Escuchadme, casa de Jacob, resto de la casa de Israel, que os llevé desde el seno materno, que os transporté desde el vientre: hasta que seáis viejos seré el mismo, hasta que seáis ancianos os sostendré; os he llevado y os llevaré, os sostendré y os salvaré. (Isaías 46:3-4)


Desde que entendí, asumí comprendí, ¡Cualquiera que sea la forma de expresarlo! que iba a toda velocidad hacia la vejez, tercera juventud, edad dorada o cualquier otro de los subterfugios que se usan para describirla, ciertas emociones o estados de ánimo me han acompañado y se han hecho presentes de tanto en tanto. Estoy convencido de que los mismos ya no me abandonarán, serán inseparables compañeros de una nueva etapa de la vida y, por un lado tendré que acostumbrarme a vivir con ellos y, por otro, tendré que ejercitar la capacidad de gestionarlos. Estoy hablando del miedo y de la vulnerabilidad. Miedo a muchas cosas, la enfermedad, el dolor, el sufrimiento, la limitación en la capacidades, la restricción o empequeñecimiento de mi universo vital, y muchas otras cosas que ahora sería cansado para mí explicar y para ti leer, sin embargo creo que puedes hacerte una idea. Vulnerabilidad es un estado en el cual puedes ser dañado física, moral o espiritualmente. Es una cierta fragilidad ante el mundo y las circunstancias. Bueno, pues eso es lo que de tanto en tanto uno va sintiendo y experimentando.

Por eso cobró especial significado, cuando estaba haciendo mi tiempo devocional, las palabras que el Señor dice por medio del profeta Isaías y que aparecen reflejadas al principio de esta reflexión. Dios no nos dispensa de la realidad de envejecer -como tampoco lo hace de la enfermedad- y de todo lo que la acompaña. Sin embargo, promete estar con nosotros en medio de ella, acompañarnos en ese nuevo proceso vital. Nosotros cambiamos, Él no lo hace; nuestras fuerzas disminuyen, las suyas no; nuestra vulnerabilidad aumenta, su compromiso hacia nosotros no. Precisamente, porque el miedo y la vulnerabilidad pueden llevarnos a una distorsión de la realidad, es bueno recordarnos y no olvidar que Dios sigue siendo el mismo así como sus compromisos. En fin, estoy seguro que no podré evitar que ambos estados, como las setas, aparezcan de tanto en tanto; ahora bien, estoy seguro que los sabré confrontar con la realidad de Dios. 



Escuchadme, casa de Jacob, resto de la casa de Israel, que os llevé desde el seno materno, que os transporté desde el vientre: hasta que seáis viejos seré el mismo, hasta que seáis ancianos os sostendré; os he llevado y os llevaré, os sostendré y os salvaré. (Isaías 46:3-4)


Desde que entendí, asumí comprendí, ¡Cualquiera que sea la forma de expresarlo! que iba a toda velocidad hacia la vejez, tercera juventud, edad dorada o cualquier otro de los subterfugios que se usan para describirla, ciertas emociones o estados de ánimo me han acompañado y se han hecho presentes de tanto en tanto. Estoy convencido de que los mismos ya no me abandonarán, serán inseparables compañeros de una nueva etapa de la vida y, por un lado tendré que acostumbrarme a vivir con ellos y, por otro, tendré que ejercitar la capacidad de gestionarlos. Estoy hablando del miedo y de la vulnerabilidad. Miedo a muchas cosas, la enfermedad, el dolor, el sufrimiento, la limitación en la capacidades, la restricción o empequeñecimiento de mi universo vital, y muchas otras cosas que ahora sería cansado para mí explicar y para ti leer, sin embargo creo que puedes hacerte una idea. Vulnerabilidad es un estado en el cual puedes ser dañado física, moral o espiritualmente. Es una cierta fragilidad ante el mundo y las circunstancias. Bueno, pues eso es lo que de tanto en tanto uno va sintiendo y experimentando.

Por eso cobró especial significado, cuando estaba haciendo mi tiempo devocional, las palabras que el Señor dice por medio del profeta Isaías y que aparecen reflejadas al principio de esta reflexión. Dios no nos dispensa de la realidad de envejecer -como tampoco lo hace de la enfermedad- y de todo lo que la acompaña. Sin embargo, promete estar con nosotros en medio de ella, acompañarnos en ese nuevo proceso vital. Nosotros cambiamos, Él no lo hace; nuestras fuerzas disminuyen, las suyas no; nuestra vulnerabilidad aumenta, su compromiso hacia nosotros no. Precisamente, porque el miedo y la vulnerabilidad pueden llevarnos a una distorsión de la realidad, es bueno recordarnos y no olvidar que Dios sigue siendo el mismo así como sus compromisos. En fin, estoy seguro que no podré evitar que ambos estados, como las setas, aparezcan de tanto en tanto; ahora bien, estoy seguro que los sabré confrontar con la realidad de Dios. 



