Al hacerse de día, Jesús salió de la ciudad y se retiró a un lugar solitario. La gente estaba buscándolo y, cuando lo encontraron, querían retenerlo para impedir que se fuera de allí. Pero Jesús les dijo: -Tengo que ir también a otras ciudades, a llevarles la buena noticia del reino de Dios, pues para eso he sido enviado. (Lucas 4:42-43)


Cuando uno lee el contexto de estos versículos encuentra normal que la gente quisiera retener al Maestro. En la ciudad se han producido fenómenos singulares. Muchísimas personas han sido sanadas de todo tipo de enfermedades y muchas otras han recibido liberación espiritual. La gente está conmocionada por lo sucedido y, como es natural, no desean perder a Jesús, pues su presencia garantiza el favor de Dios y la continuidad de la bendición. Al día siguiente de un episodio de sanidades en masa las personas salen en busca del Maestro y se sienten preocupadas al no poder encontrarlo. Él, como era su costumbre, está pasando tiempo de soledad y comunión con el Padre. Ese tiempo tan precioso para Él en el cual renueva su comunión y, sin duda, encuentra las fuerzas para seguir con su tarea. Se organiza una expedición de búsqueda y, finalmente, dan con Jesús. Su deseo es retenerlo, que se quede con ellos. Es una fuente de bendición y sanidad, quién sabe si también de alimentación. Hay que asegurarse que no se vaya. Pero no pueden impedir que lo haga. Jesús es tajante en sus palabras: "Tengo que ir también a otras ciudades, a llevarles la buena noticia del reino de Dios". Él afirma que esa, precisamente, es la razón por la cual ha sido enviado por el Padre.

Al leer este pasaje me he sentido identificado con la gente de Cafarnaún. He pensado en cuántas ocasiones he actuado como sus habitantes -y sigo haciéndolo- tratando de retener a Jesús. He sido bendecido y no quiero perder su bendición, quiero que permanezca conmigo. Quiero disfrutar de Él y de los beneficios de todo tipo que trae consigo su presencia. Olvido que el Maestro no es para ser retenido, es para ser compartido. Mi motivación, como la de aquellos contemporáneos suyos, es buena. Quiero lo mejor para mí y los míos, mi familia, mi iglesia, mi grupo, mi país. Olvido que Jesús es universal y no puede ser retenido ni por mí, ni por mi grupo misionero, ni por mi denominación. Olvido que lo traiciono cuando lo retengo y no lo comparto. Pierdo de vista que lo hago cada vez que le niego a otros las bendiciones que me ha otorgado. Cada vez que soy indiferente al necesitado en cualquier dimensión, física, mental, espiritual, social e incluso intelectualmente. 

Los seguidores de Jesús tenemos la lamentable tendencia a retenerlo, a hacerlo exclusivo. Al hacerlo le impedimos llevar a cabo su misión, le hacemos perder su propósito y, de paso, perdemos el nuestro ya que de gracia hemos recibido y de gracias debemos dar.


¿Estás reteniendo a Jesús o estás participando con Él de su misión? ¿Qué significa en tu realidad retener al Maestro? ¿Y participar de su misión?












Al hacerse de día, Jesús salió de la ciudad y se retiró a un lugar solitario. La gente estaba buscándolo y, cuando lo encontraron, querían retenerlo para impedir que se fuera de allí. Pero Jesús les dijo: -Tengo que ir también a otras ciudades, a llevarles la buena noticia del reino de Dios, pues para eso he sido enviado. (Lucas 4:42-43)


Cuando uno lee el contexto de estos versículos encuentra normal que la gente quisiera retener al Maestro. En la ciudad se han producido fenómenos singulares. Muchísimas personas han sido sanadas de todo tipo de enfermedades y muchas otras han recibido liberación espiritual. La gente está conmocionada por lo sucedido y, como es natural, no desean perder a Jesús, pues su presencia garantiza el favor de Dios y la continuidad de la bendición. Al día siguiente de un episodio de sanidades en masa las personas salen en busca del Maestro y se sienten preocupadas al no poder encontrarlo. Él, como era su costumbre, está pasando tiempo de soledad y comunión con el Padre. Ese tiempo tan precioso para Él en el cual renueva su comunión y, sin duda, encuentra las fuerzas para seguir con su tarea. Se organiza una expedición de búsqueda y, finalmente, dan con Jesús. Su deseo es retenerlo, que se quede con ellos. Es una fuente de bendición y sanidad, quién sabe si también de alimentación. Hay que asegurarse que no se vaya. Pero no pueden impedir que lo haga. Jesús es tajante en sus palabras: "Tengo que ir también a otras ciudades, a llevarles la buena noticia del reino de Dios". Él afirma que esa, precisamente, es la razón por la cual ha sido enviado por el Padre.

