Este es mi Hijo amado en quien me complazco. (Mateo 3:17)


Todo líder debe de tomar la decisión consciente de determinar quién es su público, su audiencia. Si la vida y el ministerio fueran una obra de teatro sería cuestión de determinar para quién o quiénes estamos actuando y buscamos el reconocimiento y el aplauso. Es muy importante puesto que adecuamos nuestra actuación a la audiencia y actuamos de forma que podamos satisfacer sus deseos y expectativas. Todo seguidor de Jesús en general, y los líderes en particular, deberían de pararse y pensar para quién actúan en esta vida. Lo tengamos identificado a nivel consciente o nos mueva a nivel inconsciente sin que ni siquiera nos demos cuenta, todos vivimos la vida en función del público al que hemos invitado a nuestra representación.

Un líder cristiano debería tener al Señor como su única audiencia. Consecuentemente, buscaría el reconocimiento, la complacencia y el aplauso del Padre como lo hizo Jesús. Si Él es nuestro público, nos esforzaremos en vivir y liderar de tal modo y manera que podamos tener la seguridad de su satisfacción y alegría. El reconocimiento de los demás, su aplauso y aprobación puede ser bienvenido, pero ni es imprescindible ni tampoco es necesario. La comprensión de los otros hará el trabajo más liviano y nos planteará menos resistencias, pero siempre debe ser el resultado y no el objetivo de nuestro ministerio. Podemos obtener aprobación y reconocimiento, pero no lo buscamos en la gente sino en Dios.

Entender para quién uno actúa es fundamental. La falta de seguridad de muchos líderes les lleva a buscar, a veces de manera compulsiva, el aplauso de otros. Como a cualquier artista, el reconocimiento sube su autoestima y les provee de la seguridad y confianza que no han encontrado en Jesús. Cualquier variación en el amor del público genera frustración, desánimo e incluso ira. Un interprete siempre tiene una relación de amor y odio con su público; depende desesperadamente de su validación. 

Actuar únicamente para Dios produce una gran libertad. Él es nuestro público principal y del único que buscamos aplauso y reconocimiento. Sabe perdonar nuestras malas actuaciones y saber celebrar con delirio nuestros éxitos por pequeños que sean ¿No hace eso cualquier padre con sus hijos? Cuando actuamos exclusivamente para el Señor no tenemos la tensión y estrés de tratar de averiguar cómo agradar a toda una extensa audiencia. Únicamente hemos de preocuparnos de agradarle a Él puesto que es el único cuya opinión cuenta. Todos los demás espectadores de nuestra vida y ministerio han estado invitados a una función privada cuyo espectador es el Señor.


¿Para quién actúas, de quién buscas el aplauso y reconocimiento?





Este es mi Hijo amado en quien me complazco. (Mateo 3:17)


Todo líder debe de tomar la decisión consciente de determinar quién es su público, su audiencia. Si la vida y el ministerio fueran una obra de teatro sería cuestión de determinar para quién o quiénes estamos actuando y buscamos el reconocimiento y el aplauso. Es muy importante puesto que adecuamos nuestra actuación a la audiencia y actuamos de forma que podamos satisfacer sus deseos y expectativas. Todo seguidor de Jesús en general, y los líderes en particular, deberían de pararse y pensar para quién actúan en esta vida. Lo tengamos identificado a nivel consciente o nos mueva a nivel inconsciente sin que ni siquiera nos demos cuenta, todos vivimos la vida en función del público al que hemos invitado a nuestra representación.

Un líder cristiano debería tener al Señor como su única audiencia. Consecuentemente, buscaría el reconocimiento, la complacencia y el aplauso del Padre como lo hizo Jesús. Si Él es nuestro público, nos esforzaremos en vivir y liderar de tal modo y manera que podamos tener la seguridad de su satisfacción y alegría. El reconocimiento de los demás, su aplauso y aprobación puede ser bienvenido, pero ni es imprescindible ni tampoco es necesario. La comprensión de los otros hará el trabajo más liviano y nos planteará menos resistencias, pero siempre debe ser el resultado y no el objetivo de nuestro ministerio. Podemos obtener aprobación y reconocimiento, pero no lo buscamos en la gente sino en Dios.

