Al anochecer, presentaron a Jesús muchas personas que estaban poseídas por demonios. Él, con sólo una palabra, expulsó a los espíritus malignos y curó a todos los enfermos. De este modo se cumplió lo dicho por medio del profeta Isaías: Tomó sobres sí nuestras debilidades y cargó con nuestras enfermedades. (Mateo 8:16-17)


En la mente de Dios siempre ha estado la redención de toda la humanidad. Así lo indica Juan en su evangelio, de tal manera amó Dios al mundo. Nuestro planeta vive en un marasmo de problemas e injusticias, la inmensa mayoría de ellas, si no todas, causadas por la acción de ser humano que actúa de ese modo porque el pecado ha destrozado nuestro proyecto de humanidad. Es mi entender que Jesús vino, no únicamente para que unos pocos puedan ir al cielo abandonando a todos los demás a su miserable suerte, sino a instaurar su Reino, Un Reino que revierta todo aquello que el pecado ha instaurado, un Reino en el que impere la justicia, donde se elimine la pobreza, donde el emigrante no sea explotado, donde mujeres y niños puedan sentirse seguros en sus hogares sin miedo al abuso, donde unos pocos no acumulen más y más a costa del sufrimiento de muchos, donde los derechos básicos sea respetados y donde el carácter de Dios se vea reflejado.

Ciertamente, algunos de nosotros hemos tenido el privilegio de conocer a Jesús como nuestro Señor y Salvador personal y, por tanto, gozamos de su presencia aquí y de su compañía durante toda la eternidad. Sin embargo, ese privilegio conlleva una gran responsabilidad, la de unirnos a Él en el trabajo de restaurar y reconciliar. En unirnos a Él en hacer que el Reino venga. En unirnos a Él en promover la paz y la justicia, incluso al precio que Él pagó, haciendo nuestras las enfermedades y debilidades de un mundo caído al que no debemos tratar con desprecio e hipócrita superioridad moral sino con compasión.


¿Hasta qué punto de forma de vivir refleja ese aspecto del carácter de Jesús?



Al anochecer, presentaron a Jesús muchas personas que estaban poseídas por demonios. Él, con sólo una palabra, expulsó a los espíritus malignos y curó a todos los enfermos. De este modo se cumplió lo dicho por medio del profeta Isaías: Tomó sobres sí nuestras debilidades y cargó con nuestras enfermedades. (Mateo 8:16-17)


En la mente de Dios siempre ha estado la redención de toda la humanidad. Así lo indica Juan en su evangelio, de tal manera amó Dios al mundo. Nuestro planeta vive en un marasmo de problemas e injusticias, la inmensa mayoría de ellas, si no todas, causadas por la acción de ser humano que actúa de ese modo porque el pecado ha destrozado nuestro proyecto de humanidad. Es mi entender que Jesús vino, no únicamente para que unos pocos puedan ir al cielo abandonando a todos los demás a su miserable suerte, sino a instaurar su Reino, Un Reino que revierta todo aquello que el pecado ha instaurado, un Reino en el que impere la justicia, donde se elimine la pobreza, donde el emigrante no sea explotado, donde mujeres y niños puedan sentirse seguros en sus hogares sin miedo al abuso, donde unos pocos no acumulen más y más a costa del sufrimiento de muchos, donde los derechos básicos sea respetados y donde el carácter de Dios se vea reflejado.

Ciertamente, algunos de nosotros hemos tenido el privilegio de conocer a Jesús como nuestro Señor y Salvador personal y, por tanto, gozamos de su presencia aquí y de su compañía durante toda la eternidad. Sin embargo, ese privilegio conlleva una gran responsabilidad, la de unirnos a Él en el trabajo de restaurar y reconciliar. En unirnos a Él en hacer que el Reino venga. En unirnos a Él en promover la paz y la justicia, incluso al precio que Él pagó, haciendo nuestras las enfermedades y debilidades de un mundo caído al que no debemos tratar con desprecio e hipócrita superioridad moral sino con compasión.


¿Hasta qué punto de forma de vivir refleja ese aspecto del carácter de Jesús?