¿Quién podrá arrebatarnos el amor que Cristo nos tiene? (Romanos 8:35)

Es bien sabido que aquellos que crecen en un entorno donde no existe el amor incondicional generan identidades inseguras y frágiles. Tiene sentido. El amor ha de ser ganado día a día a través del desempeño. Se gana cuando éste es el correcto y se pierde cuando es el incorrecto. La persona ha de satisfacer las expectativas que se tienen depositadas sobre ella a fin de poder disfrutar del amor que viene como la recompensa necesaria buscada. El amor puede ser retirado cuando esas expectativas que, en ocasiones, ni siquiera han sido explicitadas no son satisfechas. La persona siempre ha de estar pendiente de la aprobación o desaprobación de aquel que puede otorgar o privar del amor. Necesariamente eso genera inseguridad, fragilidad y vulnerabilidad.

Nos equivocamos cuando proyectamos ese tipo de relación sobre Dios. Su trato con nosotros no se basa en la justicia sino en la gracia. El hermano mayor de la parábola del hijo pródigo lo entendió muy bien. Se indignó ante el comportamiento injusto de su padre. Consideró que su hermano recién llegado merecía recibir lo que por justicia le correspondía. Censuró la forma de actuar de su padre y se negó a ser cómplice de su injusta manera de proceder. Funcionaba bajo el paradigma de la justicia; el padre lo hacía bajo el de la gracia. Un paradigma, éste último, a todas luces escandaloso, especialmente para los justicieros y legalistas.

Demasiados cristianos viven inseguros, con personalidades frágiles e identidades falsas porque no han entendido y experimentado que el amor de Dios es absoluta y totalmente incondicional y nada puede separarles del mismo










 ¿Quién podrá arrebatarnos el amor que Cristo nos tiene? (Romanos 8:35)

Es bien sabido que aquellos que crecen en un entorno donde no existe el amor incondicional generan identidades inseguras y frágiles. Tiene sentido. El amor ha de ser ganado día a día a través del desempeño. Se gana cuando éste es el correcto y se pierde cuando es el incorrecto. La persona ha de satisfacer las expectativas que se tienen depositadas sobre ella a fin de poder disfrutar del amor que viene como la recompensa necesaria buscada. El amor puede ser retirado cuando esas expectativas que, en ocasiones, ni siquiera han sido explicitadas no son satisfechas. La persona siempre ha de estar pendiente de la aprobación o desaprobación de aquel que puede otorgar o privar del amor. Necesariamente eso genera inseguridad, fragilidad y vulnerabilidad.

Nos equivocamos cuando proyectamos ese tipo de relación sobre Dios. Su trato con nosotros no se basa en la justicia sino en la gracia. El hermano mayor de la parábola del hijo pródigo lo entendió muy bien. Se indignó ante el comportamiento injusto de su padre. Consideró que su hermano recién llegado merecía recibir lo que por justicia le correspondía. Censuró la forma de actuar de su padre y se negó a ser cómplice de su injusta manera de proceder. Funcionaba bajo el paradigma de la justicia; el padre lo hacía bajo el de la gracia. Un paradigma, éste último, a todas luces escandaloso, especialmente para los justicieros y legalistas.

Demasiados cristianos viven inseguros, con personalidades frágiles e identidades falsas porque no han entendido y experimentado que el amor de Dios es absoluta y totalmente incondicional y nada puede separarles del mismo










 ¿Quién podrá arrebatarnos el amor que Cristo nos tiene? (Romanos 8:35)

Es bien sabido que aquellos que crecen en un entorno donde no existe el amor incondicional generan identidades inseguras y frágiles. Tiene sentido. El amor ha de ser ganado día a día a través del desempeño. Se gana cuando éste es el correcto y se pierde cuando es el incorrecto. La persona ha de satisfacer las expectativas que se tienen depositadas sobre ella a fin de poder disfrutar del amor que viene como la recompensa necesaria buscada. El amor puede ser retirado cuando esas expectativas que, en ocasiones, ni siquiera han sido explicitadas no son satisfechas. La persona siempre ha de estar pendiente de la aprobación o desaprobación de aquel que puede otorgar o privar del amor. Necesariamente eso genera inseguridad, fragilidad y vulnerabilidad.

Nos equivocamos cuando proyectamos ese tipo de relación sobre Dios. Su trato con nosotros no se basa en la justicia sino en la gracia. El hermano mayor de la parábola del hijo pródigo lo entendió muy bien. Se indignó ante el comportamiento injusto de su padre. Consideró que su hermano recién llegado merecía recibir lo que por justicia le correspondía. Censuró la forma de actuar de su padre y se negó a ser cómplice de su injusta manera de proceder. Funcionaba bajo el paradigma de la justicia; el padre lo hacía bajo el de la gracia. Un paradigma, éste último, a todas luces escandaloso, especialmente para los justicieros y legalistas.

Demasiados cristianos viven inseguros, con personalidades frágiles e identidades falsas porque no han entendido y experimentado que el amor de Dios es absoluta y totalmente incondicional y nada puede separarles del mismo