Se acercó entonces a Jesús un leproso y, poniéndose de rodillas, le suplicó: — Si quieres, puedes limpiarme de mi enfermedad. Jesús, conmovido, extendió la mano, lo tocó y le dijo:— Quiero. Queda limpio. Al instante le desapareció la lepra y quedó limpio. Acto seguido Jesús lo despidió con tono severo y le encargó: — Mira, no le cuentes esto a nadie, sino ve, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda prescrita al efecto por Moisés. Así todos tendrán evidencia de tu curación. (Marcos 1:40-44)

Hemos visto a Jesús restaurar física y espiritualmente. En esta ocasión lo veremos restaurando emocionalmente a una persona. Nos dice el texto que el Maestro tocó al leproso y lo sanó. Tocarlo era totalmente innecesario para sanarlo. Tocándolo Jesús corría el riesgo de contagiarse de esa terrible enfermedad que suponía un estigma para cualquier persona que la padeciese. Además, al tocarlo se volvía impuro para poder participar en la vida religiosa de Israel. Una persona que entraba en contacto físico con alguien que estaba infectado de lepra era declaro no limpio, no apto para la comunión y la adoración a Dios. ¿Por qué Jesús comete semejante imprudencia? ¿Por qué rompe las enseñanzas de la ley haciendo algo que no era necesario de ningún modo?
La explicación hemos de buscarla en el carácter restaurador de la misión de Jesús. Pensemos por un momento en el tipo de vida que debía tener aquel individuo enfermo de lepra. Dado el carácter altamente contagioso de la enfermedad los leprosos tenían que vivir al margen de la población. No podían estar en los núcleos habitados por las personas sanas ni podían tener relación con ellas. Un leproso tenía que anunciar siempre su presencia para que las personas pudieran apartarse de él y evitar un potencial contagio. Era auténticos parias, marginados que vivían en soledad o en comunidades con otros leprosos. Imposibilitados para trabajar y con terribles lesiones corporales se sustentaban de la caridad y misericordia de las personas de buen corazón. Uno puede imaginarse cuánto tiempo debía de haber pasado desde que aquel enfermo fue tocado y tuvo un contacto humano por última vez. Jesús, al hacer el innecesario acto de tocarlo físicamente, le estaba transmitiendo dignidad y valor como persona. Estaba ministrando unas necesidades emocionales que estaban desatendidas desde hacía, probablemente, mucho, mucho tiempo. El énfasis de Jesús siempre fue, es y será, el restaurar integralmente a las personas. El Maestro no tiene interés en las almas, tiene interés en seres humanos con necesidades complejas y variadas que un encuentro con Él puede y debe restaurar.

¿Has experimentado, estás experimentando la restauración emocional que Jesús brinda? ¿Quién en tu entorno necesita que colabores con Jesús en ese esfuerzo restaurador?



 Se acercó entonces a Jesús un leproso y, poniéndose de rodillas, le suplicó: — Si quieres, puedes limpiarme de mi enfermedad. Jesús, conmovido, extendió la mano, lo tocó y le dijo:— Quiero. Queda limpio. Al instante le desapareció la lepra y quedó limpio. Acto seguido Jesús lo despidió con tono severo y le encargó: — Mira, no le cuentes esto a nadie, sino ve, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda prescrita al efecto por Moisés. Así todos tendrán evidencia de tu curación. (Marcos 1:40-44)

