Entonces Moisés preguntó a Dios:  ¿Quién soy yo para presentarme al faraón y sacar de Egipto a los israelitas? (Éxodo 3:11)

Al leer este versículo han venido a mi mente dos maneras de afrontar la reflexión del mismo. La primera, es hacerlo en el contexto de todo el pasaje, el llamamiento de Moisés para la misión de liberar al pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto. La segunda, una reflexión acerca de la identidad de la persona. Voy a optar por esta última, mañana, si el Señor lo permite, abordaré la primera, la relacionada con la tarea encomendada a Moisés y sus creativas excusas.

La cuestión de la identidad es seria. En alguna ocasión todos nos hemos preguntado quiénes somos. Obviamente no es una pregunta fácil de responder y no deja de ser frecuente que la dejemos pasar después de haberle dedicado un poco de atención. Me da la impresión de que hay personas que pueden pasar por la vida sin darle la importancia debida a la respuesta a esa pregunta. La sociedad la contesta, a menudo, por nosotros. Nos presta identidades. Nos dice que nos definamos por lo que logramos, conseguimos, el poder que acumulamos, los títulos que alcanzamos. Soy en la medida que logro. La sociedad también nos invita a definir nuestra identidad por medio de la aceptación de los demás; nuestros padres, nuestros amigos, nuestros compañeros, nuestros líderes, etc. Una muestra contemporánea de ello serían las redes sociales. Tantos likes, tanto valgo. 

Algunos autores cristianos denominan a esta forma de responder a la pregunta, construir un falso yo. Un yo -o identidad- que la formamos con las referencias que el entorno nos va proveyendo acerca de quién deberíamos ser. En contraste, estos mismos autores indican que el verdadero yo -o identidad- no se construye, se recibe de Dios. A la pregunta de quién soy yo, la respuesta viene de la Palabra del Señor y todo lo que en ella se dice acerca de nosotros. Somos hijos amados, herederos del universo juntamente con Cristo.

¿Cómo estás definiendo tu identidad?


Entonces Moisés preguntó a Dios:  ¿Quién soy yo para presentarme al faraón y sacar de Egipto a los israelitas? (Éxodo 3:11)

Al leer este versículo han venido a mi mente dos maneras de afrontar la reflexión del mismo. La primera, es hacerlo en el contexto de todo el pasaje, el llamamiento de Moisés para la misión de liberar al pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto. La segunda, una reflexión acerca de la identidad de la persona. Voy a optar por esta última, mañana, si el Señor lo permite, abordaré la primera, la relacionada con la tarea encomendada a Moisés y sus creativas excusas.

La cuestión de la identidad es seria. En alguna ocasión todos nos hemos preguntado quiénes somos. Obviamente no es una pregunta fácil de responder y no deja de ser frecuente que la dejemos pasar después de haberle dedicado un poco de atención. Me da la impresión de que hay personas que pueden pasar por la vida sin darle la importancia debida a la respuesta a esa pregunta. La sociedad la contesta, a menudo, por nosotros. Nos presta identidades. Nos dice que nos definamos por lo que logramos, conseguimos, el poder que acumulamos, los títulos que alcanzamos. Soy en la medida que logro. La sociedad también nos invita a definir nuestra identidad por medio de la aceptación de los demás; nuestros padres, nuestros amigos, nuestros compañeros, nuestros líderes, etc. Una muestra contemporánea de ello serían las redes sociales. Tantos likes, tanto valgo. 

Algunos autores cristianos denominan a esta forma de responder a la pregunta, construir un falso yo. Un yo -o identidad- que la formamos con las referencias que el entorno nos va proveyendo acerca de quién deberíamos ser. En contraste, estos mismos autores indican que el verdadero yo -o identidad- no se construye, se recibe de Dios. A la pregunta de quién soy yo, la respuesta viene de la Palabra del Señor y todo lo que en ella se dice acerca de nosotros. Somos hijos amados, herederos del universo juntamente con Cristo.

¿Cómo estás definiendo tu identidad?


Entonces Moisés preguntó a Dios:  ¿Quién soy yo para presentarme al faraón y sacar de Egipto a los israelitas? (Éxodo 3:11)

Al leer este versículo han venido a mi mente dos maneras de afrontar la reflexión del mismo. La primera, es hacerlo en el contexto de todo el pasaje, el llamamiento de Moisés para la misión de liberar al pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto. La segunda, una reflexión acerca de la identidad de la persona. Voy a optar por esta última, mañana, si el Señor lo permite, abordaré la primera, la relacionada con la tarea encomendada a Moisés y sus creativas excusas.

La cuestión de la identidad es seria. En alguna ocasión todos nos hemos preguntado quiénes somos. Obviamente no es una pregunta fácil de responder y no deja de ser frecuente que la dejemos pasar después de haberle dedicado un poco de atención. Me da la impresión de que hay personas que pueden pasar por la vida sin darle la importancia debida a la respuesta a esa pregunta. La sociedad la contesta, a menudo, por nosotros. Nos presta identidades. Nos dice que nos definamos por lo que logramos, conseguimos, el poder que acumulamos, los títulos que alcanzamos. Soy en la medida que logro. La sociedad también nos invita a definir nuestra identidad por medio de la aceptación de los demás; nuestros padres, nuestros amigos, nuestros compañeros, nuestros líderes, etc. Una muestra contemporánea de ello serían las redes sociales. Tantos likes, tanto valgo. 

Algunos autores cristianos denominan a esta forma de responder a la pregunta, construir un falso yo. Un yo -o identidad- que la formamos con las referencias que el entorno nos va proveyendo acerca de quién deberíamos ser. En contraste, estos mismos autores indican que el verdadero yo -o identidad- no se construye, se recibe de Dios. A la pregunta de quién soy yo, la respuesta viene de la Palabra del Señor y todo lo que en ella se dice acerca de nosotros. Somos hijos amados, herederos del universo juntamente con Cristo.

¿Cómo estás definiendo tu identidad?