Al oír esto, uno de los que estaban sentados a la mesa dijo a Jesús:
— ¡Feliz aquel que sea invitado a comer en el reino de Dios!
Jesús le contestó:
— Una vez, un hombre dio una gran cena e invitó a muchos.  Cuando llegó el día de la cena, envió a su criado para que dijera a los invitados: “Venid, que ya está todo preparado”.  Pero todos ellos, uno por uno, comenzaron a excusarse. El primero dijo: “He comprado unas tierras y tengo que ir a verlas. Discúlpame, por favor”.  Otro dijo: “Acabo de comprar cinco yuntas de bueyes y tengo que ir a probarlas. Discúlpame, por favor”.  El siguiente dijo: “No puedo ir, porque acabo de casarme”.  El criado volvió a casa y refirió a su señor lo que había ocurrido. Entonces el dueño de la casa, muy enojado, ordenó a su criado: “Sal en seguida por las plazas y las calles de la ciudad y trae aquí a los pobres, los inválidos, los ciegos y los cojos”.  El criado volvió y le dijo: “Señor, he hecho lo que me ordenaste y aún quedan lugares vacíos”.  El señor le contestó: “Pues sal por los caminos y veredas y haz entrar a otros hasta que mi casa se llene. Porque os digo que ninguno de los que estaban invitados llegará a probar mi cena”. (Lucas 14:15-24)

Era una creencia del judaísmo de la época de Jesús que la era del Mesías sería inaugurada con gran banquete y, por tanto, sería un gran privilegio poder ser invitado al mismo. Es preciso mantener esta idea en mente a la hora de acercarnos a la parábola. Por otra parte, para darle más sentido a la misma, hemos de pensar en la importancia que en aquel tiempo tenía la hospitalidad. Ofrecer hospitalidad era prácticamente un deber sagrado. Del mismo modo, rechazar la hospitalidad ofrecida era considerado como un grave insulto hacia el anfitrión. Al unir ambas ideas, la hospitalidad y el banquete, podemos hacernos una mejor idea del impacto que tuvo el relato del Maestro sobre sus oyentes. 
Como toda parábola hay una primera enseñanza dirigida directamente a los que la oyeron de los labios de Jesús y otra de carácter más universal para todos nosotros. Israel que esperaba con ansia la llegada del Mesías no supo reconocerlo cuando se presentó ante ellos; no solamente eso sino que además lo rechazó abierta y llanamente. El resultado fue que el evangelio se hizo extensible a los gentiles aquellos que, desde el punto de vista judío, nunca hubieran tenido acceso al privilegio de una relación especial con Dios. 
Para nosotros, los seguidores actuales de Jesús hay también una lección que apunta en la misma dirección, rechazar el privilegio de la comunión y la relación con el Dios que ha creado y sostiene todo el universo. Es mi convicción personal que el pecado nos ha tarado desde el punto de vista espiritual y emocional (entre otros). Esto se manifiesta en nuestra incapacidad de sorprendernos y maravillarnos ante las verdades espirituales. Tenemos una relación personal con el Señor del universo, nos ha declarado sus hijos y herederos. Podemos hablar con Él en cualquier momento y circunstancia y presentarle todo aquello que nos preocupa y carga. Tenemos su compromiso de estar con nosotros momento a momento hasta el fin del mundo. Podría continuar con un largo etcétera y, sin embargo, nada de eso nos impresiona demasiado, podemos permanecer fríos e insensibles ante esas realidades que pareciese que han perdido la capacidad de producir un impacto en nuestras vidas. El trabajo (las tierras), las novedades en nuestras vidas (los bueyes) o la familia (casarse) han ocupado el lugar central en nosotros y nos han llevado a desechar la invitación del Dios creador de unirnos a una relación de amistad con Él y a su misión de construir su Reino. No seamos tan ilusos como lo fue Israel, el banquete no quedará vacío, nosotros seremos desechados en favor de otros como los judíos lo fueron.

¿Cuál está siendo tu respuesta real a la invitación del Dios creador y sustentador de universo?