Hemos visto a Jesús restaurar física y espiritualmente. En esta ocasión lo veremos restaurando emocionalmente a una persona. Nos dice el texto que el Maestro tocó al leproso y lo sanó. Tocarlo era totalmente innecesario para sanarlo. Tocándolo Jesús corría el riesgo de contagiarse de esa terrible enfermedad que suponía un estigma para cualquier persona que la padeciese. Además, al tocarlo se volvía impuro para poder participar en la vida religiosa de Israel. Una persona que entraba en contacto físico con alguien que estaba infectado de lepra era declaro no limpio, no apto para la comunión y la adoración a Dios. ¿Por qué Jesús comete semejante imprudencia? ¿Por qué rompe las enseñanzas de la ley haciendo algo que no era necesario de ningún modo?
La explicación hemos de buscarla en el carácter restaurador de la misión de Jesús. Pensemos por un momento en el tipo de vida que debía tener aquel individuo enfermo de lepra. Dado el carácter altamente contagioso de la enfermedad los leprosos tenían que vivir al margen de la población. No podían estar en los núcleos habitados por las personas sanas ni podían tener relación con ellas. Un leproso tenía que anunciar siempre su presencia para que las personas pudieran apartarse de él y evitar un potencial contagio. Era auténticos parias, marginados que vivían en soledad o en comunidades con otros leprosos. Imposibilitados para trabajar y con terribles lesiones corporales se sustentaban de la caridad y misericordia de las personas de buen corazón. Uno puede imaginarse cuánto tiempo debía de haber pasado desde que aquel enfermo fue tocado y tuvo un contacto humano por última vez. Jesús, al hacer el innecesario acto de tocarlo físicamente, le estaba transmitiendo dignidad y valor como persona. Estaba ministrando unas necesidades emocionales que estaban desatendidas desde hacía, probablemente, mucho, mucho tiempo. El énfasis de Jesús siempre fue, es y será, el restaurar integralmente a las personas. El Maestro no tiene interés en las almas, tiene interés en seres humanos con necesidades complejas y variadas que un encuentro con Él puede y debe restaurar.

¿Has experimentado, estás experimentando la restauración emocional que Jesús brinda? ¿Quién en tu entorno necesita que colabores con Jesús en ese esfuerzo restaurador?



 Se acercó entonces a Jesús un leproso y, poniéndose de rodillas, le suplicó: — Si quieres, puedes limpiarme de mi enfermedad. Jesús, conmovido, extendió la mano, lo tocó y le dijo:— Quiero. Queda limpio. Al instante le desapareció la lepra y quedó limpio. Acto seguido Jesús lo despidió con tono severo y le encargó: — Mira, no le cuentes esto a nadie, sino ve, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda prescrita al efecto por Moisés. Así todos tendrán evidencia de tu curación. (Marcos 1:40-44)

Hemos visto a Jesús restaurar física y espiritualmente. En esta ocasión lo veremos restaurando emocionalmente a una persona. Nos dice el texto que el Maestro tocó al leproso y lo sanó. Tocarlo era totalmente innecesario para sanarlo. Tocándolo Jesús corría el riesgo de contagiarse de esa terrible enfermedad que suponía un estigma para cualquier persona que la padeciese. Además, al tocarlo se volvía impuro para poder participar en la vida religiosa de Israel. Una persona que entraba en contacto físico con alguien que estaba infectado de lepra era declaro no limpio, no apto para la comunión y la adoración a Dios. ¿Por qué Jesús comete semejante imprudencia? ¿Por qué rompe las enseñanzas de la ley haciendo algo que no era necesario de ningún modo?
La explicación hemos de buscarla en el carácter restaurador de la misión de Jesús. Pensemos por un momento en el tipo de vida que debía tener aquel individuo enfermo de lepra. Dado el carácter altamente contagioso de la enfermedad los leprosos tenían que vivir al margen de la población. No podían estar en los núcleos habitados por las personas sanas ni podían tener relación con ellas. Un leproso tenía que anunciar siempre su presencia para que las personas pudieran apartarse de él y evitar un potencial contagio. Era auténticos parias, marginados que vivían en soledad o en comunidades con otros leprosos. Imposibilitados para trabajar y con terribles lesiones corporales se sustentaban de la caridad y misericordia de las personas de buen corazón. Uno puede imaginarse cuánto tiempo debía de haber pasado desde que aquel enfermo fue tocado y tuvo un contacto humano por última vez. Jesús, al hacer el innecesario acto de tocarlo físicamente, le estaba transmitiendo dignidad y valor como persona. Estaba ministrando unas necesidades emocionales que estaban desatendidas desde hacía, probablemente, mucho, mucho tiempo. El énfasis de Jesús siempre fue, es y será, el restaurar integralmente a las personas. El Maestro no tiene interés en las almas, tiene interés en seres humanos con necesidades complejas y variadas que un encuentro con Él puede y debe restaurar.

¿Has experimentado, estás experimentando la restauración emocional que Jesús brinda? ¿Quién en tu entorno necesita que colabores con Jesús en ese esfuerzo restaurador?