Entender para quién uno actúa es fundamental. La falta de seguridad de muchos líderes les lleva a buscar, a veces de manera compulsiva, el aplauso de otros. Como a cualquier artista, el reconocimiento sube su autoestima y les provee de la seguridad y confianza que no han encontrado en Jesús. Cualquier variación en el amor del público genera frustración, desánimo e incluso ira. Un interprete siempre tiene una relación de amor y odio con su público; depende desesperadamente de su validación. 

Actuar únicamente para Dios produce una gran libertad. Él es nuestro público principal y del único que buscamos aplauso y reconocimiento. Sabe perdonar nuestras malas actuaciones y saber celebrar con delirio nuestros éxitos por pequeños que sean ¿No hace eso cualquier padre con sus hijos? Cuando actuamos exclusivamente para el Señor no tenemos la tensión y estrés de tratar de averiguar cómo agradar a toda una extensa audiencia. Únicamente hemos de preocuparnos de agradarle a Él puesto que es el único cuya opinión cuenta. Todos los demás espectadores de nuestra vida y ministerio han estado invitados a una función privada cuyo espectador es el Señor.


¿Para quién actúas, de quién buscas el aplauso y reconocimiento?





Este es mi Hijo amado en quien me complazco. (Mateo 3:17)


Todo líder debe de tomar la decisión consciente de determinar quién es su público, su audiencia. Si la vida y el ministerio fueran una obra de teatro sería cuestión de determinar para quién o quiénes estamos actuando y buscamos el reconocimiento y el aplauso. Es muy importante puesto que adecuamos nuestra actuación a la audiencia y actuamos de forma que podamos satisfacer sus deseos y expectativas. Todo seguidor de Jesús en general, y los líderes en particular, deberían de pararse y pensar para quién actúan en esta vida. Lo tengamos identificado a nivel consciente o nos mueva a nivel inconsciente sin que ni siquiera nos demos cuenta, todos vivimos la vida en función del público al que hemos invitado a nuestra representación.

Un líder cristiano debería tener al Señor como su única audiencia. Consecuentemente, buscaría el reconocimiento, la complacencia y el aplauso del Padre como lo hizo Jesús. Si Él es nuestro público, nos esforzaremos en vivir y liderar de tal modo y manera que podamos tener la seguridad de su satisfacción y alegría. El reconocimiento de los demás, su aplauso y aprobación puede ser bienvenido, pero ni es imprescindible ni tampoco es necesario. La comprensión de los otros hará el trabajo más liviano y nos planteará menos resistencias, pero siempre debe ser el resultado y no el objetivo de nuestro ministerio. Podemos obtener aprobación y reconocimiento, pero no lo buscamos en la gente sino en Dios.

Entender para quién uno actúa es fundamental. La falta de seguridad de muchos líderes les lleva a buscar, a veces de manera compulsiva, el aplauso de otros. Como a cualquier artista, el reconocimiento sube su autoestima y les provee de la seguridad y confianza que no han encontrado en Jesús. Cualquier variación en el amor del público genera frustración, desánimo e incluso ira. Un interprete siempre tiene una relación de amor y odio con su público; depende desesperadamente de su validación. 

Actuar únicamente para Dios produce una gran libertad. Él es nuestro público principal y del único que buscamos aplauso y reconocimiento. Sabe perdonar nuestras malas actuaciones y saber celebrar con delirio nuestros éxitos por pequeños que sean ¿No hace eso cualquier padre con sus hijos? Cuando actuamos exclusivamente para el Señor no tenemos la tensión y estrés de tratar de averiguar cómo agradar a toda una extensa audiencia. Únicamente hemos de preocuparnos de agradarle a Él puesto que es el único cuya opinión cuenta. Todos los demás espectadores de nuestra vida y ministerio han estado invitados a una función privada cuyo espectador es el Señor.


¿Para quién actúas, de quién buscas el aplauso y reconocimiento?