Estoy seguro de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni potestades cósmicas, ni lo presente, ni lo futuro, ni poderes sobrenaturales, ni lo de arriba, ni lo de abajo, ni cualquier otra criatura, será capaz de arrebatarnos este amor que Dios nos tiene en Cristo Jesús, Señor nuestro. (Romanos 8:38-39)


La licencia para matar era la prerrogativa que James Bond, el agente 007 tenía. Algunos, incapaces de entender o asimilar la gracia incondicional e inmerecida del Señor la confunden como si fuera una licencia para pecar y, por tanto, reaccionan contra ella aferrándose al legalismo y a una vida en la que las obras desplazan a la gracia del Señor. Pero la gracia, tan poéticamente reflejada en estos versículos por parte del apóstol, es verdaderamente una licencia para cambiar. Nadie puede aceptarse a sí mismo si no es aceptado por alguien externo a él que conozca total y absolutamente su realidad y, a pesar de la misma, ofrezca aceptación. Cuando esta maravilla se da la persona puede aceptarse a sí misma y desde esa aceptación comenzar un proceso de cambio consciente de que los fracasos a lo largo del camino no afectarán esa relación segura ya establecida. 

Eso es precisamente lo que Dios hace con nosotros. Nos ama y acepta de forma incondicional, no debido a lo que somos, sino más bien a pesar de lo que somos. Consecuentemente eso genera en nosotros una seguridad de que nada ni nadie podrá alterar esa relación de amor y, por tanto, nos concede una licencia para cambiar. Podemos intentar y perseverar en el cambio, plenamente conscientes de que los fallos a lo largo del camino no cambiarán a actitud y la aceptación de Dios. Caeremos ¡Sin duda! pero nos volveremos a levantar con la certeza de que nuestra posición ante el Señor es inalterable.


¿Qué te impide vivir con licencia para cambiar?



Estoy seguro de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni potestades cósmicas, ni lo presente, ni lo futuro, ni poderes sobrenaturales, ni lo de arriba, ni lo de abajo, ni cualquier otra criatura, será capaz de arrebatarnos este amor que Dios nos tiene en Cristo Jesús, Señor nuestro. (Romanos 8:38-39)


La licencia para matar era la prerrogativa que James Bond, el agente 007 tenía. Algunos, incapaces de entender o asimilar la gracia incondicional e inmerecida del Señor la confunden como si fuera una licencia para pecar y, por tanto, reaccionan contra ella aferrándose al legalismo y a una vida en la que las obras desplazan a la gracia del Señor. Pero la gracia, tan poéticamente reflejada en estos versículos por parte del apóstol, es verdaderamente una licencia para cambiar. Nadie puede aceptarse a sí mismo si no es aceptado por alguien externo a él que conozca total y absolutamente su realidad y, a pesar de la misma, ofrezca aceptación. Cuando esta maravilla se da la persona puede aceptarse a sí misma y desde esa aceptación comenzar un proceso de cambio consciente de que los fracasos a lo largo del camino no afectarán esa relación segura ya establecida. 

Eso es precisamente lo que Dios hace con nosotros. Nos ama y acepta de forma incondicional, no debido a lo que somos, sino más bien a pesar de lo que somos. Consecuentemente eso genera en nosotros una seguridad de que nada ni nadie podrá alterar esa relación de amor y, por tanto, nos concede una licencia para cambiar. Podemos intentar y perseverar en el cambio, plenamente conscientes de que los fallos a lo largo del camino no cambiarán a actitud y la aceptación de Dios. Caeremos ¡Sin duda! pero nos volveremos a levantar con la certeza de que nuestra posición ante el Señor es inalterable.


¿Qué te impide vivir con licencia para cambiar?



Estoy seguro de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni potestades cósmicas, ni lo presente, ni lo futuro, ni poderes sobrenaturales, ni lo de arriba, ni lo de abajo, ni cualquier otra criatura, será capaz de arrebatarnos este amor que Dios nos tiene en Cristo Jesús, Señor nuestro. (Romanos 8:38-39)


La licencia para matar era la prerrogativa que James Bond, el agente 007 tenía. Algunos, incapaces de entender o asimilar la gracia incondicional e inmerecida del Señor la confunden como si fuera una licencia para pecar y, por tanto, reaccionan contra ella aferrándose al legalismo y a una vida en la que las obras desplazan a la gracia del Señor. Pero la gracia, tan poéticamente reflejada en estos versículos por parte del apóstol, es verdaderamente una licencia para cambiar. Nadie puede aceptarse a sí mismo si no es aceptado por alguien externo a él que conozca total y absolutamente su realidad y, a pesar de la misma, ofrezca aceptación. Cuando esta maravilla se da la persona puede aceptarse a sí misma y desde esa aceptación comenzar un proceso de cambio consciente de que los fracasos a lo largo del camino no afectarán esa relación segura ya establecida. 

Eso es precisamente lo que Dios hace con nosotros. Nos ama y acepta de forma incondicional, no debido a lo que somos, sino más bien a pesar de lo que somos. Consecuentemente eso genera en nosotros una seguridad de que nada ni nadie podrá alterar esa relación de amor y, por tanto, nos concede una licencia para cambiar. Podemos intentar y perseverar en el cambio, plenamente conscientes de que los fallos a lo largo del camino no cambiarán a actitud y la aceptación de Dios. Caeremos ¡Sin duda! pero nos volveremos a levantar con la certeza de que nuestra posición ante el Señor es inalterable.


¿Qué te impide vivir con licencia para cambiar?