Y nadie que haya bebido vino añejo querrá beber después vino nuevo, porque dirá que el añejo es mejor. (Lucas 5:39)


Esta afirmación, dicha por Jesús, viene inmediatamente después de haber indicado que el vino nuevo -su manera de entender la relación con Dios- necesitaba un odre nuevo -una nueva estructura, una nueva expresión, una forma diferente del viejo judaísmo-. No en vano, cuando estaba celebrando su última cena con los discípulos, nos habló de un pacto nuevo entre Dios y los seres humanos. Sin embargo, con estas aparentemente enigmáticas palabras el Maestro nos está diciendo que no va a ser tan fácil como parece. De alguna manera nos está indicando nuestra resistencia natural al cambio, a movernos hacia adelante, a la aventura de descubrir cosas nuevas, facetas diferentes del Señor y de nuestra relación con Él. Pareciere que tenemos una cierta tendencia a quedarnos estáticos, satisfechos con el vino actual, con el estatus quo en el que nos encontramos y a rechazar, en ocasiones, irracionalmente, todo lo que nos pueda mover de la seguridad, estabilidad, predictibilidad que nos provee lo que conocemos bien. Somos animales de costumbres, amamos las certidumbres y nos sentimos a gusto con ellas. 

Pero la Biblia parece moverse en la dirección contraria, siempre buscando lo nuevo, moviéndonos hacia adelante, sin ningún apego pasado -honrándolo, celebrándolo, pero sin nostalgias-. Jesús nos invita a seguirle y nos advierte sobre el peligro de volver la vista atrás ¡Adelante, siempre adelante!. Pablo nos dice que Dios siempre hace todas las cosas nuevas y lo viejo pasó. El mismo apóstol indica que se olvida de lo que queda atrás y prosigue adelante ¡Adelante, siempre adelante! El anónimo autor de la carta a los Hebreos indica que, como el resto de los héroes de la fe, hay que seguir moviéndonos con los ojos puestos en Jesús. Somos peregrinos, gente de paso, gente en busca siempre de nuevas realidades en un Dios que nunca se agota.


¿Has probado el vino nuevo o prefieres aferrarte al viejo?



Y nadie que haya bebido vino añejo querrá beber después vino nuevo, porque dirá que el añejo es mejor. (Lucas 5:39)


Esta afirmación, dicha por Jesús, viene inmediatamente después de haber indicado que el vino nuevo -su manera de entender la relación con Dios- necesitaba un odre nuevo -una nueva estructura, una nueva expresión, una forma diferente del viejo judaísmo-. No en vano, cuando estaba celebrando su última cena con los discípulos, nos habló de un pacto nuevo entre Dios y los seres humanos. Sin embargo, con estas aparentemente enigmáticas palabras el Maestro nos está diciendo que no va a ser tan fácil como parece. De alguna manera nos está indicando nuestra resistencia natural al cambio, a movernos hacia adelante, a la aventura de descubrir cosas nuevas, facetas diferentes del Señor y de nuestra relación con Él. Pareciere que tenemos una cierta tendencia a quedarnos estáticos, satisfechos con el vino actual, con el estatus quo en el que nos encontramos y a rechazar, en ocasiones, irracionalmente, todo lo que nos pueda mover de la seguridad, estabilidad, predictibilidad que nos provee lo que conocemos bien. Somos animales de costumbres, amamos las certidumbres y nos sentimos a gusto con ellas. 

Pero la Biblia parece moverse en la dirección contraria, siempre buscando lo nuevo, moviéndonos hacia adelante, sin ningún apego pasado -honrándolo, celebrándolo, pero sin nostalgias-. Jesús nos invita a seguirle y nos advierte sobre el peligro de volver la vista atrás ¡Adelante, siempre adelante!. Pablo nos dice que Dios siempre hace todas las cosas nuevas y lo viejo pasó. El mismo apóstol indica que se olvida de lo que queda atrás y prosigue adelante ¡Adelante, siempre adelante! El anónimo autor de la carta a los Hebreos indica que, como el resto de los héroes de la fe, hay que seguir moviéndonos con los ojos puestos en Jesús. Somos peregrinos, gente de paso, gente en busca siempre de nuevas realidades en un Dios que nunca se agota.


¿Has probado el vino nuevo o prefieres aferrarte al viejo?