Al oír esto, uno de los que estaban sentados a la mesa dijo a Jesús:
— ¡Feliz aquel que sea invitado a comer en el reino de Dios!
Jesús le contestó:
— Una vez, un hombre dio una gran cena e invitó a muchos.  Cuando llegó el día de la cena, envió a su criado para que dijera a los invitados: “Venid, que ya está todo preparado”.  Pero todos ellos, uno por uno, comenzaron a excusarse. El primero dijo: “He comprado unas tierras y tengo que ir a verlas. Discúlpame, por favor”.  Otro dijo: “Acabo de comprar cinco yuntas de bueyes y tengo que ir a probarlas. Discúlpame, por favor”.  El siguiente dijo: “No puedo ir, porque acabo de casarme”.  El criado volvió a casa y refirió a su señor lo que había ocurrido. Entonces el dueño de la casa, muy enojado, ordenó a su criado: “Sal en seguida por las plazas y las calles de la ciudad y trae aquí a los pobres, los inválidos, los ciegos y los cojos”.  El criado volvió y le dijo: “Señor, he hecho lo que me ordenaste y aún quedan lugares vacíos”.  El señor le contestó: “Pues sal por los caminos y veredas y haz entrar a otros hasta que mi casa se llene. Porque os digo que ninguno de los que estaban invitados llegará a probar mi cena”. (Lucas 14:15-24)

Era una creencia del judaísmo de la época de Jesús que la era del Mesías sería inaugurada con gran banquete y, por tanto, sería un gran privilegio poder ser invitado al mismo. Es preciso mantener esta idea en mente a la hora de acercarnos a la parábola. Por otra parte, para darle más sentido a la misma, hemos de pensar en la importancia que en aquel tiempo tenía la hospitalidad. Ofrecer hospitalidad era prácticamente un deber sagrado. Del mismo modo, rechazar la hospitalidad ofrecida era considerado como un grave insulto hacia el anfitrión. Al unir ambas ideas, la hospitalidad y el banquete, podemos hacernos una mejor idea del impacto que tuvo el relato del Maestro sobre sus oyentes. 
Como toda parábola hay una primera enseñanza dirigida directamente a los que la oyeron de los labios de Jesús y otra de carácter más universal para todos nosotros. Israel que esperaba con ansia la llegada del Mesías no supo reconocerlo cuando se presentó ante ellos; no solamente eso sino que además lo rechazó abierta y llanamente. El resultado fue que el evangelio se hizo extensible a los gentiles aquellos que, desde el punto de vista judío, nunca hubieran tenido acceso al privilegio de una relación especial con Dios. 
Para nosotros, los seguidores actuales de Jesús hay también una lección que apunta en la misma dirección, rechazar el privilegio de la comunión y la relación con el Dios que ha creado y sostiene todo el universo. Es mi convicción personal que el pecado nos ha tarado desde el punto de vista espiritual y emocional (entre otros). Esto se manifiesta en nuestra incapacidad de sorprendernos y maravillarnos ante las verdades espirituales. Tenemos una relación personal con el Señor del universo, nos ha declarado sus hijos y herederos. Podemos hablar con Él en cualquier momento y circunstancia y presentarle todo aquello que nos preocupa y carga. Tenemos su compromiso de estar con nosotros momento a momento hasta el fin del mundo. Podría continuar con un largo etcétera y, sin embargo, nada de eso nos impresiona demasiado, podemos permanecer fríos e insensibles ante esas realidades que pareciese que han perdido la capacidad de producir un impacto en nuestras vidas. El trabajo (las tierras), las novedades en nuestras vidas (los bueyes) o la familia (casarse) han ocupado el lugar central en nosotros y nos han llevado a desechar la invitación del Dios creador de unirnos a una relación de amistad con Él y a su misión de construir su Reino. No seamos tan ilusos como lo fue Israel, el banquete no quedará vacío, nosotros seremos desechados en favor de otros como los judíos lo fueron.

¿Cuál está siendo tu respuesta real a la invitación del Dios creador y sustentador de universo?



