Bendeciré al Señor que me aconseja; aun en las noches me enseña mi conciencia. (Salmo 16:7)

Hay muchas maneras por medio de las cuales el Señor nos habla. Una de ellas es nuestra conciencia. Esa voz interior que emite juicios sobre nuestras acciones, omisiones, motivaciones y actitudes. Esa voz que susurra cuando queremos hacer algo que quiebra nuestro código moral, que calla cuando lo estamos llevando a cabo y grita su juicio cuando lo hemos consumado. Sus juicios son inapelables y una vez emitidos es muy, pero que muy difícil que puedan cambiar.

Pero no debemos confundir nuestra conciencia con el Espíritu Santo; son dos cosas muy diferentes. La primera es una construcción totalmente cultural. Se va formando por medio de las enseñanzas, experiencias e imputs que vamos recibiendo a lo largo de nuestra vida. Parte de estos imputs pueden corresponder a la Palabra de Dios, pero no son los únicos que conforman nuestra conciencia. Dios puede hablar a esta, de hecho lo hace por medio de la Biblia, de otros hermanos y también del trabajo directo del Espíritu Santo. 

La conciencia, por usar una metáfora contemporánea, es como un software. Nuestros ordenadores o celulares sólo pueden funcionar en base al software que previamente le hemos cargado. Nuestra conciencia solo puede emitir juicios en base a la información que previamente el hemos cargado. De ahí la importancia de que la Palabra del Señor llene nuestra mente para que la conciencia haga sus juicios en base a la misma, no a la cultura secular o religiosa que nos rodea.


¿Qué software alimenta tu conciencia?


 

Bendeciré al Señor que me aconseja; aun en las noches me enseña mi conciencia. (Salmo 16:7)

Hay muchas maneras por medio de las cuales el Señor nos habla. Una de ellas es nuestra conciencia. Esa voz interior que emite juicios sobre nuestras acciones, omisiones, motivaciones y actitudes. Esa voz que susurra cuando queremos hacer algo que quiebra nuestro código moral, que calla cuando lo estamos llevando a cabo y grita su juicio cuando lo hemos consumado. Sus juicios son inapelables y una vez emitidos es muy, pero que muy difícil que puedan cambiar.

Pero no debemos confundir nuestra conciencia con el Espíritu Santo; son dos cosas muy diferentes. La primera es una construcción totalmente cultural. Se va formando por medio de las enseñanzas, experiencias e imputs que vamos recibiendo a lo largo de nuestra vida. Parte de estos imputs pueden corresponder a la Palabra de Dios, pero no son los únicos que conforman nuestra conciencia. Dios puede hablar a esta, de hecho lo hace por medio de la Biblia, de otros hermanos y también del trabajo directo del Espíritu Santo. 

La conciencia, por usar una metáfora contemporánea, es como un software. Nuestros ordenadores o celulares sólo pueden funcionar en base al software que previamente le hemos cargado. Nuestra conciencia solo puede emitir juicios en base a la información que previamente el hemos cargado. De ahí la importancia de que la Palabra del Señor llene nuestra mente para que la conciencia haga sus juicios en base a la misma, no a la cultura secular o religiosa que nos rodea.


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Bendeciré al Señor que me aconseja; aun en las noches me enseña mi conciencia. (Salmo 16:7)

Hay muchas maneras por medio de las cuales el Señor nos habla. Una de ellas es nuestra conciencia. Esa voz interior que emite juicios sobre nuestras acciones, omisiones, motivaciones y actitudes. Esa voz que susurra cuando queremos hacer algo que quiebra nuestro código moral, que calla cuando lo estamos llevando a cabo y grita su juicio cuando lo hemos consumado. Sus juicios son inapelables y una vez emitidos es muy, pero que muy difícil que puedan cambiar.

Pero no debemos confundir nuestra conciencia con el Espíritu Santo; son dos cosas muy diferentes. La primera es una construcción totalmente cultural. Se va formando por medio de las enseñanzas, experiencias e imputs que vamos recibiendo a lo largo de nuestra vida. Parte de estos imputs pueden corresponder a la Palabra de Dios, pero no son los únicos que conforman nuestra conciencia. Dios puede hablar a esta, de hecho lo hace por medio de la Biblia, de otros hermanos y también del trabajo directo del Espíritu Santo. 

La conciencia, por usar una metáfora contemporánea, es como un software. Nuestros ordenadores o celulares sólo pueden funcionar en base al software que previamente le hemos cargado. Nuestra conciencia solo puede emitir juicios en base a la información que previamente el hemos cargado. De ahí la importancia de que la Palabra del Señor llene nuestra mente para que la conciencia haga sus juicios en base a la misma, no a la cultura secular o religiosa que nos rodea.


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