La ley del Señor es perfecta, reconforta al ser humano; el mandato del Señor es firme, al sencillo lo hace sabio. (Salmo 19: 8)


Sin ninguna duda nos encontramos ante la generación más formada y con más conocimiento de toda la historia de la humanidad; esto es especialmente cierto en el contexto de los países donde nos ha tocado vivir. Nunca, especialmente los jóvenes, han sabido tanto sobre tantos temas; nunca han tenido tanto acceso a tanta información y de forma tan sencilla, al alcance de un sólo clic. Pero el conocimiento y la sabiduría son dos cosas totalmente diferentes. El primero tiene que ver con la acumulación de información y datos sobre un tema determinado; la segunda, al menos según la Biblia, tiene que ver con nuestra capacidad de organizar la vida según los principios de Dios. Nos encontramos pues ante la paradoja de una generación formada intelectualmente, con más opciones disponibles que nunca antes en la historia pero, según mi opinión, carente de la sabiduría para saber qué hacer con tanta información, conocimiento y opciones; desprovista de principios y pautas para poder usar de forma correcta y adecuada en su vida personal. Sabemos más pero no necesariamente somos más felices.

Por eso me gusta la afirmación de la Palabra de Dios; he visto a muchas personas sencillas en términos académicos e intelectuales, sin embargo, treméndamente sabios, capaces de vivir vidas envidiables, llenos de un discernimiento que les permite guiarse moral y espiritualmente en medio del marasmo en el que nos ha tocado vivir, en un mundo en el que carecemos de puntos de referencia para saber qué hacer, cuándo hacer y cómo hacer. Estas personas destilaban sabiduría y todo ello provenía, no de sus títulos académicos, sino de su conocimiento y práctica de la Palabra de Dios. Esto les había dado una madurez, una solidez de carácter, una capacidad de interpretar la vida y sus situaciones que sólo podía justificarse por su recio anclaje en Dios a través de su Palabra. La Biblia es, sin duda, la mejor academia para la vida.


¿Cómo estás de información? ¿Cuál es tu nivel de sabiduría? ¿Qué relación puedes establecer entre tu sabiduría y el cultivo de la lectura, estudio y meditación de la Escritura? ¿Un paso práctico, por pequeño que sea qué puedes dar?


La ley del Señor es perfecta, reconforta al ser humano; el mandato del Señor es firme, al sencillo lo hace sabio. (Salmo 19: 8)


Sin ninguna duda nos encontramos ante la generación más formada y con más conocimiento de toda la historia de la humanidad; esto es especialmente cierto en el contexto de los países donde nos ha tocado vivir. Nunca, especialmente los jóvenes, han sabido tanto sobre tantos temas; nunca han tenido tanto acceso a tanta información y de forma tan sencilla, al alcance de un sólo clic. Pero el conocimiento y la sabiduría son dos cosas totalmente diferentes. El primero tiene que ver con la acumulación de información y datos sobre un tema determinado; la segunda, al menos según la Biblia, tiene que ver con nuestra capacidad de organizar la vida según los principios de Dios. Nos encontramos pues ante la paradoja de una generación formada intelectualmente, con más opciones disponibles que nunca antes en la historia pero, según mi opinión, carente de la sabiduría para saber qué hacer con tanta información, conocimiento y opciones; desprovista de principios y pautas para poder usar de forma correcta y adecuada en su vida personal. Sabemos más pero no necesariamente somos más felices.

Por eso me gusta la afirmación de la Palabra de Dios; he visto a muchas personas sencillas en términos académicos e intelectuales, sin embargo, treméndamente sabios, capaces de vivir vidas envidiables, llenos de un discernimiento que les permite guiarse moral y espiritualmente en medio del marasmo en el que nos ha tocado vivir, en un mundo en el que carecemos de puntos de referencia para saber qué hacer, cuándo hacer y cómo hacer. Estas personas destilaban sabiduría y todo ello provenía, no de sus títulos académicos, sino de su conocimiento y práctica de la Palabra de Dios. Esto les había dado una madurez, una solidez de carácter, una capacidad de interpretar la vida y sus situaciones que sólo podía justificarse por su recio anclaje en Dios a través de su Palabra. La Biblia es, sin duda, la mejor academia para la vida.


¿Cómo estás de información? ¿Cuál es tu nivel de sabiduría? ¿Qué relación puedes establecer entre tu sabiduría y el cultivo de la lectura, estudio y meditación de la Escritura? ¿Un paso práctico, por pequeño que sea qué puedes dar?


La ley del Señor es perfecta, reconforta al ser humano; el mandato del Señor es firme, al sencillo lo hace sabio. (Salmo 19: 8)


Sin ninguna duda nos encontramos ante la generación más formada y con más conocimiento de toda la historia de la humanidad; esto es especialmente cierto en el contexto de los países donde nos ha tocado vivir. Nunca, especialmente los jóvenes, han sabido tanto sobre tantos temas; nunca han tenido tanto acceso a tanta información y de forma tan sencilla, al alcance de un sólo clic. Pero el conocimiento y la sabiduría son dos cosas totalmente diferentes. El primero tiene que ver con la acumulación de información y datos sobre un tema determinado; la segunda, al menos según la Biblia, tiene que ver con nuestra capacidad de organizar la vida según los principios de Dios. Nos encontramos pues ante la paradoja de una generación formada intelectualmente, con más opciones disponibles que nunca antes en la historia pero, según mi opinión, carente de la sabiduría para saber qué hacer con tanta información, conocimiento y opciones; desprovista de principios y pautas para poder usar de forma correcta y adecuada en su vida personal. Sabemos más pero no necesariamente somos más felices.

Por eso me gusta la afirmación de la Palabra de Dios; he visto a muchas personas sencillas en términos académicos e intelectuales, sin embargo, treméndamente sabios, capaces de vivir vidas envidiables, llenos de un discernimiento que les permite guiarse moral y espiritualmente en medio del marasmo en el que nos ha tocado vivir, en un mundo en el que carecemos de puntos de referencia para saber qué hacer, cuándo hacer y cómo hacer. Estas personas destilaban sabiduría y todo ello provenía, no de sus títulos académicos, sino de su conocimiento y práctica de la Palabra de Dios. Esto les había dado una madurez, una solidez de carácter, una capacidad de interpretar la vida y sus situaciones que sólo podía justificarse por su recio anclaje en Dios a través de su Palabra. La Biblia es, sin duda, la mejor academia para la vida.


¿Cómo estás de información? ¿Cuál es tu nivel de sabiduría? ¿Qué relación puedes establecer entre tu sabiduría y el cultivo de la lectura, estudio y meditación de la Escritura? ¿Un paso práctico, por pequeño que sea qué puedes dar?