Ninguna corrección resulta un plato de gusto cuando se recibe, al contrario, es desagradable. Mas a la postre, a quienes ser sirven de ella para ejercitarse les reporta frutos de paz y rectitud. (Hebreos 12:11)


Visto que Dios nos disciplina con la motivación adecuada y el propósito correcto, la siguiente pregunta que me planteo es ¿de qué modo lo hace? Sólo puedo pensar basándome en mi experiencia como padre y extrapolándola al Señor. En esto siempre existe un riesgo y lo que pretendo es, únicamente, ilustrar, tratar de dar más luz sobre el tema, no sentar doctrina. 

En los lejanos tiempos en que mis hijos estaban bajo mi autoridad y tenía la responsabilidad de disciplinarlos, el ejercicio de la corrección siempre iba precedido por una acción, omisión, actitud o motivación que detectaba en sus vidas y era perjudicial para su desarrollo como personas maduras. Una de mis respuestas disciplinarias era permitir que experimentaran las consecuencias de lo que habían o no llevado a cabo. En ocasiones eso podía ser doloroso física o emocionalmente para ellos, sin embargo, era necesario. 

Posteriormente, cuando la situación se había estabilizado llevábamos a cabo una reflexión sobre lo sucedido con el fin de que entendieran que mi actuación no había sido arbitraria, caprichosa o buscando su mal; antes el contrario, tratando de relación lo sucedido con su crecimiento y madurez.

Pienso que así es nuestro Padre, nos permite experimentar las consecuencias de nuestras propias decisiones. No nos ahorra el dolor y el sufrimiento porque, de hacerlo, nos estaría perjudicando y, como afirma el apóstol Pablo, a los que aman a Dios todo ayuda para bien. Lo que es muy importante es que cuando pasamos por circunstancias amargas reflexiones sobre qué relación existe con nuestra forma de vivir y qué puede, si nos dejamos, enseñarnos Dios por medio de ello. Esta es una expresión de su disciplina.


¿Qué quiere tal vez enseñarte el Señor por medio de circunstancias que estás experimentando hoy?



Ninguna corrección resulta un plato de gusto cuando se recibe, al contrario, es desagradable. Mas a la postre, a quienes ser sirven de ella para ejercitarse les reporta frutos de paz y rectitud. (Hebreos 12:11)


Visto que Dios nos disciplina con la motivación adecuada y el propósito correcto, la siguiente pregunta que me planteo es ¿de qué modo lo hace? Sólo puedo pensar basándome en mi experiencia como padre y extrapolándola al Señor. En esto siempre existe un riesgo y lo que pretendo es, únicamente, ilustrar, tratar de dar más luz sobre el tema, no sentar doctrina. 

En los lejanos tiempos en que mis hijos estaban bajo mi autoridad y tenía la responsabilidad de disciplinarlos, el ejercicio de la corrección siempre iba precedido por una acción, omisión, actitud o motivación que detectaba en sus vidas y era perjudicial para su desarrollo como personas maduras. Una de mis respuestas disciplinarias era permitir que experimentaran las consecuencias de lo que habían o no llevado a cabo. En ocasiones eso podía ser doloroso física o emocionalmente para ellos, sin embargo, era necesario. 

Posteriormente, cuando la situación se había estabilizado llevábamos a cabo una reflexión sobre lo sucedido con el fin de que entendieran que mi actuación no había sido arbitraria, caprichosa o buscando su mal; antes el contrario, tratando de relación lo sucedido con su crecimiento y madurez.

Pienso que así es nuestro Padre, nos permite experimentar las consecuencias de nuestras propias decisiones. No nos ahorra el dolor y el sufrimiento porque, de hacerlo, nos estaría perjudicando y, como afirma el apóstol Pablo, a los que aman a Dios todo ayuda para bien. Lo que es muy importante es que cuando pasamos por circunstancias amargas reflexiones sobre qué relación existe con nuestra forma de vivir y qué puede, si nos dejamos, enseñarnos Dios por medio de ello. Esta es una expresión de su disciplina.


¿Qué quiere tal vez enseñarte el Señor por medio de circunstancias que estás experimentando hoy?



Ninguna corrección resulta un plato de gusto cuando se recibe, al contrario, es desagradable. Mas a la postre, a quienes ser sirven de ella para ejercitarse les reporta frutos de paz y rectitud. (Hebreos 12:11)


Visto que Dios nos disciplina con la motivación adecuada y el propósito correcto, la siguiente pregunta que me planteo es ¿de qué modo lo hace? Sólo puedo pensar basándome en mi experiencia como padre y extrapolándola al Señor. En esto siempre existe un riesgo y lo que pretendo es, únicamente, ilustrar, tratar de dar más luz sobre el tema, no sentar doctrina. 

En los lejanos tiempos en que mis hijos estaban bajo mi autoridad y tenía la responsabilidad de disciplinarlos, el ejercicio de la corrección siempre iba precedido por una acción, omisión, actitud o motivación que detectaba en sus vidas y era perjudicial para su desarrollo como personas maduras. Una de mis respuestas disciplinarias era permitir que experimentaran las consecuencias de lo que habían o no llevado a cabo. En ocasiones eso podía ser doloroso física o emocionalmente para ellos, sin embargo, era necesario. 

Posteriormente, cuando la situación se había estabilizado llevábamos a cabo una reflexión sobre lo sucedido con el fin de que entendieran que mi actuación no había sido arbitraria, caprichosa o buscando su mal; antes el contrario, tratando de relación lo sucedido con su crecimiento y madurez.

Pienso que así es nuestro Padre, nos permite experimentar las consecuencias de nuestras propias decisiones. No nos ahorra el dolor y el sufrimiento porque, de hacerlo, nos estaría perjudicando y, como afirma el apóstol Pablo, a los que aman a Dios todo ayuda para bien. Lo que es muy importante es que cuando pasamos por circunstancias amargas reflexiones sobre qué relación existe con nuestra forma de vivir y qué puede, si nos dejamos, enseñarnos Dios por medio de ello. Esta es una expresión de su disciplina.


¿Qué quiere tal vez enseñarte el Señor por medio de circunstancias que estás experimentando hoy?