Ninguna criatura se le oculta a Dios; todo está desnudo y descubierto a los ojos de aquel ante quien debemos rendir cuentas. (Hebreos 4:13)


Desde que Adán y Eva ocultaron su desnudez por medio de hojas higuera, los seres humanos hemos desarrollado con gran exquisitez y sofisticación el complejo arte de cubrir nuestra realidad con apariencias. Somos muy conscientes de que si esta saliera a relucir podría ser, en muchos aspectos, catastróficos para nosotros y para los demás. Por eso, como indicaba antes, hemos desarrollado todo tipo de estrategias para que ciertas cosas no sean evidentes; incluso llegamos a engañarnos a nosotros mismos y acabamos creyéndonos -a fuerza de repetición- nuestras propias mentiras.

Por eso este pasaje de Hebreos resulta tan curioso. Cuando el escritor habla de estar desnudo ante Dios utiliza la palabra griega que describía la práctica de deporte por parte de los atletas helenos. Es bien sabido que lo hacían totalmente desnudos y, consecuentemente, no había nada que ocultar, todo estaba visible a los ojos de los espectadores que estaban en el estadio y también de los otros competidores. 

La moraleja es clara. Nosotros podemos cubrir la realidad para que los otros no la perciban; incluso, como indicaba antes, intentando cubrirla de nuestros propios ojos. Podemos vestirla de manera sofisticada para que aquellos que otros vean lo que queremos; sin embargo, esto no pasará con el Señor. Ante Él no hay ni trampa ni cartón. Como los atletas griegos nos tendremos que presentar ante Dios sin poder ocultar absolutamente nada. Con la verdad desnuda. Ya que esto es lo que nos espera me parece que vale la pena comenzar a practicar. Empezar a desarrollar el hábito de presentarnos ante Dios y pedirle que eche un vistazo a nuestra realidad, que nos enseñe aquello que nos esforzamos por esconder, que nos ayude a reconocer, afrontar y cambiar las cosas que son necesarias. 


¿De qué manera práctica podrías desarrollar ese hábito? 



Ninguna criatura se le oculta a Dios; todo está desnudo y descubierto a los ojos de aquel ante quien debemos rendir cuentas. (Hebreos 4:13)


Desde que Adán y Eva ocultaron su desnudez por medio de hojas higuera, los seres humanos hemos desarrollado con gran exquisitez y sofisticación el complejo arte de cubrir nuestra realidad con apariencias. Somos muy conscientes de que si esta saliera a relucir podría ser, en muchos aspectos, catastróficos para nosotros y para los demás. Por eso, como indicaba antes, hemos desarrollado todo tipo de estrategias para que ciertas cosas no sean evidentes; incluso llegamos a engañarnos a nosotros mismos y acabamos creyéndonos -a fuerza de repetición- nuestras propias mentiras.

Por eso este pasaje de Hebreos resulta tan curioso. Cuando el escritor habla de estar desnudo ante Dios utiliza la palabra griega que describía la práctica de deporte por parte de los atletas helenos. Es bien sabido que lo hacían totalmente desnudos y, consecuentemente, no había nada que ocultar, todo estaba visible a los ojos de los espectadores que estaban en el estadio y también de los otros competidores. 

La moraleja es clara. Nosotros podemos cubrir la realidad para que los otros no la perciban; incluso, como indicaba antes, intentando cubrirla de nuestros propios ojos. Podemos vestirla de manera sofisticada para que aquellos que otros vean lo que queremos; sin embargo, esto no pasará con el Señor. Ante Él no hay ni trampa ni cartón. Como los atletas griegos nos tendremos que presentar ante Dios sin poder ocultar absolutamente nada. Con la verdad desnuda. Ya que esto es lo que nos espera me parece que vale la pena comenzar a practicar. Empezar a desarrollar el hábito de presentarnos ante Dios y pedirle que eche un vistazo a nuestra realidad, que nos enseñe aquello que nos esforzamos por esconder, que nos ayude a reconocer, afrontar y cambiar las cosas que son necesarias. 


¿De qué manera práctica podrías desarrollar ese hábito? 



Ninguna criatura se le oculta a Dios; todo está desnudo y descubierto a los ojos de aquel ante quien debemos rendir cuentas. (Hebreos 4:13)


Desde que Adán y Eva ocultaron su desnudez por medio de hojas higuera, los seres humanos hemos desarrollado con gran exquisitez y sofisticación el complejo arte de cubrir nuestra realidad con apariencias. Somos muy conscientes de que si esta saliera a relucir podría ser, en muchos aspectos, catastróficos para nosotros y para los demás. Por eso, como indicaba antes, hemos desarrollado todo tipo de estrategias para que ciertas cosas no sean evidentes; incluso llegamos a engañarnos a nosotros mismos y acabamos creyéndonos -a fuerza de repetición- nuestras propias mentiras.

Por eso este pasaje de Hebreos resulta tan curioso. Cuando el escritor habla de estar desnudo ante Dios utiliza la palabra griega que describía la práctica de deporte por parte de los atletas helenos. Es bien sabido que lo hacían totalmente desnudos y, consecuentemente, no había nada que ocultar, todo estaba visible a los ojos de los espectadores que estaban en el estadio y también de los otros competidores. 

La moraleja es clara. Nosotros podemos cubrir la realidad para que los otros no la perciban; incluso, como indicaba antes, intentando cubrirla de nuestros propios ojos. Podemos vestirla de manera sofisticada para que aquellos que otros vean lo que queremos; sin embargo, esto no pasará con el Señor. Ante Él no hay ni trampa ni cartón. Como los atletas griegos nos tendremos que presentar ante Dios sin poder ocultar absolutamente nada. Con la verdad desnuda. Ya que esto es lo que nos espera me parece que vale la pena comenzar a practicar. Empezar a desarrollar el hábito de presentarnos ante Dios y pedirle que eche un vistazo a nuestra realidad, que nos enseñe aquello que nos esforzamos por esconder, que nos ayude a reconocer, afrontar y cambiar las cosas que son necesarias. 


¿De qué manera práctica podrías desarrollar ese hábito?