Hiciste mal contemplando con agrado la desgracia de tu hermano, alegrándote a costa de las gentes de Judá el día en que las aniquilaron, expresándote con soberbia en el día de su angustia. (Abdías  1:12)


Los edomitas eran los descendientes de Esaú, el hermano de Jacob. La historia nos dice que ayudaron gustosamente a Nabuconodosor cuando esté invadió y destruyó Jerusalén llevándose a sus habitantes al destierro de Babilonia. No sólo hicieron eso, sino que contribuyeron al saqueo y expolio de la ciudad y se aprovecharon del mismo alegrándose de la desgracia de sus hermanos. El libro del profeta Abdías, el más corto del Antiguo Testamento, es un oráculo de desaprobación de parte del Señor por semejante actitud.

¿Qué podemos aprender del mismo más de 25 siglos después? Pienso que la actitud de Edom refleja la miseria del ser humano, nuestra capacidad de alegrarnos y mirar con desprecio al que sufre, al que padece y lo pasa mal. Pienso que forma parte de los efectos de la ruptura que el pecado ha generado en nuestro interior que crea esa esquizofrenia espiritual que vivimos día a día y que Pablo describía como una capacidad para reconocer el bien y optar por el mal. 

Hay algo perverso en nosotros cuando, nos guste aceptarlo o no, la desgracia del hermano nos produce una satisfacción oculta, tal vez muy oculta y muy difícil de expresar e identificar y mucho de más de aceptar, pero es así. Del mismo modo que las bendiciones recibidas por el hermano nos pueden producir una cierta desazón interna, una frustración por no haber recibido nosotros lo mismo, un sentimiento que nosotros lo merecemos, sino más, por lo menos igual.

Es tal vez por eso que Pablo nos anima a llorar con los que lloran y alegrarnos con los que están alegres. Pero para poder hacer eso uno debe entrar en contacto con nuestras emociones contradictorias -las antes descritas- reconocerlas y presentarlas ante el Señor.


¿Qué actitudes y hacia quién hay en tu vida que son similares a las de los edomitas?