Escuchadme, casa de Jacob, resto de la casa de Israel, que os llevé desde el seno materno, que os transporté desde el vientre: hasta que seáis viejos seré el mismo, hasta que seáis ancianos os sostendré; os he llevado y os llevaré, os sostendré y os salvaré. (Isaías 46:3-4)


Desde que entendí, asumí comprendí, ¡Cualquiera que sea la forma de expresarlo! que iba a toda velocidad hacia la vejez, tercera juventud, edad dorada o cualquier otro de los subterfugios que se usan para describirla, ciertas emociones o estados de ánimo me han acompañado y se han hecho presentes de tanto en tanto. Estoy convencido de que los mismos ya no me abandonarán, serán inseparables compañeros de una nueva etapa de la vida y, por un lado tendré que acostumbrarme a vivir con ellos y, por otro, tendré que ejercitar la capacidad de gestionarlos. Estoy hablando del miedo y de la vulnerabilidad. Miedo a muchas cosas, la enfermedad, el dolor, el sufrimiento, la limitación en la capacidades, la restricción o empequeñecimiento de mi universo vital, y muchas otras cosas que ahora sería cansado para mí explicar y para ti leer, sin embargo creo que puedes hacerte una idea. Vulnerabilidad es un estado en el cual puedes ser dañado física, moral o espiritualmente. Es una cierta fragilidad ante el mundo y las circunstancias. Bueno, pues eso es lo que de tanto en tanto uno va sintiendo y experimentando.

Por eso cobró especial significado, cuando estaba haciendo mi tiempo devocional, las palabras que el Señor dice por medio del profeta Isaías y que aparecen reflejadas al principio de esta reflexión. Dios no nos dispensa de la realidad de envejecer -como tampoco lo hace de la enfermedad- y de todo lo que la acompaña. Sin embargo, promete estar con nosotros en medio de ella, acompañarnos en ese nuevo proceso vital. Nosotros cambiamos, Él no lo hace; nuestras fuerzas disminuyen, las suyas no; nuestra vulnerabilidad aumenta, su compromiso hacia nosotros no. Precisamente, porque el miedo y la vulnerabilidad pueden llevarnos a una distorsión de la realidad, es bueno recordarnos y no olvidar que Dios sigue siendo el mismo así como sus compromisos. En fin, estoy seguro que no podré evitar que ambos estados, como las setas, aparezcan de tanto en tanto; ahora bien, estoy seguro que los sabré confrontar con la realidad de Dios. 



Escuchadme, casa de Jacob, resto de la casa de Israel, que os llevé desde el seno materno, que os transporté desde el vientre: hasta que seáis viejos seré el mismo, hasta que seáis ancianos os sostendré; os he llevado y os llevaré, os sostendré y os salvaré. (Isaías 46:3-4)


Desde que entendí, asumí comprendí, ¡Cualquiera que sea la forma de expresarlo! que iba a toda velocidad hacia la vejez, tercera juventud, edad dorada o cualquier otro de los subterfugios que se usan para describirla, ciertas emociones o estados de ánimo me han acompañado y se han hecho presentes de tanto en tanto. Estoy convencido de que los mismos ya no me abandonarán, serán inseparables compañeros de una nueva etapa de la vida y, por un lado tendré que acostumbrarme a vivir con ellos y, por otro, tendré que ejercitar la capacidad de gestionarlos. Estoy hablando del miedo y de la vulnerabilidad. Miedo a muchas cosas, la enfermedad, el dolor, el sufrimiento, la limitación en la capacidades, la restricción o empequeñecimiento de mi universo vital, y muchas otras cosas que ahora sería cansado para mí explicar y para ti leer, sin embargo creo que puedes hacerte una idea. Vulnerabilidad es un estado en el cual puedes ser dañado física, moral o espiritualmente. Es una cierta fragilidad ante el mundo y las circunstancias. Bueno, pues eso es lo que de tanto en tanto uno va sintiendo y experimentando.

Por eso cobró especial significado, cuando estaba haciendo mi tiempo devocional, las palabras que el Señor dice por medio del profeta Isaías y que aparecen reflejadas al principio de esta reflexión. Dios no nos dispensa de la realidad de envejecer -como tampoco lo hace de la enfermedad- y de todo lo que la acompaña. Sin embargo, promete estar con nosotros en medio de ella, acompañarnos en ese nuevo proceso vital. Nosotros cambiamos, Él no lo hace; nuestras fuerzas disminuyen, las suyas no; nuestra vulnerabilidad aumenta, su compromiso hacia nosotros no. Precisamente, porque el miedo y la vulnerabilidad pueden llevarnos a una distorsión de la realidad, es bueno recordarnos y no olvidar que Dios sigue siendo el mismo así como sus compromisos. En fin, estoy seguro que no podré evitar que ambos estados, como las setas, aparezcan de tanto en tanto; ahora bien, estoy seguro que los sabré confrontar con la realidad de Dios.