Entonces dijeron a Jesús:
— Los discípulos de Juan ayunan a menudo y se dedican a la oración, y lo mismo hacen los de los fariseos. ¡En cambio, los tuyos comen y beben! Jesús les contestó:
— ¿Haríais vosotros ayunar a los invitados a una boda mientras el novio está con ellos?  Ya llegará el momento en que les faltará el novio; entonces ayunarán. Además les puso este ejemplo:
— Nadie corta un trozo de tela a un vestido nuevo para remendar uno viejo. De hacerlo así, se estropearía el nuevo y al viejo no le quedaría bien la pieza del nuevo.  Tampoco echa nadie vino nuevo en odres viejos, pues el vino nuevo rompe los odres, de modo que el vino se derrama y los odres se pierden.  El vino nuevo hay que echarlo en odres nuevos 39 Y nadie que haya bebido vino añejo querrá beber después vino nuevo, porque dirá que el añejo es mejor. (Lucas 5: 32-39)

El contexto de esta parábola es una discusión con los fariseos. Jesús rompía los moldes tradicionales, no se ajustaba a los patrones de comportamiento considerados ortodoxos, no seguía las prácticas que un buen religioso debía observar y cultivaba relaciones sospechosas e indeseables. Todo aquello era superior a lo que los ortodoxos de la época podían soportar. Pero vale la pena que veamos la situación desde otra perspectiva. Jesús es Dios hecho ser humano. Viene para enseñarnos una nueva forma de vivir y de relacionarnos con el Padre; una forma alternativa a la tradicional y bien consolidada. Los fariseos son personas con honestos sentimientos religiosos que discuten con el mismísimo Dios acerca de la forma en que debe vivirse y practicarse la fe. Pretenden darles lecciones acerca de espiritualidad a Dios mismo en la persona de Jesús. Es como si nosotros (lo cual pasa muy a menudo, todo sea dicho de paso) tratáramos de argumentar con Dios cómo debe ser nuestra alabanza, nuestra predicación, nuestra pastoral, nuestra forma de entender la vida cristiana, etc., etc. Hay una sola y única manera de entender la fe cristiana y, naturalmente, es la de cada uno de nosotros. 
La inmensa mayoría de los seres humanos tenemos una resistencia natural al cambio. Nos gusta la estabilidad. Lo conocido y predecible nos produce seguridad y cualquier cosa que atente contra ello genera en nosotros una resistencia. Después ya nos encargaremos de espiritualizar y justificar esa resistencia. Ya proveeremos con una buena justificación bíblica y encontraremos una buena batería de versículos de la Palabra que den fundamento y razón a nuestra resistencia al cambio. Es fácil y cómodo criticar y despreciar a los fariseos por su incapacidad de entender los nuevos movimientos de Dios en la historia. Sin embargo, nos cuesta vernos a nosotros mismos reaccionando como ellos y oponiéndonos en muchas ocasiones a los cambios y transformaciones que el Señor quiere llevar a cabo para que su Reino avance y la gente le conozca. Esto se ha repetido una y otra vez en la historia. 
La medicina no se práctica hoy en día como se practicaba hace tan sólo 100 años. Son muchos los avances que se han producido porque personas han cuestionado y estatus quo y se han abierto a nuevas posibilidades. En ninguno de los campos del conocimiento humano nos estancamos y paramos ¡Al contrario! estamos en constante diálogo con la realidad y del mismo surgen nuevas opciones y paradigmas. Pero la iglesia es una excepción. Cultivamos nuestro espíritu fariseo y nos resistimos al cambio. Cuando algo no encaja en nuestro paradigma lo rechazamos y, naturalmente, justificamos bíblicamente ese rechazo. Nuestra flexibilidad intelectual y espiritual puede ser nula o mínima. Para mí el problema radica en que tal vez nos estamos enfrentando al Espíritu Santo y su deseo de traer cambio y renovación a su iglesia. Esta idea puede parecernos descabellada pero, si lo pensamos bien, es totalmente plausible. Nada garantiza que no nos pase a nosotros lo mismo que les pasó a los fariseos que, enfrentados con el mismo Dios, se pusieron a darle lecciones de espiritualidad.

¿Cuál es tu nivel de flexibilidad espiritual? ¿Cómo reaccionas ante el cambio?



