Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo sus planes. (Juan 4:34)


Esta afirmación de Jesús está hecho en el contexto de una conversación con sus discípulos después del encuentro con la mujer de Samaria al lado del pozo. El Maestro es claro y tajante en su obediencia y cumplimiento de la voluntad del Padre. Sin embargo, mi experiencia pastoral me ha hecho darme cuenta que muchos cristianos no entienden qué es la voluntad de Dios y cómo discernirla. Por medio de estas entradas pretendo abordar el tema desde una perspectiva bíblica ¡Eso espero, al menos!

Tal vez podríamos comenzar por definir de qué hablamos cuando hablamos de la voluntad del Señor. En ocasiones, mezclamos sin diferenciar tres conceptos diferentes. En primer lugar, está la voluntad soberana de Dios. El Señor es el soberano de todo el universo, nada escapa a su control y autoridad. Nada, absolutamente nada sucede en el cosmos sin la autorización del Señor. El permite todo lo que tiene lugar, lo cual no quiere decir que lo induzca o lo produzca. 

Desde que el ser humano pecó y se independizó contra Dios y su autoridad, Él estableció que la naturaleza, la creación fuera independiente del hombre y, por tanto, éste estuviera sometido a las leyes que el Señor decretó para el funcionamiento de la misma. De este modo, nuestros cuerpos entran en entropía, envejecen y mueren. La ley de la gravedad nos afecta si nos lanzamos desde un edificio. Los virus, bacterias y otros microorganismos afectan nuestro organismo y nos pueden producir la muerte. 

Así mismo, Dios nos ha hecho seres libres, con la capacidad para escoger entre el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto. La inmensa mayoría del dolor y sufrimiento que existe en el mundo no es producido por la naturaleza, es cierto que una catástrofe natural puede producir algunos centenares de miles de víctimas. Pero tan sólo la Segunda Guerra Mundial causó alrededor de 70 millones de muertos, entre militares y civiles, en un periodo de seis años. El punto que deseo enfatizar es que Dios debe ser consistente con su carácter; si ha creado al ser humano con la libertad de escoger, debe respetar esa libertad que, con tanta frecuencia, usamos -incluido tú y yo- para dañar física, moral, espiritual, social o económicamente a otras personas. 

En resumen, al hablar de la voluntad de Dios, hablamos, en primer lugar de su voluntad soberana.





Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo sus planes. (Juan 4:34)


Esta afirmación de Jesús está hecho en el contexto de una conversación con sus discípulos después del encuentro con la mujer de Samaria al lado del pozo. El Maestro es claro y tajante en su obediencia y cumplimiento de la voluntad del Padre. Sin embargo, mi experiencia pastoral me ha hecho darme cuenta que muchos cristianos no entienden qué es la voluntad de Dios y cómo discernirla. Por medio de estas entradas pretendo abordar el tema desde una perspectiva bíblica ¡Eso espero, al menos!

Tal vez podríamos comenzar por definir de qué hablamos cuando hablamos de la voluntad del Señor. En ocasiones, mezclamos sin diferenciar tres conceptos diferentes. En primer lugar, está la voluntad soberana de Dios. El Señor es el soberano de todo el universo, nada escapa a su control y autoridad. Nada, absolutamente nada sucede en el cosmos sin la autorización del Señor. El permite todo lo que tiene lugar, lo cual no quiere decir que lo induzca o lo produzca. 

Desde que el ser humano pecó y se independizó contra Dios y su autoridad, Él estableció que la naturaleza, la creación fuera independiente del hombre y, por tanto, éste estuviera sometido a las leyes que el Señor decretó para el funcionamiento de la misma. De este modo, nuestros cuerpos entran en entropía, envejecen y mueren. La ley de la gravedad nos afecta si nos lanzamos desde un edificio. Los virus, bacterias y otros microorganismos afectan nuestro organismo y nos pueden producir la muerte. 

Así mismo, Dios nos ha hecho seres libres, con la capacidad para escoger entre el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto. La inmensa mayoría del dolor y sufrimiento que existe en el mundo no es producido por la naturaleza, es cierto que una catástrofe natural puede producir algunos centenares de miles de víctimas. Pero tan sólo la Segunda Guerra Mundial causó alrededor de 70 millones de muertos, entre militares y civiles, en un periodo de seis años. El punto que deseo enfatizar es que Dios debe ser consistente con su carácter; si ha creado al ser humano con la libertad de escoger, debe respetar esa libertad que, con tanta frecuencia, usamos -incluido tú y yo- para dañar física, moral, espiritual, social o económicamente a otras personas. 

En resumen, al hablar de la voluntad de Dios, hablamos, en primer lugar de su voluntad soberana.





Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo sus planes. (Juan 4:34)


Esta afirmación de Jesús está hecho en el contexto de una conversación con sus discípulos después del encuentro con la mujer de Samaria al lado del pozo. El Maestro es claro y tajante en su obediencia y cumplimiento de la voluntad del Padre. Sin embargo, mi experiencia pastoral me ha hecho darme cuenta que muchos cristianos no entienden qué es la voluntad de Dios y cómo discernirla. Por medio de estas entradas pretendo abordar el tema desde una perspectiva bíblica ¡Eso espero, al menos!

Tal vez podríamos comenzar por definir de qué hablamos cuando hablamos de la voluntad del Señor. En ocasiones, mezclamos sin diferenciar tres conceptos diferentes. En primer lugar, está la voluntad soberana de Dios. El Señor es el soberano de todo el universo, nada escapa a su control y autoridad. Nada, absolutamente nada sucede en el cosmos sin la autorización del Señor. El permite todo lo que tiene lugar, lo cual no quiere decir que lo induzca o lo produzca. 

Desde que el ser humano pecó y se independizó contra Dios y su autoridad, Él estableció que la naturaleza, la creación fuera independiente del hombre y, por tanto, éste estuviera sometido a las leyes que el Señor decretó para el funcionamiento de la misma. De este modo, nuestros cuerpos entran en entropía, envejecen y mueren. La ley de la gravedad nos afecta si nos lanzamos desde un edificio. Los virus, bacterias y otros microorganismos afectan nuestro organismo y nos pueden producir la muerte. 

Así mismo, Dios nos ha hecho seres libres, con la capacidad para escoger entre el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto. La inmensa mayoría del dolor y sufrimiento que existe en el mundo no es producido por la naturaleza, es cierto que una catástrofe natural puede producir algunos centenares de miles de víctimas. Pero tan sólo la Segunda Guerra Mundial causó alrededor de 70 millones de muertos, entre militares y civiles, en un periodo de seis años. El punto que deseo enfatizar es que Dios debe ser consistente con su carácter; si ha creado al ser humano con la libertad de escoger, debe respetar esa libertad que, con tanta frecuencia, usamos -incluido tú y yo- para dañar física, moral, espiritual, social o económicamente a otras personas. 

En resumen, al hablar de la voluntad de Dios, hablamos, en primer lugar de su voluntad soberana.





Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo sus planes. (Juan 4:34)


Esta afirmación de Jesús está hecho en el contexto de una conversación con sus discípulos después del encuentro con la mujer de Samaria al lado del pozo. El Maestro es claro y tajante en su obediencia y cumplimiento de la voluntad del Padre. Sin embargo, mi experiencia pastoral me ha hecho darme cuenta que muchos cristianos no entienden qué es la voluntad de Dios y cómo discernirla. Por medio de estas entradas pretendo abordar el tema desde una perspectiva bíblica ¡Eso espero, al menos!

Tal vez podríamos comenzar por definir de qué hablamos cuando hablamos de la voluntad del Señor. En ocasiones, mezclamos sin diferenciar tres conceptos diferentes. En primer lugar, está la voluntad soberana de Dios. El Señor es el soberano de todo el universo, nada escapa a su control y autoridad. Nada, absolutamente nada sucede en el cosmos sin la autorización del Señor. El permite todo lo que tiene lugar, lo cual no quiere decir que lo induzca o lo produzca. 

Desde que el ser humano pecó y se independizó contra Dios y su autoridad, Él estableció que la naturaleza, la creación fuera independiente del hombre y, por tanto, éste estuviera sometido a las leyes que el Señor decretó para el funcionamiento de la misma. De este modo, nuestros cuerpos entran en entropía, envejecen y mueren. La ley de la gravedad nos afecta si nos lanzamos desde un edificio. Los virus, bacterias y otros microorganismos afectan nuestro organismo y nos pueden producir la muerte. 

Así mismo, Dios nos ha hecho seres libres, con la capacidad para escoger entre el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto. La inmensa mayoría del dolor y sufrimiento que existe en el mundo no es producido por la naturaleza, es cierto que una catástrofe natural puede producir algunos centenares de miles de víctimas. Pero tan sólo la Segunda Guerra Mundial causó alrededor de 70 millones de muertos, entre militares y civiles, en un periodo de seis años. El punto que deseo enfatizar es que Dios debe ser consistente con su carácter; si ha creado al ser humano con la libertad de escoger, debe respetar esa libertad que, con tanta frecuencia, usamos -incluido tú y yo- para dañar física, moral, espiritual, social o económicamente a otras personas. 

En resumen, al hablar de la voluntad de Dios, hablamos, en primer lugar de su voluntad soberana.