Si el Señor Dios lo manda, ¿quién no hablará en su nombre? (Amo 3:9)


Siempre a través del profeta el Señor envía una serie de oráculos contra Israel y Judá. El trabajo profético nunca ha sido agradable porque implica confrontar a la sociedad con su rebelión o su desviación de los caminos de Señor, hacerle ver que sus estilos de vida no son los correctos y adecuados. 

La iglesia tiene ese rol profético ante la sociedad, tiene la responsabilidad de hablar a la misma en el nombre del Señor denunciando todo aquello que atenta contra el carácter de Dios y so voluntad. Ahora bien, para poder tener ese rol profético la comunidad de los seguidores de Jesús debe vivir en coherencia -no perfección- los valores del Reino de Dios. 

Es precisamente esto -la coherencia, que no lo perfección- lo que le otorga autoridad moral a la iglesia para poder, de parte de Dios, denunciar su estilo de vida, sus injusticias, su pecado en definitiva. La autoridad profética no viene de tener la verdad, es decir, de poseer la Palabra, sino de vivirlo de forma real y auténtica. En demasiadas ocasiones la comunidad de los creyentes ha denunciado la paja del ojo ajeno olvidando la viga en el propio. 

Hay dos cosas que veo claras en el carácter de Dios, su santidad y su justicia. La santidad origina el comportamiento moral y, consecuentemente, la iglesia ha de denunciar todo comportamiento moral indigno por parte de la sociedad en la que vive. Pero la justicia de Dios origina también justicia y, por tanto, la iglesia es responsable de denunciar todo tipo de injusticia y opresión, no olvidemos que en Palabra el Señor es presentado como el defensor del extranjero, la viuda y el huérfano que, en definitiva, es una manera de indicar a todos aquellos que son vulnerables y necesitados. 

Ese mismo rol que la comunidad desempeña como cuerpo debemos desempeñarlos todos y cada uno de los creyentes a nivel personal e individual en todos nuestros entornos.


¿Qué debes hablar de parte de Dios en tu entorno?