Quitad eso de ahí. No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre. (Juan 2:16)


Un poco de contexto primero. La celebración de la Pascua en Jerusalén podía, literalmente, reunir a decenas de miles de personas de toda la diáspora judía que precisaban cambiar sus monedas de diferentes partes del mundo (Por tanto, consideradas impuras para ser dadas al tesoro del templo) por las oficiales aceptadas en el santuario. Los cambistas, no sólo proporcionaban un servicio, que hubiera sido legítimo, sino que cobraban comisiones que podía llegar hasta el 50% de la cantidad cambiada. Un auténtico negocio de usura que, sin duda, contaba con el beneplácito de los sacerdotes. A esto había que añadir la venta de animales para los sacrificios. La Ley ordenaba que sólo eran válidos para ser sacrificados al Señor aquellos animales que fuera perfectos, es decir, sin ningún defecto. Había inspectores asignados para evaluar la calidad de los animales presentados. Esto daba pie a todo tipo de extorsión y rechazo de los animales que los fieles intentaban entrar en el templo. Sin embargo, los que se vendían dentro de su recinto había pasado la inspección y tenían la garantía de no ser rechazados. El problema es que en algunos casos podían valor hasta 30 veces su valor en la calle. Todo esto hay que tenerlo en cuenta cuando nos acercamos a la reacción de Jesús. 

Ahora hablemos de la ira. Jesús, en los evangelios, muestra su ira en varias ocasiones. Contra lo que podríamos suponer la ira es una emoción positiva. Es una respuesta de indignación y enfado cuando vemos que nuestro código moral, nuestros valores, principios o normas éticas son violadas, atacadas o transgredidas. En castellano tenemos una frase que lo ilustra muy bien ¡Hay cosas que claman al cielo!, es decir, que exigen una respuesta, que no nos permiten quedarnos indiferentes, que nos remueven por dentro y, si está en nuestra mano, nos llevan a la acción como respuesta. Nuestra falta de vocabulario emocional hace que, en ocasiones, la confundamos con la rabia. La ira se puede convertir en rabia cuando perdemos el control y estamos fuera de nosotros mismos.  La ira es un signo de salud moral. Es una indicación de que no somos indiferentes ante determinadas realidades. Las cosas que nos producen ira, por tanto, son indicadores de nuestra sensibilidad moral, ética y espiritual. 

Jesús respondió con ira porque no había otra manera de responder ante la manipulación que se hacia de la necesidad religiosa de la gente en beneficio propio y para hacer negocio.  Pero esto ya lo desarrollaremos más adelante, baste, por ahora, el contexto. 


¿Qué cosas te producen ira? o dicho de otro modo ¿Qué grandes cosas en esta vida te dejan indiferente?



Quitad eso de ahí. No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre. (Juan 2:16)


Un poco de contexto primero. La celebración de la Pascua en Jerusalén podía, literalmente, reunir a decenas de miles de personas de toda la diáspora judía que precisaban cambiar sus monedas de diferentes partes del mundo (Por tanto, consideradas impuras para ser dadas al tesoro del templo) por las oficiales aceptadas en el santuario. Los cambistas, no sólo proporcionaban un servicio, que hubiera sido legítimo, sino que cobraban comisiones que podía llegar hasta el 50% de la cantidad cambiada. Un auténtico negocio de usura que, sin duda, contaba con el beneplácito de los sacerdotes. A esto había que añadir la venta de animales para los sacrificios. La Ley ordenaba que sólo eran válidos para ser sacrificados al Señor aquellos animales que fuera perfectos, es decir, sin ningún defecto. Había inspectores asignados para evaluar la calidad de los animales presentados. Esto daba pie a todo tipo de extorsión y rechazo de los animales que los fieles intentaban entrar en el templo. Sin embargo, los que se vendían dentro de su recinto había pasado la inspección y tenían la garantía de no ser rechazados. El problema es que en algunos casos podían valor hasta 30 veces su valor en la calle. Todo esto hay que tenerlo en cuenta cuando nos acercamos a la reacción de Jesús. 

