De madrugada, antes de amanecer, Jesús se levantó y, saliendo de la ciudad, se dirigió a un lugar apartado a orar. (Marcos 1:35)



Esta pauta de conducta es algo que vemos frecuentemente en Jesús. Buscando espacios de soledad para estar con el Padre. Sustrayéndose a las presiones, tensiones, demandas y urgencias de la vida cotidiana para poder tener tiempos de oración, reflexión y meditación. Pero no deja de ser una paradoja que Dios busque tiempo para estar con Dios. ¿Qué parte de la naturaleza de Jesús necesitaba esos momentos de comunión, la humana o la divina? Sin duda este hábito en la vida del Maestro es una muestra de su humanidad y como tal de la necesidad de depender del Padre para afrontar y manejar la vida cotidiana. No podemos olvidar que Pablo, escribiendo a los filipenses, ya nos indicó que Jesús se despojó de su divinidad y tomó la condición de ser humano. Acerquémonos pues al Jesús humano, observémoslo y, consecuentemente, aprendamos de Él pautas para poder aplicar y vivir en nuestra vida cotidiana.

Acerquémonos al fondo y no a la forma de la situación. Jesús busca pasar tiempo con el Padre. Ese es el principio que nos interesa resaltar. De madrugada, antes del amanecer, es la forma que el Maestro usó. A menudo nuestra tendencia es a centrarnos en el cómo y olvidar el qué. Enfocarnos en la forma, descalificarla y olvidar la importancia del fondo que pretende enfatizar. Jesús necesitaba estar con el Padre. Precisaba de esos momentos en que uno toma distancia de las realidades de la vida cotidiana y aprovecha para compartirlas con Dios. Era una prioridad en su vida asegurarse que estaba, por decirlo de alguna manera, orientado al norte, que no perdía la dirección, las prioridades, la misión, el llamado. Sus decisiones no son tomadas a la ligera sino en consulta con el Padre. Sus retos vitales, sus momentos de dilema son compartidos con Él. Jesús tiene que luchar por mantener esa intimidad con su Padre resistiéndose a las presiones del ministerio, a las necesidades siempre acuciantes de las personas de su entorno. A la tentación del activismo. El Maestro tiene que mantener una tensión entre la reflexión y la acción.

Jesús es un espejo donde mirarnos. Si Él precisó de todo lo anteriormente dicho ¿Cuánto más nosotros? Para nosotros debe ser una prioridad el pasar tiempo de forma periódica con el Padre. Ese tiempo no es un lujo ni una muestra de religiosidad o espiritualidad. Antes al contrario, se trata de un esencial en nuestra vida. Ese tiempo nos debe ayudar a alinear nuestra vida cotidiana con Dios, su voluntad, sus planes y sus propósitos. Ese tiempo nos debe dar luz y discernimiento para valorar cómo estamos viviendo y cómo deberíamos vivir. Esos preciosos momentos nos permiten consultar con el Señor los siguientes pasos y decisiones en nuestro proyecto vital. Pasar tiempo con Dios es reconectar con la fuente de la vida y renovar nuestras fuerzas física, emocionales y espirituales.


¿Qué relación podemos establecer entre nuestra debilidad o fortaleza espiritual y nuestra presencia o ausencia de tiempo de calidad con Dios?









De madrugada, antes de amanecer, Jesús se levantó y, saliendo de la ciudad, se dirigió a un lugar apartado a orar. (Marcos 1:35)



Esta pauta de conducta es algo que vemos frecuentemente en Jesús. Buscando espacios de soledad para estar con el Padre. Sustrayéndose a las presiones, tensiones, demandas y urgencias de la vida cotidiana para poder tener tiempos de oración, reflexión y meditación. Pero no deja de ser una paradoja que Dios busque tiempo para estar con Dios. ¿Qué parte de la naturaleza de Jesús necesitaba esos momentos de comunión, la humana o la divina? Sin duda este hábito en la vida del Maestro es una muestra de su humanidad y como tal de la necesidad de depender del Padre para afrontar y manejar la vida cotidiana. No podemos olvidar que Pablo, escribiendo a los filipenses, ya nos indicó que Jesús se despojó de su divinidad y tomó la condición de ser humano. Acerquémonos pues al Jesús humano, observémoslo y, consecuentemente, aprendamos de Él pautas para poder aplicar y vivir en nuestra vida cotidiana.