Entonces dijeron a Jesús:
— Los discípulos de Juan ayunan a menudo y se dedican a la oración, y lo mismo hacen los de los fariseos. ¡En cambio, los tuyos comen y beben! Jesús les contestó:
— ¿Haríais vosotros ayunar a los invitados a una boda mientras el novio está con ellos?  Ya llegará el momento en que les faltará el novio; entonces ayunarán. Además les puso este ejemplo:
— Nadie corta un trozo de tela a un vestido nuevo para remendar uno viejo. De hacerlo así, se estropearía el nuevo y al viejo no le quedaría bien la pieza del nuevo.  Tampoco echa nadie vino nuevo en odres viejos, pues el vino nuevo rompe los odres, de modo que el vino se derrama y los odres se pierden.  El vino nuevo hay que echarlo en odres nuevos 39 Y nadie que haya bebido vino añejo querrá beber después vino nuevo, porque dirá que el añejo es mejor. (Lucas 5: 32-39)

El contexto de esta parábola es una discusión con los fariseos. Jesús rompía los moldes tradicionales, no se ajustaba a los patrones de comportamiento considerados ortodoxos, no seguía las prácticas que un buen religioso debía observar y cultivaba relaciones sospechosas e indeseables. Todo aquello era superior a lo que los ortodoxos de la época podían soportar. Pero vale la pena que veamos la situación desde otra perspectiva. Jesús es Dios hecho ser humano. Viene para enseñarnos una nueva forma de vivir y de relacionarnos con el Padre; una forma alternativa a la tradicional y bien consolidada. Los fariseos son personas con honestos sentimientos religiosos que discuten con el mismísimo Dios acerca de la forma en que debe vivirse y practicarse la fe. Pretenden darles lecciones acerca de espiritualidad a Dios mismo en la persona de Jesús. Es como si nosotros (lo cual pasa muy a menudo, todo sea dicho de paso) tratáramos de argumentar con Dios cómo debe ser nuestra alabanza, nuestra predicación, nuestra pastoral, nuestra forma de entender la vida cristiana, etc., etc. Hay una sola y única manera de entender la fe cristiana y, naturalmente, es la de cada uno de nosotros. 
La inmensa mayoría de los seres humanos tenemos una resistencia natural al cambio. Nos gusta la estabilidad. Lo conocido y predecible nos produce seguridad y cualquier cosa que atente contra ello genera en nosotros una resistencia. Después ya nos encargaremos de espiritualizar y justificar esa resistencia. Ya proveeremos con una buena justificación bíblica y encontraremos una buena batería de versículos de la Palabra que den fundamento y razón a nuestra resistencia al cambio. Es fácil y cómodo criticar y despreciar a los fariseos por su incapacidad de entender los nuevos movimientos de Dios en la historia. Sin embargo, nos cuesta vernos a nosotros mismos reaccionando como ellos y oponiéndonos en muchas ocasiones a los cambios y transformaciones que el Señor quiere llevar a cabo para que su Reino avance y la gente le conozca. Esto se ha repetido una y otra vez en la historia. 
La medicina no se práctica hoy en día como se practicaba hace tan sólo 100 años. Son muchos los avances que se han producido porque personas han cuestionado y estatus quo y se han abierto a nuevas posibilidades. En ninguno de los campos del conocimiento humano nos estancamos y paramos ¡Al contrario! estamos en constante diálogo con la realidad y del mismo surgen nuevas opciones y paradigmas. Pero la iglesia es una excepción. Cultivamos nuestro espíritu fariseo y nos resistimos al cambio. Cuando algo no encaja en nuestro paradigma lo rechazamos y, naturalmente, justificamos bíblicamente ese rechazo. Nuestra flexibilidad intelectual y espiritual puede ser nula o mínima. Para mí el problema radica en que tal vez nos estamos enfrentando al Espíritu Santo y su deseo de traer cambio y renovación a su iglesia. Esta idea puede parecernos descabellada pero, si lo pensamos bien, es totalmente plausible. Nada garantiza que no nos pase a nosotros lo mismo que les pasó a los fariseos que, enfrentados con el mismo Dios, se pusieron a darle lecciones de espiritualidad.

¿Cuál es tu nivel de flexibilidad espiritual? ¿Cómo reaccionas ante el cambio?