Ahora hablemos de la ira. Jesús, en los evangelios, muestra su ira en varias ocasiones. Contra lo que podríamos suponer la ira es una emoción positiva. Es una respuesta de indignación y enfado cuando vemos que nuestro código moral, nuestros valores, principios o normas éticas son violadas, atacadas o transgredidas. En castellano tenemos una frase que lo ilustra muy bien ¡Hay cosas que claman al cielo!, es decir, que exigen una respuesta, que no nos permiten quedarnos indiferentes, que nos remueven por dentro y, si está en nuestra mano, nos llevan a la acción como respuesta. Nuestra falta de vocabulario emocional hace que, en ocasiones, la confundamos con la rabia. La ira se puede convertir en rabia cuando perdemos el control y estamos fuera de nosotros mismos.  La ira es un signo de salud moral. Es una indicación de que no somos indiferentes ante determinadas realidades. Las cosas que nos producen ira, por tanto, son indicadores de nuestra sensibilidad moral, ética y espiritual. 

Jesús respondió con ira porque no había otra manera de responder ante la manipulación que se hacia de la necesidad religiosa de la gente en beneficio propio y para hacer negocio.  Pero esto ya lo desarrollaremos más adelante, baste, por ahora, el contexto. 


¿Qué cosas te producen ira? o dicho de otro modo ¿Qué grandes cosas en esta vida te dejan indiferente?



Quitad eso de ahí. No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre. (Juan 2:16)


Un poco de contexto primero. La celebración de la Pascua en Jerusalén podía, literalmente, reunir a decenas de miles de personas de toda la diáspora judía que precisaban cambiar sus monedas de diferentes partes del mundo (Por tanto, consideradas impuras para ser dadas al tesoro del templo) por las oficiales aceptadas en el santuario. Los cambistas, no sólo proporcionaban un servicio, que hubiera sido legítimo, sino que cobraban comisiones que podía llegar hasta el 50% de la cantidad cambiada. Un auténtico negocio de usura que, sin duda, contaba con el beneplácito de los sacerdotes. A esto había que añadir la venta de animales para los sacrificios. La Ley ordenaba que sólo eran válidos para ser sacrificados al Señor aquellos animales que fuera perfectos, es decir, sin ningún defecto. Había inspectores asignados para evaluar la calidad de los animales presentados. Esto daba pie a todo tipo de extorsión y rechazo de los animales que los fieles intentaban entrar en el templo. Sin embargo, los que se vendían dentro de su recinto había pasado la inspección y tenían la garantía de no ser rechazados. El problema es que en algunos casos podían valor hasta 30 veces su valor en la calle. Todo esto hay que tenerlo en cuenta cuando nos acercamos a la reacción de Jesús. 

Ahora hablemos de la ira. Jesús, en los evangelios, muestra su ira en varias ocasiones. Contra lo que podríamos suponer la ira es una emoción positiva. Es una respuesta de indignación y enfado cuando vemos que nuestro código moral, nuestros valores, principios o normas éticas son violadas, atacadas o transgredidas. En castellano tenemos una frase que lo ilustra muy bien ¡Hay cosas que claman al cielo!, es decir, que exigen una respuesta, que no nos permiten quedarnos indiferentes, que nos remueven por dentro y, si está en nuestra mano, nos llevan a la acción como respuesta. Nuestra falta de vocabulario emocional hace que, en ocasiones, la confundamos con la rabia. La ira se puede convertir en rabia cuando perdemos el control y estamos fuera de nosotros mismos.  La ira es un signo de salud moral. Es una indicación de que no somos indiferentes ante determinadas realidades. Las cosas que nos producen ira, por tanto, son indicadores de nuestra sensibilidad moral, ética y espiritual. 

Jesús respondió con ira porque no había otra manera de responder ante la manipulación que se hacia de la necesidad religiosa de la gente en beneficio propio y para hacer negocio.  Pero esto ya lo desarrollaremos más adelante, baste, por ahora, el contexto. 


¿Qué cosas te producen ira? o dicho de otro modo ¿Qué grandes cosas en esta vida te dejan indiferente?