Dijo también Jesús a los discípulos:
— Un hombre rico tenía un administrador que fue acusado ante su amo de malversar sus bienes.  El amo lo llamó y le dijo: “¿Qué es esto que me dicen de ti? Preséntame las cuentas de tu administración, porque desde ahora quedas despedido de tu cargo”.  El administrador se puso a pensar: “¿Qué voy a hacer ahora? Mi amo me quita la administración, y yo para cavar no tengo fuerzas, y pedir limosna me da vergüenza.  ¡Ya sé qué voy a hacer para que, cuando deje el cargo, no falte quien me reciba en su casa!”.  Comenzó entonces a llamar, uno por uno, a los deudores de su amo. Al primero le preguntó: “¿Cuánto debes a mi amo?”.  Le contestó: “Cien barriles de aceite”. El administrador le dijo: “Pues mira, toma tus recibos y apunta sólo cincuenta”.  Al siguiente le preguntó: “¿Tú cuánto le debes?”. Le contestó: “Cien sacos de trigo”. Le dijo el administrador: “Pues mira, toma tus recibos y apunta sólo ochenta”.  Y el amo elogió la astucia de aquel administrador corrupto porque, en efecto, los que pertenecen a este mundo son más sagaces en sus negocios que los que pertenecen a la luz.  Por eso, os aconsejo que os ganéis amigos utilizando las riquezas de este mundo. Así, cuando llegue el día de dejarlas, habrá quien os reciba en la mansión eterna.  El que es fiel en lo poco, también será fiel en lo mucho; y el que no es fiel en lo poco, tampoco lo será en lo mucho.  De modo que si no sois fieles con las riquezas de este mundo, ¿quién os confiará la verdadera riqueza?  Y si no sois fieles con lo ajeno, ¿quién os dará lo que os pertenece? (Lucas 16: 1-12)

No hay ninguna duda que hay personas que son tremendamente sagaces en su manera de manejar los asuntos de la vida. En ocasiones utilizan esa capacidad para el bien y en otras para el mal; tal es el caso del administrador reflejado en esta parábola. Nadie puede dudar de su capacidad, de su tenacidad y astucia para salir lo más airoso posible de una situación bien complicada. Incluso, no sin un tono claramente irónico, su propio amo elogio su sagacidad. También todos conocemos -tal vez nosotros mismos podemos encajar en esa categoría- personas que son bien intencionales y persistentes en desarrollar una competencia o alcanzar una meta que es importante para ellos. Su cerebro tiene la capacidad de trabajar a mil por hora para generar nuevas ideas, opciones, posibilidades y nada ni nadie les detiene ante sus propósitos. Hay un gran potencial en todo ser humano, la cuestión es cómo se usa, con qué propósito, en qué dirección.
Desde mi punto de vista hay tres grandes lecciones que se desprenden para nosotros de este relato de Jesús. La primera es no desarrollar un falso sentido de impunidad y pensar que nunca vamos a tener que rendir cuentas de nuestra vida. El administrador corrupto fue llamado a rendirlas y del mismo modo nosotros tendremos que responder ante el Señor de la forma en que estamos usando nuestra vida. 
La segunda es tener, eso si, en un sentido positivo y constructivo, la misma actitud sagaz que tuvo el administrador de la parábola. Si pusiéramos tanto empeño, intencionalidad y ganas en la construcción del Reino de Dios como la ponemos en otras cosas que son de menos importancia, otro gallo nos cantaría y otra sería la situación de este mundo roto y necesitado. Hay seguidores de Jesús que se desviven por su equipo deportivo, su pasatiempo, su trabajo, sus amistades y que simplemente le dan al Reino las sobras de su vida y energías.
La fidelidad en lo pequeño es el único camino para grandes responsabilidades. Personalmente uso este principio bíblico como una prueba de liderazgo. Si alguien no es capaz de hacer con dedicación y excelencia una responsabilidad pequeña carece, a mis ojos, de la confiabilidad para poderle delegar tareas de mayor calado. El buen administrador hará con la misma dedicación y excelencia lo pequeño y lo grande.

¿Cómo ves tu vida si te evalúas a la luz de estas tres lecciones?