Al leer este pasaje me he sentido identificado con la gente de Cafarnaún. He pensado en cuántas ocasiones he actuado como sus habitantes -y sigo haciéndolo- tratando de retener a Jesús. He sido bendecido y no quiero perder su bendición, quiero que permanezca conmigo. Quiero disfrutar de Él y de los beneficios de todo tipo que trae consigo su presencia. Olvido que el Maestro no es para ser retenido, es para ser compartido. Mi motivación, como la de aquellos contemporáneos suyos, es buena. Quiero lo mejor para mí y los míos, mi familia, mi iglesia, mi grupo, mi país. Olvido que Jesús es universal y no puede ser retenido ni por mí, ni por mi grupo misionero, ni por mi denominación. Olvido que lo traiciono cuando lo retengo y no lo comparto. Pierdo de vista que lo hago cada vez que le niego a otros las bendiciones que me ha otorgado. Cada vez que soy indiferente al necesitado en cualquier dimensión, física, mental, espiritual, social e incluso intelectualmente. 

Los seguidores de Jesús tenemos la lamentable tendencia a retenerlo, a hacerlo exclusivo. Al hacerlo le impedimos llevar a cabo su misión, le hacemos perder su propósito y, de paso, perdemos el nuestro ya que de gracia hemos recibido y de gracias debemos dar.


¿Estás reteniendo a Jesús o estás participando con Él de su misión? ¿Qué significa en tu realidad retener al Maestro? ¿Y participar de su misión?












Al hacerse de día, Jesús salió de la ciudad y se retiró a un lugar solitario. La gente estaba buscándolo y, cuando lo encontraron, querían retenerlo para impedir que se fuera de allí. Pero Jesús les dijo: -Tengo que ir también a otras ciudades, a llevarles la buena noticia del reino de Dios, pues para eso he sido enviado. (Lucas 4:42-43)


Cuando uno lee el contexto de estos versículos encuentra normal que la gente quisiera retener al Maestro. En la ciudad se han producido fenómenos singulares. Muchísimas personas han sido sanadas de todo tipo de enfermedades y muchas otras han recibido liberación espiritual. La gente está conmocionada por lo sucedido y, como es natural, no desean perder a Jesús, pues su presencia garantiza el favor de Dios y la continuidad de la bendición. Al día siguiente de un episodio de sanidades en masa las personas salen en busca del Maestro y se sienten preocupadas al no poder encontrarlo. Él, como era su costumbre, está pasando tiempo de soledad y comunión con el Padre. Ese tiempo tan precioso para Él en el cual renueva su comunión y, sin duda, encuentra las fuerzas para seguir con su tarea. Se organiza una expedición de búsqueda y, finalmente, dan con Jesús. Su deseo es retenerlo, que se quede con ellos. Es una fuente de bendición y sanidad, quién sabe si también de alimentación. Hay que asegurarse que no se vaya. Pero no pueden impedir que lo haga. Jesús es tajante en sus palabras: "Tengo que ir también a otras ciudades, a llevarles la buena noticia del reino de Dios". Él afirma que esa, precisamente, es la razón por la cual ha sido enviado por el Padre.

Al leer este pasaje me he sentido identificado con la gente de Cafarnaún. He pensado en cuántas ocasiones he actuado como sus habitantes -y sigo haciéndolo- tratando de retener a Jesús. He sido bendecido y no quiero perder su bendición, quiero que permanezca conmigo. Quiero disfrutar de Él y de los beneficios de todo tipo que trae consigo su presencia. Olvido que el Maestro no es para ser retenido, es para ser compartido. Mi motivación, como la de aquellos contemporáneos suyos, es buena. Quiero lo mejor para mí y los míos, mi familia, mi iglesia, mi grupo, mi país. Olvido que Jesús es universal y no puede ser retenido ni por mí, ni por mi grupo misionero, ni por mi denominación. Olvido que lo traiciono cuando lo retengo y no lo comparto. Pierdo de vista que lo hago cada vez que le niego a otros las bendiciones que me ha otorgado. Cada vez que soy indiferente al necesitado en cualquier dimensión, física, mental, espiritual, social e incluso intelectualmente. 

Los seguidores de Jesús tenemos la lamentable tendencia a retenerlo, a hacerlo exclusivo. Al hacerlo le impedimos llevar a cabo su misión, le hacemos perder su propósito y, de paso, perdemos el nuestro ya que de gracia hemos recibido y de gracias debemos dar.


¿Estás reteniendo a Jesús o estás participando con Él de su misión? ¿Qué significa en tu realidad retener al Maestro? ¿Y participar de su misión?