El alimento sólido, en cambio, es propio de adultos, de los que por la costumbre están entrenados para distinguir entre el bien y el mal. (Hebreos 5:14)


En todos estos años de trabajo pastoral he notado que aunque Dios siempre trabaja con procesos, algo que implica necesariamente tiempo y tiempo, nosotros siempre preferimos eventos, intervenciones rápidas y sobrenaturales del Señor que nos cambien y transformen. Si bien es cierto que Él puede hacerlo, no es menos cierto que no acostumbra a hacerlo. La salvación, la santidad, la madurez, el discipulado, la formación de Cristo en nuestra vidas, todo ello son procesos. A todos nos encantaría irnos a dormir un día y despertarnos comprobando que Jesús ha hecho de nosotros personas perfectas, maduras, cabales, acendradas. Es muy probable que mientras esperas esa quimera dejes, como dijo el apóstol Pablo, de esforzarte en la gracia que es en Cristo Jesús.

El anónimo escritor de este libro, después de habernos hablado del infantilismo espiritual, nos indica que el alimento sólido es propio y únicamente puede dársele a los creyentes maduros. Estos tienen la capacidad de distinguir entre lo correcto e incorrecto, entre el bien y el mal. Pero este discernimiento no ha sido casual; es como indica el escritor, fruto de la práctica continuada, del entrenamiento en sus propias palabras. Es decir, el proceso ha hecho de ellos personas con discernimiento. No ha sido ¡Para nada! algo casual.


¿Esperando todavía el milagro o trabajando en el proceso?

















El alimento sólido, en cambio, es propio de adultos, de los que por la costumbre están entrenados para distinguir entre el bien y el mal. (Hebreos 5:14)


En todos estos años de trabajo pastoral he notado que aunque Dios siempre trabaja con procesos, algo que implica necesariamente tiempo y tiempo, nosotros siempre preferimos eventos, intervenciones rápidas y sobrenaturales del Señor que nos cambien y transformen. Si bien es cierto que Él puede hacerlo, no es menos cierto que no acostumbra a hacerlo. La salvación, la santidad, la madurez, el discipulado, la formación de Cristo en nuestra vidas, todo ello son procesos. A todos nos encantaría irnos a dormir un día y despertarnos comprobando que Jesús ha hecho de nosotros personas perfectas, maduras, cabales, acendradas. Es muy probable que mientras esperas esa quimera dejes, como dijo el apóstol Pablo, de esforzarte en la gracia que es en Cristo Jesús.

El anónimo escritor de este libro, después de habernos hablado del infantilismo espiritual, nos indica que el alimento sólido es propio y únicamente puede dársele a los creyentes maduros. Estos tienen la capacidad de distinguir entre lo correcto e incorrecto, entre el bien y el mal. Pero este discernimiento no ha sido casual; es como indica el escritor, fruto de la práctica continuada, del entrenamiento en sus propias palabras. Es decir, el proceso ha hecho de ellos personas con discernimiento. No ha sido ¡Para nada! algo casual.


¿Esperando todavía el milagro o trabajando en el proceso?

















El alimento sólido, en cambio, es propio de adultos, de los que por la costumbre están entrenados para distinguir entre el bien y el mal. (Hebreos 5:14)


En todos estos años de trabajo pastoral he notado que aunque Dios siempre trabaja con procesos, algo que implica necesariamente tiempo y tiempo, nosotros siempre preferimos eventos, intervenciones rápidas y sobrenaturales del Señor que nos cambien y transformen. Si bien es cierto que Él puede hacerlo, no es menos cierto que no acostumbra a hacerlo. La salvación, la santidad, la madurez, el discipulado, la formación de Cristo en nuestra vidas, todo ello son procesos. A todos nos encantaría irnos a dormir un día y despertarnos comprobando que Jesús ha hecho de nosotros personas perfectas, maduras, cabales, acendradas. Es muy probable que mientras esperas esa quimera dejes, como dijo el apóstol Pablo, de esforzarte en la gracia que es en Cristo Jesús.

El anónimo escritor de este libro, después de habernos hablado del infantilismo espiritual, nos indica que el alimento sólido es propio y únicamente puede dársele a los creyentes maduros. Estos tienen la capacidad de distinguir entre lo correcto e incorrecto, entre el bien y el mal. Pero este discernimiento no ha sido casual; es como indica el escritor, fruto de la práctica continuada, del entrenamiento en sus propias palabras. Es decir, el proceso ha hecho de ellos personas con discernimiento. No ha sido ¡Para nada! algo casual.


¿Esperando todavía el milagro o trabajando en el proceso?