El tercer personaje en liza en esta parábola es el hermano mayor. A menudo tenemos la tendencia a pensar que fue el menor de ellos quien estaba perdido, sin embargo, desde el punto de vista espiritual el mayor de ambos no estaba en una situación mejor; así lo demuestra su reacción ante la situación. Hay varios aspectos que vale la pena destacar.

Primero, su incapacidad de sentir misericordia por su hermano perdido. Sus sentimientos son totalmente contrarios a los de su padre. Mira las cosas desde el lado de la ley, le parece tener toda la razón del mundo para estar ofendido y enfadado y, lo cierto es que la tiene, el trato que está recibiendo su hermano es injusto. Pero la gracia no entiende de justicia o injusticia sino de necesidades. Y aquel hermano perdido, si ha de ser recuperado y redimido lo que necesita no es la ley -incapaz de redimir a nadie- sino la gracia transformadora, escandalosa e injusta. 

Segundo, su juicio hacia la actitud de su padre. El hermano, no sólo es incapaz de sentir misericordia y alegrarse por el regreso del perdido, sino que juzga la conducta de su padre y la considera injusta e indigna. Su sentido de la justicia es más alto que el de su propio padre -el principal ofendido en esta historia, no lo olvidemos- y aunque éste pueda perdonar, él no piensa hacerlo. El hijo afea el proceder de su padre y esto nos hace pensar en cómo la dignidad y buen nombre del padre se debió de ver afectado también entre sus vecinos. Perdonar al hijo le estaba costando un alto precio en términos de incomprensión y juicio por parte de su entorno. 

Finalmente, su negativa a entrar en la fiesta y participar del gozo del regreso de su hermano. Todo parece indicar que las palabras y el intento de persuasión por parte del padre fueron en vano. El hijo mayor ni quería ni podía participar de algo que atentaba contra su alto sentido de la justicia. No se rebajaría a participar en algo que le parecía totalmente fuera de lugar.

Muchas veces he sentido miedo de convertirme en un hermano mayor. Soy consciente de ser un pródigo que ha sido redimido, acogido y aceptado en la familia no debido a lo que era, sino a pesar de lo que era. He sido restaurado en la condición de hijo en contra de aquello que la justicia exigía. Pero me doy cuenta que una vez que llevo tiempo en la casa del padre es fácil olvidar de dónde vengo y desarrollar el síndrome del hermano mayor. Es fácil comenzar a juzgar a otros como indignos, a medirlos desde la vara de la ley y no de la gracia. Es fácil olvidar cómo yo fui tratado y comenzar a exigirle a Dios que trate a los demás de una forma diferente a como me trató a mí. Es fácil, en definitiva, considerar que nuestros niveles son más altos y más exigentes que los del mismo Dios. 


¿Qué síntomas del síndrome del hermano mayor puedes detectar en tu vida? ¿Qué puedes y debes hacer al respecto?








El tercer personaje en liza en esta parábola es el hermano mayor. A menudo tenemos la tendencia a pensar que fue el menor de ellos quien estaba perdido, sin embargo, desde el punto de vista espiritual el mayor de ambos no estaba en una situación mejor; así lo demuestra su reacción ante la situación. Hay varios aspectos que vale la pena destacar.

Primero, su incapacidad de sentir misericordia por su hermano perdido. Sus sentimientos son totalmente contrarios a los de su padre. Mira las cosas desde el lado de la ley, le parece tener toda la razón del mundo para estar ofendido y enfadado y, lo cierto es que la tiene, el trato que está recibiendo su hermano es injusto. Pero la gracia no entiende de justicia o injusticia sino de necesidades. Y aquel hermano perdido, si ha de ser recuperado y redimido lo que necesita no es la ley -incapaz de redimir a nadie- sino la gracia transformadora, escandalosa e injusta. 

Segundo, su juicio hacia la actitud de su padre. El hermano, no sólo es incapaz de sentir misericordia y alegrarse por el regreso del perdido, sino que juzga la conducta de su padre y la considera injusta e indigna. Su sentido de la justicia es más alto que el de su propio padre -el principal ofendido en esta historia, no lo olvidemos- y aunque éste pueda perdonar, él no piensa hacerlo. El hijo afea el proceder de su padre y esto nos hace pensar en cómo la dignidad y buen nombre del padre se debió de ver afectado también entre sus vecinos. Perdonar al hijo le estaba costando un alto precio en términos de incomprensión y juicio por parte de su entorno. 

