Pero tengo una queja contra ti, y es que has dejado enfriar tu primer amor. Reflexiona, pues, sobre la altura de la que has caído, conviértete y vuelve a portarte como al principio. De lo contrario, si no te conviertes, vendré a ti y arrancaré tu candelero del lugar que ocupa. (Apocalipsis 2:4-5)


El amor, tal y como lo entiende la Biblia, no puede basarse en las emociones ni estas le pueden dar consistencia y continuidad. Amor es compromiso y éste nace la voluntad, es intencional y pro activo; es, en definitiva una opción por algo o alguien que implica, necesariamente, la renuncia a otras cosas. Siempre me ha sorprendido los llamamientos de Dios a la fidelidad y a amarle. Cuando era más inmaduro los consideraba -aunque mi mente lo negara- como las exigencias de alguien que quería una relación tóxica y exclusiva. Hasta cierto punto me parecía como una demanda infantil. Un Dios que precisa ser el centro del universo y que requiere, como un adulto egocéntrico, nuestra atención concentrada y exclusiva. Visto así dan pocas ganas de relacionarse con Él. 

Solo cuando comprendí que su exigencia de amor, su reproche a la iglesia de Efeso, está orientada a mi bien, a mi bienestar integral como persona, a mi shalom; sólo entonces pude entender su exigencia de amor y compromiso hacia Él. Porque cuando me alejo, cuando mi lealtad y amor se orienta en otras direcciones, cuando mi fidelidad cambia y se traslada a otros sujetos, entonces me deterioro, el proceso de volverme como Jesús se para y el egocentrismo crece, ocupa espacios, me anestesia en cuanto al mundo y sus necesidades, me vuelve más indiferente a la misión de Dios y, en definitiva, paraliza el proceso de salvación que comenzó el día que tomé la libre decisión de seguirlo. 

Uno comienza el camino bien, animado, confiado, gozoso y dispuesto. Pero hay muchas cosas que pueden llamar nuestra atención, distraernos del seguimiento, invitarnos a tomar supuestos atajos o incluso a desviarnos. Puede ser que si nos paramos y buscamos comprobemos que hace tiempo que perdimos a Jesús de vista.

¿Cómo está tu primer amor?


Pero tengo una queja contra ti, y es que has dejado enfriar tu primer amor. Reflexiona, pues, sobre la altura de la que has caído, conviértete y vuelve a portarte como al principio. De lo contrario, si no te conviertes, vendré a ti y arrancaré tu candelero del lugar que ocupa. (Apocalipsis 2:4-5)


El amor, tal y como lo entiende la Biblia, no puede basarse en las emociones ni estas le pueden dar consistencia y continuidad. Amor es compromiso y éste nace la voluntad, es intencional y pro activo; es, en definitiva una opción por algo o alguien que implica, necesariamente, la renuncia a otras cosas. Siempre me ha sorprendido los llamamientos de Dios a la fidelidad y a amarle. Cuando era más inmaduro los consideraba -aunque mi mente lo negara- como las exigencias de alguien que quería una relación tóxica y exclusiva. Hasta cierto punto me parecía como una demanda infantil. Un Dios que precisa ser el centro del universo y que requiere, como un adulto egocéntrico, nuestra atención concentrada y exclusiva. Visto así dan pocas ganas de relacionarse con Él. 

Solo cuando comprendí que su exigencia de amor, su reproche a la iglesia de Efeso, está orientada a mi bien, a mi bienestar integral como persona, a mi shalom; sólo entonces pude entender su exigencia de amor y compromiso hacia Él. Porque cuando me alejo, cuando mi lealtad y amor se orienta en otras direcciones, cuando mi fidelidad cambia y se traslada a otros sujetos, entonces me deterioro, el proceso de volverme como Jesús se para y el egocentrismo crece, ocupa espacios, me anestesia en cuanto al mundo y sus necesidades, me vuelve más indiferente a la misión de Dios y, en definitiva, paraliza el proceso de salvación que comenzó el día que tomé la libre decisión de seguirlo. 

Uno comienza el camino bien, animado, confiado, gozoso y dispuesto. Pero hay muchas cosas que pueden llamar nuestra atención, distraernos del seguimiento, invitarnos a tomar supuestos atajos o incluso a desviarnos. Puede ser que si nos paramos y buscamos comprobemos que hace tiempo que perdimos a Jesús de vista.

¿Cómo está tu primer amor?


Pero tengo una queja contra ti, y es que has dejado enfriar tu primer amor. Reflexiona, pues, sobre la altura de la que has caído, conviértete y vuelve a portarte como al principio. De lo contrario, si no te conviertes, vendré a ti y arrancaré tu candelero del lugar que ocupa. (Apocalipsis 2:4-5)


El amor, tal y como lo entiende la Biblia, no puede basarse en las emociones ni estas le pueden dar consistencia y continuidad. Amor es compromiso y éste nace la voluntad, es intencional y pro activo; es, en definitiva una opción por algo o alguien que implica, necesariamente, la renuncia a otras cosas. Siempre me ha sorprendido los llamamientos de Dios a la fidelidad y a amarle. Cuando era más inmaduro los consideraba -aunque mi mente lo negara- como las exigencias de alguien que quería una relación tóxica y exclusiva. Hasta cierto punto me parecía como una demanda infantil. Un Dios que precisa ser el centro del universo y que requiere, como un adulto egocéntrico, nuestra atención concentrada y exclusiva. Visto así dan pocas ganas de relacionarse con Él. 

Solo cuando comprendí que su exigencia de amor, su reproche a la iglesia de Efeso, está orientada a mi bien, a mi bienestar integral como persona, a mi shalom; sólo entonces pude entender su exigencia de amor y compromiso hacia Él. Porque cuando me alejo, cuando mi lealtad y amor se orienta en otras direcciones, cuando mi fidelidad cambia y se traslada a otros sujetos, entonces me deterioro, el proceso de volverme como Jesús se para y el egocentrismo crece, ocupa espacios, me anestesia en cuanto al mundo y sus necesidades, me vuelve más indiferente a la misión de Dios y, en definitiva, paraliza el proceso de salvación que comenzó el día que tomé la libre decisión de seguirlo. 

Uno comienza el camino bien, animado, confiado, gozoso y dispuesto. Pero hay muchas cosas que pueden llamar nuestra atención, distraernos del seguimiento, invitarnos a tomar supuestos atajos o incluso a desviarnos. Puede ser que si nos paramos y buscamos comprobemos que hace tiempo que perdimos a Jesús de vista.

¿Cómo está tu primer amor?