Estad, pues, atentos a no rechazar la voz de Dios. (Hebreos 12:26)

También existe una dificultad añadida, demasiadas voces hablando a nuestras vidas. Así, pues, por un lado no nos han enseñado a distinguir la voz del Maestro, por otro la contaminación acústica es brutal en el mundo en el que nos ha tocado vivir. ¡Son tantas las voces que hablan e incluso gritan a nuestro corazón! La cultura, nuestros propios deseos, nuestra vieja naturaleza, la iglesia, la denominación, nuestro corazón -que como dice la Escritura nos habla mentiras y engaños- la voz del enemigo, invitándonos a desconfiar del Dios de la Biblia y sus promesas. Por lo general, la experiencia me dice, todas esas voces acostumbran a gritar; por el contrario, la voz del Señor acostumbra a ser un silvo apacible, un simple susurro que es preciso escuchar con atención y concentración.

No es posible escuchar la voz de Dios sin detenerse del ritmo frenético de la vida, parar atención, ir acallando los gritos de todas las voces antes mencionadas y poder sentir y distinguir el susurro del Señor en nuestra vida. Cuando uno se adiestra en hacerlo, pues es un aprendizaje, la voz ganando volumen, nitidez y contundencia.


¿Cuán adiestrado estás en escuchar la voz de Dios? ¿Cuán capaz eres de distinguirla entre tanto ruido?





Estad, pues, atentos a no rechazar la voz de Dios. (Hebreos 12:26)

También existe una dificultad añadida, demasiadas voces hablando a nuestras vidas. Así, pues, por un lado no nos han enseñado a distinguir la voz del Maestro, por otro la contaminación acústica es brutal en el mundo en el que nos ha tocado vivir. ¡Son tantas las voces que hablan e incluso gritan a nuestro corazón! La cultura, nuestros propios deseos, nuestra vieja naturaleza, la iglesia, la denominación, nuestro corazón -que como dice la Escritura nos habla mentiras y engaños- la voz del enemigo, invitándonos a desconfiar del Dios de la Biblia y sus promesas. Por lo general, la experiencia me dice, todas esas voces acostumbran a gritar; por el contrario, la voz del Señor acostumbra a ser un silvo apacible, un simple susurro que es preciso escuchar con atención y concentración.

No es posible escuchar la voz de Dios sin detenerse del ritmo frenético de la vida, parar atención, ir acallando los gritos de todas las voces antes mencionadas y poder sentir y distinguir el susurro del Señor en nuestra vida. Cuando uno se adiestra en hacerlo, pues es un aprendizaje, la voz ganando volumen, nitidez y contundencia.


¿Cuán adiestrado estás en escuchar la voz de Dios? ¿Cuán capaz eres de distinguirla entre tanto ruido?





Estad, pues, atentos a no rechazar la voz de Dios. (Hebreos 12:26)

También existe una dificultad añadida, demasiadas voces hablando a nuestras vidas. Así, pues, por un lado no nos han enseñado a distinguir la voz del Maestro, por otro la contaminación acústica es brutal en el mundo en el que nos ha tocado vivir. ¡Son tantas las voces que hablan e incluso gritan a nuestro corazón! La cultura, nuestros propios deseos, nuestra vieja naturaleza, la iglesia, la denominación, nuestro corazón -que como dice la Escritura nos habla mentiras y engaños- la voz del enemigo, invitándonos a desconfiar del Dios de la Biblia y sus promesas. Por lo general, la experiencia me dice, todas esas voces acostumbran a gritar; por el contrario, la voz del Señor acostumbra a ser un silvo apacible, un simple susurro que es preciso escuchar con atención y concentración.

No es posible escuchar la voz de Dios sin detenerse del ritmo frenético de la vida, parar atención, ir acallando los gritos de todas las voces antes mencionadas y poder sentir y distinguir el susurro del Señor en nuestra vida. Cuando uno se adiestra en hacerlo, pues es un aprendizaje, la voz ganando volumen, nitidez y contundencia.


¿Cuán adiestrado estás en escuchar la voz de Dios? ¿Cuán capaz eres de distinguirla entre tanto ruido?