Estos son los que han pasado por la gran persecución, los que han lavado y blanqueado sus túnicas en la sangre del Cordero. Por eso están ante el trono de Dios, rindiéndole culto día y noche en su Templo; y el que está sentado en el trono los protege. Ya no volverán a sentir hambre ni sed ni el ardor agobiante del sol. El Cordero que está en medio del trono será su pastor, los conducirá a manantiales de aguas vivas, y Dios mismo enjugará toda lágrima de sus ojos. (Apocalipsis 7: 14-17)


En breve, en Madrid, se celebrará el sorteo de Navidad, algo esperado por millones de personas que tienen la esperanza de poderse ver agraciados con un premio de dinero. Su esperanza consiste en un ojalá, un deseo, una aspiración, una probabilidad estadística, bien remota por otra parte. La posibilidad de que alguien pueda obtener el primer y gran premio es de 0,00001%;  sin embargo millones de españoles tienen esperanza en esa posibilidad y se gastan anualmente casi tres mil millones de euros tan sólo en el sorteo de Navidad. La esperanza, afirma el dicho popular, es lo último que se pierde.

La esperanza del cristiano es de otra índole; consiste en la certeza de que las promesas de Dios se cumplirán más tarde o más temprano. No se basa en probabilidades estadísticas ni tampoco en nuestro convencimiento mental o nuestros deseos y aspiraciones; antes al contrario está, como indica el libro de los Hebreos, anclada en el carácter de un Dios que se ha comprometido con el cumplimiento de la misma. Este pasaje del libro de Apocalipsis, aunque de forma poética, nos describe la consumación de la historia. Nos habla de que, finalmente, el dolor, la enfermedad, el sufrimiento y el resto de las consecuencias del pecado desaparecerán y el universo volverá a ser aquello que nunca debió dejar de ser. Saber el final de la historia, conocer el futuro, nos permite o debería permitir, vivir el presente con mucha más paz y libres de ansiedad, temor e inseguridad.


¿Tienes esperanza? ¿En qué o quién está basada?



Estos son los que han pasado por la gran persecución, los que han lavado y blanqueado sus túnicas en la sangre del Cordero. Por eso están ante el trono de Dios, rindiéndole culto día y noche en su Templo; y el que está sentado en el trono los protege. Ya no volverán a sentir hambre ni sed ni el ardor agobiante del sol. El Cordero que está en medio del trono será su pastor, los conducirá a manantiales de aguas vivas, y Dios mismo enjugará toda lágrima de sus ojos. (Apocalipsis 7: 14-17)


En breve, en Madrid, se celebrará el sorteo de Navidad, algo esperado por millones de personas que tienen la esperanza de poderse ver agraciados con un premio de dinero. Su esperanza consiste en un ojalá, un deseo, una aspiración, una probabilidad estadística, bien remota por otra parte. La posibilidad de que alguien pueda obtener el primer y gran premio es de 0,00001%;  sin embargo millones de españoles tienen esperanza en esa posibilidad y se gastan anualmente casi tres mil millones de euros tan sólo en el sorteo de Navidad. La esperanza, afirma el dicho popular, es lo último que se pierde.

La esperanza del cristiano es de otra índole; consiste en la certeza de que las promesas de Dios se cumplirán más tarde o más temprano. No se basa en probabilidades estadísticas ni tampoco en nuestro convencimiento mental o nuestros deseos y aspiraciones; antes al contrario está, como indica el libro de los Hebreos, anclada en el carácter de un Dios que se ha comprometido con el cumplimiento de la misma. Este pasaje del libro de Apocalipsis, aunque de forma poética, nos describe la consumación de la historia. Nos habla de que, finalmente, el dolor, la enfermedad, el sufrimiento y el resto de las consecuencias del pecado desaparecerán y el universo volverá a ser aquello que nunca debió dejar de ser. Saber el final de la historia, conocer el futuro, nos permite o debería permitir, vivir el presente con mucha más paz y libres de ansiedad, temor e inseguridad.


¿Tienes esperanza? ¿En qué o quién está basada?



Estos son los que han pasado por la gran persecución, los que han lavado y blanqueado sus túnicas en la sangre del Cordero. Por eso están ante el trono de Dios, rindiéndole culto día y noche en su Templo; y el que está sentado en el trono los protege. Ya no volverán a sentir hambre ni sed ni el ardor agobiante del sol. El Cordero que está en medio del trono será su pastor, los conducirá a manantiales de aguas vivas, y Dios mismo enjugará toda lágrima de sus ojos. (Apocalipsis 7: 14-17)


En breve, en Madrid, se celebrará el sorteo de Navidad, algo esperado por millones de personas que tienen la esperanza de poderse ver agraciados con un premio de dinero. Su esperanza consiste en un ojalá, un deseo, una aspiración, una probabilidad estadística, bien remota por otra parte. La posibilidad de que alguien pueda obtener el primer y gran premio es de 0,00001%;  sin embargo millones de españoles tienen esperanza en esa posibilidad y se gastan anualmente casi tres mil millones de euros tan sólo en el sorteo de Navidad. La esperanza, afirma el dicho popular, es lo último que se pierde.

La esperanza del cristiano es de otra índole; consiste en la certeza de que las promesas de Dios se cumplirán más tarde o más temprano. No se basa en probabilidades estadísticas ni tampoco en nuestro convencimiento mental o nuestros deseos y aspiraciones; antes al contrario está, como indica el libro de los Hebreos, anclada en el carácter de un Dios que se ha comprometido con el cumplimiento de la misma. Este pasaje del libro de Apocalipsis, aunque de forma poética, nos describe la consumación de la historia. Nos habla de que, finalmente, el dolor, la enfermedad, el sufrimiento y el resto de las consecuencias del pecado desaparecerán y el universo volverá a ser aquello que nunca debió dejar de ser. Saber el final de la historia, conocer el futuro, nos permite o debería permitir, vivir el presente con mucha más paz y libres de ansiedad, temor e inseguridad.


¿Tienes esperanza? ¿En qué o quién está basada?