Pero Esaú corrió a su encuentro y, echándole los brazos al cuello, lo abrazó y rompieron juntos a llorar. (Génesis 33:4)

Desde que el ser humano se rebeló contra Dios y su autoridad las relaciones interpersonales se han vuelto complicadas y complejas. Una de las consecuencias de nuestra separación del Señor ha sido, precisamente, una ruptura entre los seres humanos. La historia comenzó con Adán culpando a Eva de su desgracia, para después pasar a Caín matando a Abel por una cuestión de celos y envidias. Desde entonces la tónica ha seguido y no ha dejado de empeorar. Solo el perdón, pedido y otorgado, puede restablecer, o al menos intentarlo, las relaciones rotas. Si no hay perdón solo queda la venganza, el hacer que el otro experimente lo mismo que nos ha hecho experimentar a nosotros. El capítulo 34 del libro de Génesis ilustra claramente los efectos devastadores del ciclo acción y reacción que genera la ofensa cuando no hay perdón. 

Este pasaje de Génesis, como el anterior, introduce uno de los grandes temas de la Escritura, el perdón. Perdonar es pasar por alto las ofensas. No significa que no seamos conscientes de ellas. Tampoco que le quitemos importancia a las mismas. No implica que neguemos las emociones que van ligadas al sentirse ofendido, son humanas y naturales. Perdonar significa que tomamos la decisión de vivir pasando página, cerrando capítulo, mirando hacia adelante en vez de continuar estancados en las emociones y el dolor del pasado y/o el presente. Significa que liberamos al ofensor -tanto si nos pide perdón como si no, porque el perdón es una acción unilateral que nosotros decidimos ejercer- de la deuda y gestionamos con el Señor todas las emociones y el dolor que la ofensa haya podido generar. 

Frecuentemente el perdón, aunque comienza con un acto puntual, es un proceso. El proceso, vuelvo a insistir de gestionar el dolor y las emociones con Dios.


¿A quién debes perdonar? ¿Cuál es el precio de no hacerlo?



Pero Esaú corrió a su encuentro y, echándole los brazos al cuello, lo abrazó y rompieron juntos a llorar. (Génesis 33:4)

Desde que el ser humano se rebeló contra Dios y su autoridad las relaciones interpersonales se han vuelto complicadas y complejas. Una de las consecuencias de nuestra separación del Señor ha sido, precisamente, una ruptura entre los seres humanos. La historia comenzó con Adán culpando a Eva de su desgracia, para después pasar a Caín matando a Abel por una cuestión de celos y envidias. Desde entonces la tónica ha seguido y no ha dejado de empeorar. Solo el perdón, pedido y otorgado, puede restablecer, o al menos intentarlo, las relaciones rotas. Si no hay perdón solo queda la venganza, el hacer que el otro experimente lo mismo que nos ha hecho experimentar a nosotros. El capítulo 34 del libro de Génesis ilustra claramente los efectos devastadores del ciclo acción y reacción que genera la ofensa cuando no hay perdón. 

Este pasaje de Génesis, como el anterior, introduce uno de los grandes temas de la Escritura, el perdón. Perdonar es pasar por alto las ofensas. No significa que no seamos conscientes de ellas. Tampoco que le quitemos importancia a las mismas. No implica que neguemos las emociones que van ligadas al sentirse ofendido, son humanas y naturales. Perdonar significa que tomamos la decisión de vivir pasando página, cerrando capítulo, mirando hacia adelante en vez de continuar estancados en las emociones y el dolor del pasado y/o el presente. Significa que liberamos al ofensor -tanto si nos pide perdón como si no, porque el perdón es una acción unilateral que nosotros decidimos ejercer- de la deuda y gestionamos con el Señor todas las emociones y el dolor que la ofensa haya podido generar. 

Frecuentemente el perdón, aunque comienza con un acto puntual, es un proceso. El proceso, vuelvo a insistir de gestionar el dolor y las emociones con Dios.


¿A quién debes perdonar? ¿Cuál es el precio de no hacerlo?



Pero Esaú corrió a su encuentro y, echándole los brazos al cuello, lo abrazó y rompieron juntos a llorar. (Génesis 33:4)

Desde que el ser humano se rebeló contra Dios y su autoridad las relaciones interpersonales se han vuelto complicadas y complejas. Una de las consecuencias de nuestra separación del Señor ha sido, precisamente, una ruptura entre los seres humanos. La historia comenzó con Adán culpando a Eva de su desgracia, para después pasar a Caín matando a Abel por una cuestión de celos y envidias. Desde entonces la tónica ha seguido y no ha dejado de empeorar. Solo el perdón, pedido y otorgado, puede restablecer, o al menos intentarlo, las relaciones rotas. Si no hay perdón solo queda la venganza, el hacer que el otro experimente lo mismo que nos ha hecho experimentar a nosotros. El capítulo 34 del libro de Génesis ilustra claramente los efectos devastadores del ciclo acción y reacción que genera la ofensa cuando no hay perdón. 

Este pasaje de Génesis, como el anterior, introduce uno de los grandes temas de la Escritura, el perdón. Perdonar es pasar por alto las ofensas. No significa que no seamos conscientes de ellas. Tampoco que le quitemos importancia a las mismas. No implica que neguemos las emociones que van ligadas al sentirse ofendido, son humanas y naturales. Perdonar significa que tomamos la decisión de vivir pasando página, cerrando capítulo, mirando hacia adelante en vez de continuar estancados en las emociones y el dolor del pasado y/o el presente. Significa que liberamos al ofensor -tanto si nos pide perdón como si no, porque el perdón es una acción unilateral que nosotros decidimos ejercer- de la deuda y gestionamos con el Señor todas las emociones y el dolor que la ofensa haya podido generar. 

Frecuentemente el perdón, aunque comienza con un acto puntual, es un proceso. El proceso, vuelvo a insistir de gestionar el dolor y las emociones con Dios.


¿A quién debes perdonar? ¿Cuál es el precio de no hacerlo?