Pero antes de que el muchacho terminara de hablar, el padre llamó a los sirvientes y les dijo: "¡Pronto! Traed la mejor ropa y vestidlo. Ponedle un anillo, y también sandalias. ¡Matad al ternero más gordo y hagamos una gran fiesta, porque mi hijo ha regresado! Es como si hubiera muerto, y ha vuelto a vivir. Se había perdido y le hemos encontrado." (Lucas 15:22-24)


Cuando el ser humano tomó la decisión de independizarse de Dios y su autoridad, perdió su identidad. Se convirtió en un proyecto de humanidad fracasado, fallido. No somos el tipo de ser humano que el Señor creó, que tenía en mente; somos la piltrafa en que el pecado nos ha convertido. Hemos tratado, o tal vez continuamos haciéndolo, de construir una identidad con los materiales disponibles en las sociedad que nos ha tocado vivir y no parece que hayamos tenido excesivo éxito en el empeño.

Necesitamos volver a la cultura de la época para entender el significado simbólico de los actos llevados a cabo por el padre del relato. Ropa, calzado y el anillo. Las tres cosas representan la acogida de nuevo en la familia. Los vestidos cubren la desastrosa apariencia del hijo perdido, pero no son suficientes. Son coberturas externas que pueden dejar intactas las realidades internas. El calzado y el anillo ya nos hablan del interior. Sólo los esclavos iban descalzos en aquel tiempo. El anillo es símbolo de pertenencia a la familia. El muchacho ha sido acogido y restablecido en su condición de hijo y heredero. Ha recobrado la identidad que, voluntariamente, había decidido dejar de lado para construirse su propia identidad al margen de la casa paterna. 

Así pasa con nosotros y Dios. Al volvernos a la casa del Padre recobramos nuestra auténtica identidad, nuestro verdadero yo. El Padre nos otorga la condición de hijos y herederos juntamente con Cristo, nuestro hermano mayor. Recobramos esa identidad que nunca debimos de haber perdido. Comenzamos ese proceso de seguimiento de Jesús que, poco a poco, día a día, nos va convirtiendo en una persona nueva, esa persona que éramos antes de haber decidido alejarnos de Dios. Contra lo que popularmente se piensa, cuando nos volvemos a la casa del Padre, no perdemos nuestra identidad y personalidad ¡Antes al contrario! es cuando verdaderamente la recobramos.


¿Cuál es tu verdadera identidad?



Pero antes de que el muchacho terminara de hablar, el padre llamó a los sirvientes y les dijo: "¡Pronto! Traed la mejor ropa y vestidlo. Ponedle un anillo, y también sandalias. ¡Matad al ternero más gordo y hagamos una gran fiesta, porque mi hijo ha regresado! Es como si hubiera muerto, y ha vuelto a vivir. Se había perdido y le hemos encontrado." (Lucas 15:22-24)


Cuando el ser humano tomó la decisión de independizarse de Dios y su autoridad, perdió su identidad. Se convirtió en un proyecto de humanidad fracasado, fallido. No somos el tipo de ser humano que el Señor creó, que tenía en mente; somos la piltrafa en que el pecado nos ha convertido. Hemos tratado, o tal vez continuamos haciéndolo, de construir una identidad con los materiales disponibles en las sociedad que nos ha tocado vivir y no parece que hayamos tenido excesivo éxito en el empeño.

Necesitamos volver a la cultura de la época para entender el significado simbólico de los actos llevados a cabo por el padre del relato. Ropa, calzado y el anillo. Las tres cosas representan la acogida de nuevo en la familia. Los vestidos cubren la desastrosa apariencia del hijo perdido, pero no son suficientes. Son coberturas externas que pueden dejar intactas las realidades internas. El calzado y el anillo ya nos hablan del interior. Sólo los esclavos iban descalzos en aquel tiempo. El anillo es símbolo de pertenencia a la familia. El muchacho ha sido acogido y restablecido en su condición de hijo y heredero. Ha recobrado la identidad que, voluntariamente, había decidido dejar de lado para construirse su propia identidad al margen de la casa paterna. 

Así pasa con nosotros y Dios. Al volvernos a la casa del Padre recobramos nuestra auténtica identidad, nuestro verdadero yo. El Padre nos otorga la condición de hijos y herederos juntamente con Cristo, nuestro hermano mayor. Recobramos esa identidad que nunca debimos de haber perdido. Comenzamos ese proceso de seguimiento de Jesús que, poco a poco, día a día, nos va convirtiendo en una persona nueva, esa persona que éramos antes de haber decidido alejarnos de Dios. Contra lo que popularmente se piensa, cuando nos volvemos a la casa del Padre, no perdemos nuestra identidad y personalidad ¡Antes al contrario! es cuando verdaderamente la recobramos.


¿Cuál es tu verdadera identidad?



Pero antes de que el muchacho terminara de hablar, el padre llamó a los sirvientes y les dijo: "¡Pronto! Traed la mejor ropa y vestidlo. Ponedle un anillo, y también sandalias. ¡Matad al ternero más gordo y hagamos una gran fiesta, porque mi hijo ha regresado! Es como si hubiera muerto, y ha vuelto a vivir. Se había perdido y le hemos encontrado." (Lucas 15:22-24)


Cuando el ser humano tomó la decisión de independizarse de Dios y su autoridad, perdió su identidad. Se convirtió en un proyecto de humanidad fracasado, fallido. No somos el tipo de ser humano que el Señor creó, que tenía en mente; somos la piltrafa en que el pecado nos ha convertido. Hemos tratado, o tal vez continuamos haciéndolo, de construir una identidad con los materiales disponibles en las sociedad que nos ha tocado vivir y no parece que hayamos tenido excesivo éxito en el empeño.

Necesitamos volver a la cultura de la época para entender el significado simbólico de los actos llevados a cabo por el padre del relato. Ropa, calzado y el anillo. Las tres cosas representan la acogida de nuevo en la familia. Los vestidos cubren la desastrosa apariencia del hijo perdido, pero no son suficientes. Son coberturas externas que pueden dejar intactas las realidades internas. El calzado y el anillo ya nos hablan del interior. Sólo los esclavos iban descalzos en aquel tiempo. El anillo es símbolo de pertenencia a la familia. El muchacho ha sido acogido y restablecido en su condición de hijo y heredero. Ha recobrado la identidad que, voluntariamente, había decidido dejar de lado para construirse su propia identidad al margen de la casa paterna. 

Así pasa con nosotros y Dios. Al volvernos a la casa del Padre recobramos nuestra auténtica identidad, nuestro verdadero yo. El Padre nos otorga la condición de hijos y herederos juntamente con Cristo, nuestro hermano mayor. Recobramos esa identidad que nunca debimos de haber perdido. Comenzamos ese proceso de seguimiento de Jesús que, poco a poco, día a día, nos va convirtiendo en una persona nueva, esa persona que éramos antes de haber decidido alejarnos de Dios. Contra lo que popularmente se piensa, cuando nos volvemos a la casa del Padre, no perdemos nuestra identidad y personalidad ¡Antes al contrario! es cuando verdaderamente la recobramos.


¿Cuál es tu verdadera identidad?