Acerquémonos al fondo y no a la forma de la situación. Jesús busca pasar tiempo con el Padre. Ese es el principio que nos interesa resaltar. De madrugada, antes del amanecer, es la forma que el Maestro usó. A menudo nuestra tendencia es a centrarnos en el cómo y olvidar el qué. Enfocarnos en la forma, descalificarla y olvidar la importancia del fondo que pretende enfatizar. Jesús necesitaba estar con el Padre. Precisaba de esos momentos en que uno toma distancia de las realidades de la vida cotidiana y aprovecha para compartirlas con Dios. Era una prioridad en su vida asegurarse que estaba, por decirlo de alguna manera, orientado al norte, que no perdía la dirección, las prioridades, la misión, el llamado. Sus decisiones no son tomadas a la ligera sino en consulta con el Padre. Sus retos vitales, sus momentos de dilema son compartidos con Él. Jesús tiene que luchar por mantener esa intimidad con su Padre resistiéndose a las presiones del ministerio, a las necesidades siempre acuciantes de las personas de su entorno. A la tentación del activismo. El Maestro tiene que mantener una tensión entre la reflexión y la acción.

Jesús es un espejo donde mirarnos. Si Él precisó de todo lo anteriormente dicho ¿Cuánto más nosotros? Para nosotros debe ser una prioridad el pasar tiempo de forma periódica con el Padre. Ese tiempo no es un lujo ni una muestra de religiosidad o espiritualidad. Antes al contrario, se trata de un esencial en nuestra vida. Ese tiempo nos debe ayudar a alinear nuestra vida cotidiana con Dios, su voluntad, sus planes y sus propósitos. Ese tiempo nos debe dar luz y discernimiento para valorar cómo estamos viviendo y cómo deberíamos vivir. Esos preciosos momentos nos permiten consultar con el Señor los siguientes pasos y decisiones en nuestro proyecto vital. Pasar tiempo con Dios es reconectar con la fuente de la vida y renovar nuestras fuerzas física, emocionales y espirituales.


¿Qué relación podemos establecer entre nuestra debilidad o fortaleza espiritual y nuestra presencia o ausencia de tiempo de calidad con Dios?









De madrugada, antes de amanecer, Jesús se levantó y, saliendo de la ciudad, se dirigió a un lugar apartado a orar. (Marcos 1:35)



Esta pauta de conducta es algo que vemos frecuentemente en Jesús. Buscando espacios de soledad para estar con el Padre. Sustrayéndose a las presiones, tensiones, demandas y urgencias de la vida cotidiana para poder tener tiempos de oración, reflexión y meditación. Pero no deja de ser una paradoja que Dios busque tiempo para estar con Dios. ¿Qué parte de la naturaleza de Jesús necesitaba esos momentos de comunión, la humana o la divina? Sin duda este hábito en la vida del Maestro es una muestra de su humanidad y como tal de la necesidad de depender del Padre para afrontar y manejar la vida cotidiana. No podemos olvidar que Pablo, escribiendo a los filipenses, ya nos indicó que Jesús se despojó de su divinidad y tomó la condición de ser humano. Acerquémonos pues al Jesús humano, observémoslo y, consecuentemente, aprendamos de Él pautas para poder aplicar y vivir en nuestra vida cotidiana.

Acerquémonos al fondo y no a la forma de la situación. Jesús busca pasar tiempo con el Padre. Ese es el principio que nos interesa resaltar. De madrugada, antes del amanecer, es la forma que el Maestro usó. A menudo nuestra tendencia es a centrarnos en el cómo y olvidar el qué. Enfocarnos en la forma, descalificarla y olvidar la importancia del fondo que pretende enfatizar. Jesús necesitaba estar con el Padre. Precisaba de esos momentos en que uno toma distancia de las realidades de la vida cotidiana y aprovecha para compartirlas con Dios. Era una prioridad en su vida asegurarse que estaba, por decirlo de alguna manera, orientado al norte, que no perdía la dirección, las prioridades, la misión, el llamado. Sus decisiones no son tomadas a la ligera sino en consulta con el Padre. Sus retos vitales, sus momentos de dilema son compartidos con Él. Jesús tiene que luchar por mantener esa intimidad con su Padre resistiéndose a las presiones del ministerio, a las necesidades siempre acuciantes de las personas de su entorno. A la tentación del activismo. El Maestro tiene que mantener una tensión entre la reflexión y la acción.

Jesús es un espejo donde mirarnos. Si Él precisó de todo lo anteriormente dicho ¿Cuánto más nosotros? Para nosotros debe ser una prioridad el pasar tiempo de forma periódica con el Padre. Ese tiempo no es un lujo ni una muestra de religiosidad o espiritualidad. Antes al contrario, se trata de un esencial en nuestra vida. Ese tiempo nos debe ayudar a alinear nuestra vida cotidiana con Dios, su voluntad, sus planes y sus propósitos. Ese tiempo nos debe dar luz y discernimiento para valorar cómo estamos viviendo y cómo deberíamos vivir. Esos preciosos momentos nos permiten consultar con el Señor los siguientes pasos y decisiones en nuestro proyecto vital. Pasar tiempo con Dios es reconectar con la fuente de la vida y renovar nuestras fuerzas física, emocionales y espirituales.


¿Qué relación podemos establecer entre nuestra debilidad o fortaleza espiritual y nuestra presencia o ausencia de tiempo de calidad con Dios?