Se sentó junto al trono de Dios en las alturas y ha venido a ser un valedor tanto más poderoso que los ángeles, cuanto es más excelente el título que ha recibido en herencia. (Hebreos 1:3-4)
Al comienzo de su carta nuestro anónimo autor ya estableció la superioridad de Jesús sobre los antiguos profetas. En los versículos siguientes -de los cuales he entresacado estos dos- reafirma la superioridad del Señor sobre los ángeles. En tiempos de Jesús ya se había consolidado una creencia que poco a poco se fue desarrollando en el judaísmo. La trascendencia de Dios se iba acrecentando y, consecuentemente, su distancia con relación a los hombres. Dios era cada vez más inaccesible y, por tanto, se veía la necesidad de que hubieran intermediarios entre Él y los hombres. Esto dio lugar al desarrollo de la angeología, la doctrina de los ángeles. Estos se convirtieron en seres espirituales que de alguna manera mediaban y trabajaban entre el Señor y los mortales. Sin excesiva base bíblica esta doctrina se fue desarrollando más y más; el más peligroso de sus efectos era que se convertían en necesarios para poder acceder a la presencia de Dios.
El autor de Hebreos quiere dejar claro que nadie es superior a Jesús, ni profetas ni ángeles, y nadie puede arrebatarnos el privilegio del acceso directo al Padre por medio del Hijo quien, a la postre, es Dios mismo. Siempre habrá la tentación de usar intermediarios -pastores, sacerdotes, santos, ángeles, espíritus- o convertirnos nosotros mismos en estas figuras de mediación con Dios. Jesús con su muerte sacrificial en la cruz ha ganado para nosotros un acceso sin intermediarios a la relación personal con Dios; es más, nos ha convertido en una nación de sacerdotes.
¿Estás utilizando el privilegio de tu acceso directo al Padre o, por el contrario, lo estás dejando en manos de intermediarios?