Algún tiempo después, Jesús, en compañía de sus discípulos y de otra mucha gente, se dirigió a un pue- blo llamado Naín. Cerca ya de la entrada del pueblo, una nutrida comitiva fúnebre del mismo pueblo llevaba a enterrar al hijo único de una madre que era viuda. El Señor, al verla, se sintió profundamente conmovido y le dijo: — No llores. Y acercándose, tocó el féretro, y los que lo llevaban se detuvieron. Entonces Jesús exclamó: — ¡Muchacho, te ordeno que te levantes! El muerto se levantó y comenzó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre. (Lucas 11:11-17)

El encuentro de Jesús con la viuda fue totalmente fortuito; por decirlo de alguna manera la necesi- dad le salió al encuentro, no fue buscada. Sin embargo, el Señor se caracterizaba por ser sensible a las realidades con las que se encontraba y las necesidades de las personas. Y cuando la oportunidad se presentaba la aprovechaba. Del mismo modo todos nosotros, conforme vamos caminando por la vida, nos vamos encontrando con muchas necesidades. Sin duda, no del tipo de muertos que necesitan ser

resucitados; pero si emocionales, espirituales, intelectuales, materiales, físicas y un largo etcétera. Como Jesús estamos llamados a ministrar todas aquellas que están a nuestro alcance y a desarrollar el mis- mo tipo de corazón compasivo que Él desarrolló. Pero eso es costoso; en ocasiones nos puede llevar a desviarnos de nuestro camino, de nuestras ocupaciones, para hacernos cargo del necesitado. Y, lamen- tablemente, todos vivimos vidas tan complejas y ocupadas que se hace difícil el darnos cuenta del que padece necesidad a nuestro lado.

Precisamos desarrollar esos corazones compasivos para que las cosas que no podemos llevar a cabo –resucitar muertos- no nos impidan hacer aquellas que están a nuestro alcance –consolar al que ha sufrido una pérdida-.

Ni es la primera ni será la última vez que surge esta pregunta ¿Qué necesidades hay en tu entorno? ¿Qué grado de sensibilidad tienes a las oportunidades que Dios coloca a tu paso? ¿Qué cosas prácticas puedes hacer para desarrollar ese corazón compasivo?

 


Algún tiempo después, Jesús, en compañía de sus discípulos y de otra mucha gente, se dirigió a un pue- blo llamado Naín. Cerca ya de la entrada del pueblo, una nutrida comitiva fúnebre del mismo pueblo llevaba a enterrar al hijo único de una madre que era viuda. El Señor, al verla, se sintió profundamente conmovido y le dijo: — No llores. Y acercándose, tocó el féretro, y los que lo llevaban se detuvieron. Entonces Jesús exclamó: — ¡Muchacho, te ordeno que te levantes! El muerto se levantó y comenzó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre. (Lucas 11:11-17)

El encuentro de Jesús con la viuda fue totalmente fortuito; por decirlo de alguna manera la necesi- dad le salió al encuentro, no fue buscada. Sin embargo, el Señor se caracterizaba por ser sensible a las realidades con las que se encontraba y las necesidades de las personas. Y cuando la oportunidad se presentaba la aprovechaba. Del mismo modo todos nosotros, conforme vamos caminando por la vida, nos vamos encontrando con muchas necesidades. Sin duda, no del tipo de muertos que necesitan ser

resucitados; pero si emocionales, espirituales, intelectuales, materiales, físicas y un largo etcétera. Como Jesús estamos llamados a ministrar todas aquellas que están a nuestro alcance y a desarrollar el mis- mo tipo de corazón compasivo que Él desarrolló. Pero eso es costoso; en ocasiones nos puede llevar a desviarnos de nuestro camino, de nuestras ocupaciones, para hacernos cargo del necesitado. Y, lamen- tablemente, todos vivimos vidas tan complejas y ocupadas que se hace difícil el darnos cuenta del que padece necesidad a nuestro lado.

Precisamos desarrollar esos corazones compasivos para que las cosas que no podemos llevar a cabo –resucitar muertos- no nos impidan hacer aquellas que están a nuestro alcance –consolar al que ha sufrido una pérdida-.

Ni es la primera ni será la última vez que surge esta pregunta ¿Qué necesidades hay en tu entorno? ¿Qué grado de sensibilidad tienes a las oportunidades que Dios coloca a tu paso? ¿Qué cosas prácticas puedes hacer para desarrollar ese corazón compasivo?

 


Algún tiempo después, Jesús, en compañía de sus discípulos y de otra mucha gente, se dirigió a un pue- blo llamado Naín. Cerca ya de la entrada del pueblo, una nutrida comitiva fúnebre del mismo pueblo llevaba a enterrar al hijo único de una madre que era viuda. El Señor, al verla, se sintió profundamente conmovido y le dijo: — No llores. Y acercándose, tocó el féretro, y los que lo llevaban se detuvieron. Entonces Jesús exclamó: — ¡Muchacho, te ordeno que te levantes! El muerto se levantó y comenzó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre. (Lucas 11:11-17)

El encuentro de Jesús con la viuda fue totalmente fortuito; por decirlo de alguna manera la necesi- dad le salió al encuentro, no fue buscada. Sin embargo, el Señor se caracterizaba por ser sensible a las realidades con las que se encontraba y las necesidades de las personas. Y cuando la oportunidad se presentaba la aprovechaba. Del mismo modo todos nosotros, conforme vamos caminando por la vida, nos vamos encontrando con muchas necesidades. Sin duda, no del tipo de muertos que necesitan ser

resucitados; pero si emocionales, espirituales, intelectuales, materiales, físicas y un largo etcétera. Como Jesús estamos llamados a ministrar todas aquellas que están a nuestro alcance y a desarrollar el mis- mo tipo de corazón compasivo que Él desarrolló. Pero eso es costoso; en ocasiones nos puede llevar a desviarnos de nuestro camino, de nuestras ocupaciones, para hacernos cargo del necesitado. Y, lamen- tablemente, todos vivimos vidas tan complejas y ocupadas que se hace difícil el darnos cuenta del que padece necesidad a nuestro lado.

Precisamos desarrollar esos corazones compasivos para que las cosas que no podemos llevar a cabo –resucitar muertos- no nos impidan hacer aquellas que están a nuestro alcance –consolar al que ha sufrido una pérdida-.

Ni es la primera ni será la última vez que surge esta pregunta ¿Qué necesidades hay en tu entorno? ¿Qué grado de sensibilidad tienes a las oportunidades que Dios coloca a tu paso? ¿Qué cosas prácticas puedes hacer para desarrollar ese corazón compasivo?