Dijo también Jesús a los discípulos:
— Un hombre rico tenía un administrador que fue acusado ante su amo de malversar sus bienes.  El amo lo llamó y le dijo: “¿Qué es esto que me dicen de ti? Preséntame las cuentas de tu administración, porque desde ahora quedas despedido de tu cargo”.  El administrador se puso a pensar: “¿Qué voy a hacer ahora? Mi amo me quita la administración, y yo para cavar no tengo fuerzas, y pedir limosna me da vergüenza.  ¡Ya sé qué voy a hacer para que, cuando deje el cargo, no falte quien me reciba en su casa!”.  Comenzó entonces a llamar, uno por uno, a los deudores de su amo. Al primero le preguntó: “¿Cuánto debes a mi amo?”.  Le contestó: “Cien barriles de aceite”. El administrador le dijo: “Pues mira, toma tus recibos y apunta sólo cincuenta”.  Al siguiente le preguntó: “¿Tú cuánto le debes?”. Le contestó: “Cien sacos de trigo”. Le dijo el administrador: “Pues mira, toma tus recibos y apunta sólo ochenta”.  Y el amo elogió la astucia de aquel administrador corrupto porque, en efecto, los que pertenecen a este mundo son más sagaces en sus negocios que los que pertenecen a la luz.  Por eso, os aconsejo que os ganéis amigos utilizando las riquezas de este mundo. Así, cuando llegue el día de dejarlas, habrá quien os reciba en la mansión eterna.  El que es fiel en lo poco, también será fiel en lo mucho; y el que no es fiel en lo poco, tampoco lo será en lo mucho.  De modo que si no sois fieles con las riquezas de este mundo, ¿quién os confiará la verdadera riqueza?  Y si no sois fieles con lo ajeno, ¿quién os dará lo que os pertenece? (Lucas 16: 1-12)

No hay ninguna duda que hay personas que son tremendamente sagaces en su manera de manejar los asuntos de la vida. En ocasiones utilizan esa capacidad para el bien y en otras para el mal; tal es el caso del administrador reflejado en esta parábola. Nadie puede dudar de su capacidad, de su tenacidad y astucia para salir lo más airoso posible de una situación bien complicada. Incluso, no sin un tono claramente irónico, su propio amo elogio su sagacidad. También todos conocemos -tal vez nosotros mismos podemos encajar en esa categoría- personas que son bien intencionales y persistentes en desarrollar una competencia o alcanzar una meta que es importante para ellos. Su cerebro tiene la capacidad de trabajar a mil por hora para generar nuevas ideas, opciones, posibilidades y nada ni nadie les detiene ante sus propósitos. Hay un gran potencial en todo ser humano, la cuestión es cómo se usa, con qué propósito, en qué dirección.
Desde mi punto de vista hay tres grandes lecciones que se desprenden para nosotros de este relato de Jesús. La primera es no desarrollar un falso sentido de impunidad y pensar que nunca vamos a tener que rendir cuentas de nuestra vida. El administrador corrupto fue llamado a rendirlas y del mismo modo nosotros tendremos que responder ante el Señor de la forma en que estamos usando nuestra vida. 
La segunda es tener, eso si, en un sentido positivo y constructivo, la misma actitud sagaz que tuvo el administrador de la parábola. Si pusiéramos tanto empeño, intencionalidad y ganas en la construcción del Reino de Dios como la ponemos en otras cosas que son de menos importancia, otro gallo nos cantaría y otra sería la situación de este mundo roto y necesitado. Hay seguidores de Jesús que se desviven por su equipo deportivo, su pasatiempo, su trabajo, sus amistades y que simplemente le dan al Reino las sobras de su vida y energías.
La fidelidad en lo pequeño es el único camino para grandes responsabilidades. Personalmente uso este principio bíblico como una prueba de liderazgo. Si alguien no es capaz de hacer con dedicación y excelencia una responsabilidad pequeña carece, a mis ojos, de la confiabilidad para poderle delegar tareas de mayor calado. El buen administrador hará con la misma dedicación y excelencia lo pequeño y lo grande.

¿Cómo ves tu vida si te evalúas a la luz de estas tres lecciones?



