Procurad hermanos, que ninguno de vosotros tenga un corazón incrédulo y perverso que lo aparte del Dios viviente (Hebreos 4:12)


El anónimo autor de esta carta está escribiendo para gente cuyo trasfondo era el judaísmo; personas que conocían muy bien el Antiguo Testamento. El contexto en el que está inserto este versículo es una evocación del salmo 95 que describe la incredulidad del pueblo de Israel cuando estaban de tránsito por el desierto de camino hacia la tierra prometida por Dios. La nota predominante de los israelitas durante ese periodo fue la incredulidad y, por eso, el autor del libro advierte sobre ese peligro.

A diferencia de la duda -una actitud del intelecto- la incredulidad es una actitud del corazón. No debemos olvidar que desde la perspectiva hebrea el corazón es el centro de la voluntad, desde donde se controla nuestra vida. El intelecto no puede creer; le falta información o no puede entender o procesar la que está disponible para él. El corazón no quiere; no importa la cantidad de información que le demos, no importa que sumemos evidencia tras evidencia, no creerá porque ha decidido no hacerlo. Pueden ser muchas las razones detrás de ello: pecado, orgullo, una posición vital largamente sostenida, imagen, etc. Es el no quiero versus el no puedo. Naturalmente, todo esto se reviste de intelectualidad pero, en el fondo, es una negativa intencional a creer.

La advertencia de Hebreos es para cada uno de nosotros. Nos indica que, sin importar cuánto hayamos estado expuestos a Dios y su Palabra, es posible desarrollar una actitud de negarnos a creer, de olvidar toda su intervención en el pasado en nuestras vidas, de cuestionar al Señor, de mostrarnos insensibles ante sus promesas, de justificar nuestra negativa a obedecer y permitir su trabajo en nuestras vidas.  


¿Signos de incredulidad en tu corazón?



Procurad hermanos, que ninguno de vosotros tenga un corazón incrédulo y perverso que lo aparte del Dios viviente (Hebreos 4:12)


El anónimo autor de esta carta está escribiendo para gente cuyo trasfondo era el judaísmo; personas que conocían muy bien el Antiguo Testamento. El contexto en el que está inserto este versículo es una evocación del salmo 95 que describe la incredulidad del pueblo de Israel cuando estaban de tránsito por el desierto de camino hacia la tierra prometida por Dios. La nota predominante de los israelitas durante ese periodo fue la incredulidad y, por eso, el autor del libro advierte sobre ese peligro.

A diferencia de la duda -una actitud del intelecto- la incredulidad es una actitud del corazón. No debemos olvidar que desde la perspectiva hebrea el corazón es el centro de la voluntad, desde donde se controla nuestra vida. El intelecto no puede creer; le falta información o no puede entender o procesar la que está disponible para él. El corazón no quiere; no importa la cantidad de información que le demos, no importa que sumemos evidencia tras evidencia, no creerá porque ha decidido no hacerlo. Pueden ser muchas las razones detrás de ello: pecado, orgullo, una posición vital largamente sostenida, imagen, etc. Es el no quiero versus el no puedo. Naturalmente, todo esto se reviste de intelectualidad pero, en el fondo, es una negativa intencional a creer.

La advertencia de Hebreos es para cada uno de nosotros. Nos indica que, sin importar cuánto hayamos estado expuestos a Dios y su Palabra, es posible desarrollar una actitud de negarnos a creer, de olvidar toda su intervención en el pasado en nuestras vidas, de cuestionar al Señor, de mostrarnos insensibles ante sus promesas, de justificar nuestra negativa a obedecer y permitir su trabajo en nuestras vidas.  


¿Signos de incredulidad en tu corazón?



Procurad hermanos, que ninguno de vosotros tenga un corazón incrédulo y perverso que lo aparte del Dios viviente (Hebreos 4:12)


El anónimo autor de esta carta está escribiendo para gente cuyo trasfondo era el judaísmo; personas que conocían muy bien el Antiguo Testamento. El contexto en el que está inserto este versículo es una evocación del salmo 95 que describe la incredulidad del pueblo de Israel cuando estaban de tránsito por el desierto de camino hacia la tierra prometida por Dios. La nota predominante de los israelitas durante ese periodo fue la incredulidad y, por eso, el autor del libro advierte sobre ese peligro.

A diferencia de la duda -una actitud del intelecto- la incredulidad es una actitud del corazón. No debemos olvidar que desde la perspectiva hebrea el corazón es el centro de la voluntad, desde donde se controla nuestra vida. El intelecto no puede creer; le falta información o no puede entender o procesar la que está disponible para él. El corazón no quiere; no importa la cantidad de información que le demos, no importa que sumemos evidencia tras evidencia, no creerá porque ha decidido no hacerlo. Pueden ser muchas las razones detrás de ello: pecado, orgullo, una posición vital largamente sostenida, imagen, etc. Es el no quiero versus el no puedo. Naturalmente, todo esto se reviste de intelectualidad pero, en el fondo, es una negativa intencional a creer.

La advertencia de Hebreos es para cada uno de nosotros. Nos indica que, sin importar cuánto hayamos estado expuestos a Dios y su Palabra, es posible desarrollar una actitud de negarnos a creer, de olvidar toda su intervención en el pasado en nuestras vidas, de cuestionar al Señor, de mostrarnos insensibles ante sus promesas, de justificar nuestra negativa a obedecer y permitir su trabajo en nuestras vidas.  


¿Signos de incredulidad en tu corazón?