Al oír esto, uno de los que estaban sentados a la mesa dijo a Jesús:
— ¡Feliz aquel que sea invitado a comer en el reino de Dios!
Jesús le contestó:
— Una vez, un hombre dio una gran cena e invitó a muchos.  Cuando llegó el día de la cena, envió a su criado para que dijera a los invitados: “Venid, que ya está todo preparado”.  Pero todos ellos, uno por uno, comenzaron a excusarse. El primero dijo: “He comprado unas tierras y tengo que ir a verlas. Discúlpame, por favor”.  Otro dijo: “Acabo de comprar cinco yuntas de bueyes y tengo que ir a probarlas. Discúlpame, por favor”.  El siguiente dijo: “No puedo ir, porque acabo de casarme”.  El criado volvió a casa y refirió a su señor lo que había ocurrido. Entonces el dueño de la casa, muy enojado, ordenó a su criado: “Sal en seguida por las plazas y las calles de la ciudad y trae aquí a los pobres, los inválidos, los ciegos y los cojos”.  El criado volvió y le dijo: “Señor, he hecho lo que me ordenaste y aún quedan lugares vacíos”.  El señor le contestó: “Pues sal por los caminos y veredas y haz entrar a otros hasta que mi casa se llene. Porque os digo que ninguno de los que estaban invitados llegará a probar mi cena”. (Lucas 14:15-24)

Era una creencia del judaísmo de la época de Jesús que la era del Mesías sería inaugurada con gran banquete y, por tanto, sería un gran privilegio poder ser invitado al mismo. Es preciso mantener esta idea en mente a la hora de acercarnos a la parábola. Por otra parte, para darle más sentido a la misma, hemos de pensar en la importancia que en aquel tiempo tenía la hospitalidad. Ofrecer hospitalidad era prácticamente un deber sagrado. Del mismo modo, rechazar la hospitalidad ofrecida era considerado como un grave insulto hacia el anfitrión. Al unir ambas ideas, la hospitalidad y el banquete, podemos hacernos una mejor idea del impacto que tuvo el relato del Maestro sobre sus oyentes. 
Como toda parábola hay una primera enseñanza dirigida directamente a los que la oyeron de los labios de Jesús y otra de carácter más universal para todos nosotros. Israel que esperaba con ansia la llegada del Mesías no supo reconocerlo cuando se presentó ante ellos; no solamente eso sino que además lo rechazó abierta y llanamente. El resultado fue que el evangelio se hizo extensible a los gentiles aquellos que, desde el punto de vista judío, nunca hubieran tenido acceso al privilegio de una relación especial con Dios. 
Para nosotros, los seguidores actuales de Jesús hay también una lección que apunta en la misma dirección, rechazar el privilegio de la comunión y la relación con el Dios que ha creado y sostiene todo el universo. Es mi convicción personal que el pecado nos ha tarado desde el punto de vista espiritual y emocional (entre otros). Esto se manifiesta en nuestra incapacidad de sorprendernos y maravillarnos ante las verdades espirituales. Tenemos una relación personal con el Señor del universo, nos ha declarado sus hijos y herederos. Podemos hablar con Él en cualquier momento y circunstancia y presentarle todo aquello que nos preocupa y carga. Tenemos su compromiso de estar con nosotros momento a momento hasta el fin del mundo. Podría continuar con un largo etcétera y, sin embargo, nada de eso nos impresiona demasiado, podemos permanecer fríos e insensibles ante esas realidades que pareciese que han perdido la capacidad de producir un impacto en nuestras vidas. El trabajo (las tierras), las novedades en nuestras vidas (los bueyes) o la familia (casarse) han ocupado el lugar central en nosotros y nos han llevado a desechar la invitación del Dios creador de unirnos a una relación de amistad con Él y a su misión de construir su Reino. No seamos tan ilusos como lo fue Israel, el banquete no quedará vacío, nosotros seremos desechados en favor de otros como los judíos lo fueron.

¿Cuál está siendo tu respuesta real a la invitación del Dios creador y sustentador de universo?