.—2 Corintios 10:5

La invitación de hoy en día es a reflexionar sobre nuestros pensamientos. Es increíble
la actividad que nuestro cerebro puede llevar a cabo. A mí, personalmente, me resulta imposible tener la mente en quietud porque de forma constante está generando nuevos y nuevos pensamientos.

Aún es más sorprendente las cosas que puedo llegar a pensar. Me pregunto dónde se generan algunos de los pensamientos que asaltan mi mente y que centran la atención de mi cerebro. Así pues, no sólo es interesante la cantidad, sino también el contenido de nuestros pensamientos, es decir, en qué pensamos.

A lo largo del día pasan por mi mente muchos pensamientos que no son dignos. Algunos de ellos entran en clara contradicción con la voluntad de Dios y, además, son autodes- tructivos. Cosas como la envidia, la amargura, el resentimiento, el desprecio, la superio- ridad, la crítica despiadada, la infravaloración de otros, en fin, la lista podría ser eterna. Mi cerebro, con gran creatividad, puede generar una masa ingente de esos pensamientos. Otros son vergonzosos y me sorprendo a mí mismo pensando en ello y profundizando en esos pensamientos que sé, con toda claridad, que son inaceptables.

Martín Lutero, el gran reformador de la iglesia del siglo XVI, afirmaba con respecto a esta desenfrenada actividad cerebral, no podemos evitar que los pájaros revoloteen sobre nuestras cabezas, pero si que construyan sus nidos en ellas. Creo que lo que Lutero nos indica es que no podemos evitar la génesis de la actividad cerebral pero si podemos decidir qué hacer con ella.

Y creo que aquí es donde entra en juego el versículo de Corintios acerca de llevar todo pensamiento cautivo a Cristo. No puedo impedir que un pensamiento -como una venta- na emergente en la pantalla del ordenador- llegue a mi cerebro, pero sí puedo evitar que se desarrolle, que crezca, que centre mi atención, que me enfoque en él.

Cuando el pensamiento llega a mi mente puedo hacer tres cosas. Primera, permitir que construya un nido y que vaya extendiéndose más y más por mi cerebro y ocupe toda mi atención y genere más y más de su especie (sea amargura, resentimiento, envidia, des- precio, lujuria) Segunda, reprimirlo, no permitir que se pose en la cabeza, ignorarlo, vivir como si no existiera. Es cuestión de tiempo, y seguro que no mucho, que vuelva. Final- mente, llevarlo cautivo a Cristo, ponerle un nombre -amargura, lujuria, envidia, resen- timiento, miedo, frustración, lo que sea- y dárselo a Cristo para que Él cuide del mismo y hacerlo tantas veces como sea necesario. ¿Cuántas veces respiro a lo largo de un día? Tantas como preciso ¿Cuántas veces debo llevar cautivo el mismo pensamiento a Cristo? Tantas como precise. La Cuaresma nos invita a pensar en nuestros pensamientos, examinarlos desde afuera y actuar.


¿Cómo manejas tus pensamientos?

¿Cuál de las tres estrategias antes mencionadas es la que utilizas con más frecuencia?

¿Qué resultados te da? ¿Qué te puede impedir el llevar todo pensamiento cautivo a Cristo?


 



derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo.—2 Corintios 10:5

La invitación de hoy en día es a reflexionar sobre nuestros pensamientos. Es increíble
la actividad que nuestro cerebro puede llevar a cabo. A mí, personalmente, me resulta imposible tener la mente en quietud porque de forma constante está generando nuevos y nuevos pensamientos.

Aún es más sorprendente las cosas que puedo llegar a pensar. Me pregunto dónde se generan algunos de los pensamientos que asaltan mi mente y que centran la atención de mi cerebro. Así pues, no sólo es interesante la cantidad, sino también el contenido de nuestros pensamientos, es decir, en qué pensamos.

A lo largo del día pasan por mi mente muchos pensamientos que no son dignos. Algunos de ellos entran en clara contradicción con la voluntad de Dios y, además, son autodes- tructivos. Cosas como la envidia, la amargura, el resentimiento, el desprecio, la superio- ridad, la crítica despiadada, la infravaloración de otros, en fin, la lista podría ser eterna. Mi cerebro, con gran creatividad, puede generar una masa ingente de esos pensamientos. Otros son vergonzosos y me sorprendo a mí mismo pensando en ello y profundizando en esos pensamientos que sé, con toda claridad, que son inaceptables.

Martín Lutero, el gran reformador de la iglesia del siglo XVI, afirmaba con respecto a esta desenfrenada actividad cerebral, no podemos evitar que los pájaros revoloteen sobre nuestras cabezas, pero si que construyan sus nidos en ellas. Creo que lo que Lutero nos indica es que no podemos evitar la génesis de la actividad cerebral pero si podemos decidir qué hacer con ella.

Y creo que aquí es donde entra en juego el versículo de Corintios acerca de llevar todo pensamiento cautivo a Cristo. No puedo impedir que un pensamiento -como una venta- na emergente en la pantalla del ordenador- llegue a mi cerebro, pero sí puedo evitar que se desarrolle, que crezca, que centre mi atención, que me enfoque en él.

Cuando el pensamiento llega a mi mente puedo hacer tres cosas. Primera, permitir que construya un nido y que vaya extendiéndose más y más por mi cerebro y ocupe toda mi atención y genere más y más de su especie (sea amargura, resentimiento, envidia, des- precio, lujuria) Segunda, reprimirlo, no permitir que se pose en la cabeza, ignorarlo, vivir como si no existiera. Es cuestión de tiempo, y seguro que no mucho, que vuelva. Final- mente, llevarlo cautivo a Cristo, ponerle un nombre -amargura, lujuria, envidia, resen- timiento, miedo, frustración, lo que sea- y dárselo a Cristo para que Él cuide del mismo y hacerlo tantas veces como sea necesario. ¿Cuántas veces respiro a lo largo de un día? Tantas como preciso ¿Cuántas veces debo llevar cautivo el mismo pensamiento a Cristo? Tantas como precise. La Cuaresma nos invita a pensar en nuestros pensamientos, examinarlos desde afuera y actuar.


¿Cómo manejas tus pensamientos?

¿Cuál de las tres estrategias antes mencionadas es la que utilizas con más frecuencia?

¿Qué resultados te da? ¿Qué te puede impedir el llevar todo pensamiento cautivo a Cristo?