Finalmente, su negativa a entrar en la fiesta y participar del gozo del regreso de su hermano. Todo parece indicar que las palabras y el intento de persuasión por parte del padre fueron en vano. El hijo mayor ni quería ni podía participar de algo que atentaba contra su alto sentido de la justicia. No se rebajaría a participar en algo que le parecía totalmente fuera de lugar.

Muchas veces he sentido miedo de convertirme en un hermano mayor. Soy consciente de ser un pródigo que ha sido redimido, acogido y aceptado en la familia no debido a lo que era, sino a pesar de lo que era. He sido restaurado en la condición de hijo en contra de aquello que la justicia exigía. Pero me doy cuenta que una vez que llevo tiempo en la casa del padre es fácil olvidar de dónde vengo y desarrollar el síndrome del hermano mayor. Es fácil comenzar a juzgar a otros como indignos, a medirlos desde la vara de la ley y no de la gracia. Es fácil olvidar cómo yo fui tratado y comenzar a exigirle a Dios que trate a los demás de una forma diferente a como me trató a mí. Es fácil, en definitiva, considerar que nuestros niveles son más altos y más exigentes que los del mismo Dios. 


¿Qué síntomas del síndrome del hermano mayor puedes detectar en tu vida? ¿Qué puedes y debes hacer al respecto?








El tercer personaje en liza en esta parábola es el hermano mayor. A menudo tenemos la tendencia a pensar que fue el menor de ellos quien estaba perdido, sin embargo, desde el punto de vista espiritual el mayor de ambos no estaba en una situación mejor; así lo demuestra su reacción ante la situación. Hay varios aspectos que vale la pena destacar.

Primero, su incapacidad de sentir misericordia por su hermano perdido. Sus sentimientos son totalmente contrarios a los de su padre. Mira las cosas desde el lado de la ley, le parece tener toda la razón del mundo para estar ofendido y enfadado y, lo cierto es que la tiene, el trato que está recibiendo su hermano es injusto. Pero la gracia no entiende de justicia o injusticia sino de necesidades. Y aquel hermano perdido, si ha de ser recuperado y redimido lo que necesita no es la ley -incapaz de redimir a nadie- sino la gracia transformadora, escandalosa e injusta. 

Segundo, su juicio hacia la actitud de su padre. El hermano, no sólo es incapaz de sentir misericordia y alegrarse por el regreso del perdido, sino que juzga la conducta de su padre y la considera injusta e indigna. Su sentido de la justicia es más alto que el de su propio padre -el principal ofendido en esta historia, no lo olvidemos- y aunque éste pueda perdonar, él no piensa hacerlo. El hijo afea el proceder de su padre y esto nos hace pensar en cómo la dignidad y buen nombre del padre se debió de ver afectado también entre sus vecinos. Perdonar al hijo le estaba costando un alto precio en términos de incomprensión y juicio por parte de su entorno. 

Finalmente, su negativa a entrar en la fiesta y participar del gozo del regreso de su hermano. Todo parece indicar que las palabras y el intento de persuasión por parte del padre fueron en vano. El hijo mayor ni quería ni podía participar de algo que atentaba contra su alto sentido de la justicia. No se rebajaría a participar en algo que le parecía totalmente fuera de lugar.

Muchas veces he sentido miedo de convertirme en un hermano mayor. Soy consciente de ser un pródigo que ha sido redimido, acogido y aceptado en la familia no debido a lo que era, sino a pesar de lo que era. He sido restaurado en la condición de hijo en contra de aquello que la justicia exigía. Pero me doy cuenta que una vez que llevo tiempo en la casa del padre es fácil olvidar de dónde vengo y desarrollar el síndrome del hermano mayor. Es fácil comenzar a juzgar a otros como indignos, a medirlos desde la vara de la ley y no de la gracia. Es fácil olvidar cómo yo fui tratado y comenzar a exigirle a Dios que trate a los demás de una forma diferente a como me trató a mí. Es fácil, en definitiva, considerar que nuestros niveles son más altos y más exigentes que los del mismo Dios. 


¿Qué síntomas del síndrome del hermano mayor puedes detectar en tu vida? ¿Qué puedes y debes hacer al respecto?