Conociendo como conocía [Jesús] la intimidad de cada persona. (Juan 2:25)


La vergüenza es la plena conciencia de no ser el tipo de personas que deberíamos ser. No estar a la altura, no dar la talla. Creo que la vergüenza es una de las consecuencias del pecado; Adán y Eva experimentaron ese sentimiento de inadequidead y, entre otras cosas, por eso se ocultaron de la presencia de Dios. Creo que siguiendo las intuiciones de Carl Jung la vergüenza forma parte de nuestro inconsciente colectivo como humanidad y, aunque en ocasiones carezcamos de un lenguaje emocional para expresarla, todos la experimentamos en un grado mayor o menor. 

La conciencia de no ser el tipo de personas que deberíamos ser. Cualquiera de nosotros, si tiene un mínimo de honestidad personal, reconocerá que no somos el tipo de personas que aspiramos ser, que quisiéramos ser, que sabemos que deberíamos ser. Si estamos todavía sanos espiritual, moral y éticamente, ciertas conductas, actitudes, acciones u omisiones nos hacen ver qué tipo de personas somos en contraste con el que aspiramos a ser, y eso, genera vergüenza. Podemos gastar grandes cantidades de energía emocional y espiritual tratando de compensar ese sentimiento de inadequidead. Incluso, si no convencernos a nosotros mismos de que somos aptos, al menos rebajar la tensión. 

Pero con Jesús eso no funciona, Él sabe perfectamente cómo somos, que hay en nuestro interior. Por tanto, es lo más normal y natural que ante la conciencia de no ser el tipo de persona que Él espera se genere en nosotros vergüenza. La misma puede llevarnos en dos direcciones radicalmente opuestas: La primera es huir, escondernos, disimular, cubrir nuestra vergüenza con hojas de higuera más o menos sofisticadas. No podemos sentirnos seguros ni a gusto delante de alguien que conoce nuestra auténtica realidad. La segunda es experimentar amor y aceptación de parte de Jesús. Hay aspectos de nuestra vida que no pueden salir a la luz pública; aspectos de los cuales sentimos vergüenza, sin embargo, estos mismos pueden ser hablados con Jesús porque Él nos ama, acepta, acoge y no siente asco ni desprecio por nosotros. Ese conocimiento íntimo que tiene de nuestro interior  se vuelve terapéutico, sanador cuando nos acercamos a Él. Al sentirnos aceptados por Jesús en nuestra realidad podemos ¡Por fin! aceptarla nosotros mismos y, desde ahí, comenzar el proceso de cambiarla.


¿Cómo estás manejando tu vergüenza? 



Conociendo como conocía [Jesús] la intimidad de cada persona. (Juan 2:25)


La vergüenza es la plena conciencia de no ser el tipo de personas que deberíamos ser. No estar a la altura, no dar la talla. Creo que la vergüenza es una de las consecuencias del pecado; Adán y Eva experimentaron ese sentimiento de inadequidead y, entre otras cosas, por eso se ocultaron de la presencia de Dios. Creo que siguiendo las intuiciones de Carl Jung la vergüenza forma parte de nuestro inconsciente colectivo como humanidad y, aunque en ocasiones carezcamos de un lenguaje emocional para expresarla, todos la experimentamos en un grado mayor o menor. 

La conciencia de no ser el tipo de personas que deberíamos ser. Cualquiera de nosotros, si tiene un mínimo de honestidad personal, reconocerá que no somos el tipo de personas que aspiramos ser, que quisiéramos ser, que sabemos que deberíamos ser. Si estamos todavía sanos espiritual, moral y éticamente, ciertas conductas, actitudes, acciones u omisiones nos hacen ver qué tipo de personas somos en contraste con el que aspiramos a ser, y eso, genera vergüenza. Podemos gastar grandes cantidades de energía emocional y espiritual tratando de compensar ese sentimiento de inadequidead. Incluso, si no convencernos a nosotros mismos de que somos aptos, al menos rebajar la tensión. 