Dijo también Jesús a los discípulos:
— Un hombre rico tenía un administrador que fue acusado ante su amo de malversar sus bienes.  El amo lo llamó y le dijo: “¿Qué es esto que me dicen de ti? Preséntame las cuentas de tu administración, porque desde ahora quedas despedido de tu cargo”.  El administrador se puso a pensar: “¿Qué voy a hacer ahora? Mi amo me quita la administración, y yo para cavar no tengo fuerzas, y pedir limosna me da vergüenza.  ¡Ya sé qué voy a hacer para que, cuando deje el cargo, no falte quien me reciba en su casa!”.  Comenzó entonces a llamar, uno por uno, a los deudores de su amo. Al primero le preguntó: “¿Cuánto debes a mi amo?”.  Le contestó: “Cien barriles de aceite”. El administrador le dijo: “Pues mira, toma tus recibos y apunta sólo cincuenta”.  Al siguiente le preguntó: “¿Tú cuánto le debes?”. Le contestó: “Cien sacos de trigo”. Le dijo el administrador: “Pues mira, toma tus recibos y apunta sólo ochenta”.  Y el amo elogió la astucia de aquel administrador corrupto porque, en efecto, los que pertenecen a este mundo son más sagaces en sus negocios que los que pertenecen a la luz.  Por eso, os aconsejo que os ganéis amigos utilizando las riquezas de este mundo. Así, cuando llegue el día de dejarlas, habrá quien os reciba en la mansión eterna.  El que es fiel en lo poco, también será fiel en lo mucho; y el que no es fiel en lo poco, tampoco lo será en lo mucho.  De modo que si no sois fieles con las riquezas de este mundo, ¿quién os confiará la verdadera riqueza?  Y si no sois fieles con lo ajeno, ¿quién os dará lo que os pertenece? (Lucas 16: 1-12)

No hay ninguna duda que hay personas que son tremendamente sagaces en su manera de manejar los asuntos de la vida. En ocasiones utilizan esa capacidad para el bien y en otras para el mal; tal es el caso del administrador reflejado en esta parábola. Nadie puede dudar de su capacidad, de su tenacidad y astucia para salir lo más airoso posible de una situación bien complicada. Incluso, no sin un tono claramente irónico, su propio amo elogio su sagacidad. También todos conocemos -tal vez nosotros mismos podemos encajar en esa categoría- personas que son bien intencionales y persistentes en desarrollar una competencia o alcanzar una meta que es importante para ellos. Su cerebro tiene la capacidad de trabajar a mil por hora para generar nuevas ideas, opciones, posibilidades y nada ni nadie les detiene ante sus propósitos. Hay un gran potencial en todo ser humano, la cuestión es cómo se usa, con qué propósito, en qué dirección.
Desde mi punto de vista hay tres grandes lecciones que se desprenden para nosotros de este relato de Jesús. La primera es no desarrollar un falso sentido de impunidad y pensar que nunca vamos a tener que rendir cuentas de nuestra vida. El administrador corrupto fue llamado a rendirlas y del mismo modo nosotros tendremos que responder ante el Señor de la forma en que estamos usando nuestra vida. 
La segunda es tener, eso si, en un sentido positivo y constructivo, la misma actitud sagaz que tuvo el administrador de la parábola. Si pusiéramos tanto empeño, intencionalidad y ganas en la construcción del Reino de Dios como la ponemos en otras cosas que son de menos importancia, otro gallo nos cantaría y otra sería la situación de este mundo roto y necesitado. Hay seguidores de Jesús que se desviven por su equipo deportivo, su pasatiempo, su trabajo, sus amistades y que simplemente le dan al Reino las sobras de su vida y energías.
La fidelidad en lo pequeño es el único camino para grandes responsabilidades. Personalmente uso este principio bíblico como una prueba de liderazgo. Si alguien no es capaz de hacer con dedicación y excelencia una responsabilidad pequeña carece, a mis ojos, de la confiabilidad para poderle delegar tareas de mayor calado. El buen administrador hará con la misma dedicación y excelencia lo pequeño y lo grande.

¿Cómo ves tu vida si te evalúas a la luz de estas tres lecciones?