Entonces dijeron a Jesús:
— Los discípulos de Juan ayunan a menudo y se dedican a la oración, y lo mismo hacen los de los fariseos. ¡En cambio, los tuyos comen y beben! Jesús les contestó:
— ¿Haríais vosotros ayunar a los invitados a una boda mientras el novio está con ellos?  Ya llegará el momento en que les faltará el novio; entonces ayunarán. Además les puso este ejemplo:
— Nadie corta un trozo de tela a un vestido nuevo para remendar uno viejo. De hacerlo así, se estropearía el nuevo y al viejo no le quedaría bien la pieza del nuevo.  Tampoco echa nadie vino nuevo en odres viejos, pues el vino nuevo rompe los odres, de modo que el vino se derrama y los odres se pierden.  El vino nuevo hay que echarlo en odres nuevos 39 Y nadie que haya bebido vino añejo querrá beber después vino nuevo, porque dirá que el añejo es mejor. (Lucas 5: 32-39)

El contexto de esta parábola es una discusión con los fariseos. Jesús rompía los moldes tradicionales, no se ajustaba a los patrones de comportamiento considerados ortodoxos, no seguía las prácticas que un buen religioso debía observar y cultivaba relaciones sospechosas e indeseables. Todo aquello era superior a lo que los ortodoxos de la época podían soportar. Pero vale la pena que veamos la situación desde otra perspectiva. Jesús es Dios hecho ser humano. Viene para enseñarnos una nueva forma de vivir y de relacionarnos con el Padre; una forma alternativa a la tradicional y bien consolidada. Los fariseos son personas con honestos sentimientos religiosos que discuten con el mismísimo Dios acerca de la forma en que debe vivirse y practicarse la fe. Pretenden darles lecciones acerca de espiritualidad a Dios mismo en la persona de Jesús. Es como si nosotros (lo cual pasa muy a menudo, todo sea dicho de paso) tratáramos de argumentar con Dios cómo debe ser nuestra alabanza, nuestra predicación, nuestra pastoral, nuestra forma de entender la vida cristiana, etc., etc. Hay una sola y única manera de entender la fe cristiana y, naturalmente, es la de cada uno de nosotros. 
La inmensa mayoría de los seres humanos tenemos una resistencia natural al cambio. Nos gusta la estabilidad. Lo conocido y predecible nos produce seguridad y cualquier cosa que atente contra ello genera en nosotros una resistencia. Después ya nos encargaremos de espiritualizar y justificar esa resistencia. Ya proveeremos con una buena justificación bíblica y encontraremos una buena batería de versículos de la Palabra que den fundamento y razón a nuestra resistencia al cambio. Es fácil y cómodo criticar y despreciar a los fariseos por su incapacidad de entender los nuevos movimientos de Dios en la historia. Sin embargo, nos cuesta vernos a nosotros mismos reaccionando como ellos y oponiéndonos en muchas ocasiones a los cambios y transformaciones que el Señor quiere llevar a cabo para que su Reino avance y la gente le conozca. Esto se ha repetido una y otra vez en la historia. 
La medicina no se práctica hoy en día como se practicaba hace tan sólo 100 años. Son muchos los avances que se han producido porque personas han cuestionado y estatus quo y se han abierto a nuevas posibilidades. En ninguno de los campos del conocimiento humano nos estancamos y paramos ¡Al contrario! estamos en constante diálogo con la realidad y del mismo surgen nuevas opciones y paradigmas. Pero la iglesia es una excepción. Cultivamos nuestro espíritu fariseo y nos resistimos al cambio. Cuando algo no encaja en nuestro paradigma lo rechazamos y, naturalmente, justificamos bíblicamente ese rechazo. Nuestra flexibilidad intelectual y espiritual puede ser nula o mínima. Para mí el problema radica en que tal vez nos estamos enfrentando al Espíritu Santo y su deseo de traer cambio y renovación a su iglesia. Esta idea puede parecernos descabellada pero, si lo pensamos bien, es totalmente plausible. Nada garantiza que no nos pase a nosotros lo mismo que les pasó a los fariseos que, enfrentados con el mismo Dios, se pusieron a darle lecciones de espiritualidad.

¿Cuál es tu nivel de flexibilidad espiritual? ¿Cómo reaccionas ante el cambio?