Pero con Jesús eso no funciona, Él sabe perfectamente cómo somos, que hay en nuestro interior. Por tanto, es lo más normal y natural que ante la conciencia de no ser el tipo de persona que Él espera se genere en nosotros vergüenza. La misma puede llevarnos en dos direcciones radicalmente opuestas: La primera es huir, escondernos, disimular, cubrir nuestra vergüenza con hojas de higuera más o menos sofisticadas. No podemos sentirnos seguros ni a gusto delante de alguien que conoce nuestra auténtica realidad. La segunda es experimentar amor y aceptación de parte de Jesús. Hay aspectos de nuestra vida que no pueden salir a la luz pública; aspectos de los cuales sentimos vergüenza, sin embargo, estos mismos pueden ser hablados con Jesús porque Él nos ama, acepta, acoge y no siente asco ni desprecio por nosotros. Ese conocimiento íntimo que tiene de nuestro interior  se vuelve terapéutico, sanador cuando nos acercamos a Él. Al sentirnos aceptados por Jesús en nuestra realidad podemos ¡Por fin! aceptarla nosotros mismos y, desde ahí, comenzar el proceso de cambiarla.


¿Cómo estás manejando tu vergüenza? 



Conociendo como conocía [Jesús] la intimidad de cada persona. (Juan 2:25)


La vergüenza es la plena conciencia de no ser el tipo de personas que deberíamos ser. No estar a la altura, no dar la talla. Creo que la vergüenza es una de las consecuencias del pecado; Adán y Eva experimentaron ese sentimiento de inadequidead y, entre otras cosas, por eso se ocultaron de la presencia de Dios. Creo que siguiendo las intuiciones de Carl Jung la vergüenza forma parte de nuestro inconsciente colectivo como humanidad y, aunque en ocasiones carezcamos de un lenguaje emocional para expresarla, todos la experimentamos en un grado mayor o menor. 

La conciencia de no ser el tipo de personas que deberíamos ser. Cualquiera de nosotros, si tiene un mínimo de honestidad personal, reconocerá que no somos el tipo de personas que aspiramos ser, que quisiéramos ser, que sabemos que deberíamos ser. Si estamos todavía sanos espiritual, moral y éticamente, ciertas conductas, actitudes, acciones u omisiones nos hacen ver qué tipo de personas somos en contraste con el que aspiramos a ser, y eso, genera vergüenza. Podemos gastar grandes cantidades de energía emocional y espiritual tratando de compensar ese sentimiento de inadequidead. Incluso, si no convencernos a nosotros mismos de que somos aptos, al menos rebajar la tensión. 

Pero con Jesús eso no funciona, Él sabe perfectamente cómo somos, que hay en nuestro interior. Por tanto, es lo más normal y natural que ante la conciencia de no ser el tipo de persona que Él espera se genere en nosotros vergüenza. La misma puede llevarnos en dos direcciones radicalmente opuestas: La primera es huir, escondernos, disimular, cubrir nuestra vergüenza con hojas de higuera más o menos sofisticadas. No podemos sentirnos seguros ni a gusto delante de alguien que conoce nuestra auténtica realidad. La segunda es experimentar amor y aceptación de parte de Jesús. Hay aspectos de nuestra vida que no pueden salir a la luz pública; aspectos de los cuales sentimos vergüenza, sin embargo, estos mismos pueden ser hablados con Jesús porque Él nos ama, acepta, acoge y no siente asco ni desprecio por nosotros. Ese conocimiento íntimo que tiene de nuestro interior  se vuelve terapéutico, sanador cuando nos acercamos a Él. Al sentirnos aceptados por Jesús en nuestra realidad podemos ¡Por fin! aceptarla nosotros mismos y, desde ahí, comenzar el proceso de cambiarla.


¿Cómo estás manejando tu vergüenza?