Porque la ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos vinieron por medio de Jesucristo. (Juan 1:17)


La verdad acerca de nosotros mismos puede ser muy difícil de aceptar, demasiado dolorosa para reconocerla. ¿Qué hacemos con ella si la admitimos y asumimos? ¿Cómo vamos a poder vivir con ese monstruo que hay dentro de cada uno de nosotros? ¿Quién querrá aceptar y amar a alguien que expone su realidad pura y dura? Todos esos miedos nos llevan a preservar nuestra realidad y tratar de negarla o maquillarla usando todos los recursos ya mencionados. Por eso Jesús no viene únicamente lleno de verdad sino también lleno de gracia.

La gracia consiste en amar a alguien no por lo que es, sino a pesar de lo que la persona es. La gracia conoce la realidad de la persona y decide amarla a pesar de que la misma le haga inmerecedor, indigno de ser amado. Por eso Jesús no viene únicamente lleno de verdad, lo hace también lleno de gracia. El Maestro, una vez sacada a la luz y expuesta nuestra cruda y dura realidad nos ama de una manera total e incondicional. Cuando reconocemos nuestra realidad ante Él se produce el milagro de que, en vez de ser rechazados, juzgados, condenados y despreciados, somos amados, aceptados y acogidos. Y al experimentar el ser amados no debido a, sino a pesar de, comienza el sobrenatural proceso de transformación que puede experimentar un hijo de Dios. Porque emocionalmente es imposible amarnos a nosotros mismos si alguien que conoce nuestra verdad no es capaz de mostrarnos gracia a pesar de la misma. Esta es la potentísima combinación que nos trajo Jesús, verdad y gracia. Verdad para confrontar nuestra necesidad. Gracia para experimentar el amor necesario para vivir en paz con nosotros mismos y generar transformación.

La verdad sin gracia puede ser destructiva y llevar a las personas a negar su realidad y continuar en una espiral de frustración. La gracia sin verdad no puede generar cambio y transformación, sólo perpetua el status quo. Ambas son complementarias, ambas son necesarias.


Sin duda conoces la verdad acerca de ti mismo. Probablemente cuanto más te acerques a Jesús más consciente serás de la misma. Pero ¿Qué sucede con la misma? ¿Estás experimentándola en la misma medida? ¿Qué efectos está produciendo en ti saberte amado, aceptado y acogido no debido a, sino a pesar de?





Porque la ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos vinieron por medio de Jesucristo. (Juan 1:17)


La verdad acerca de nosotros mismos puede ser muy difícil de aceptar, demasiado dolorosa para reconocerla. ¿Qué hacemos con ella si la admitimos y asumimos? ¿Cómo vamos a poder vivir con ese monstruo que hay dentro de cada uno de nosotros? ¿Quién querrá aceptar y amar a alguien que expone su realidad pura y dura? Todos esos miedos nos llevan a preservar nuestra realidad y tratar de negarla o maquillarla usando todos los recursos ya mencionados. Por eso Jesús no viene únicamente lleno de verdad sino también lleno de gracia.

La gracia consiste en amar a alguien no por lo que es, sino a pesar de lo que la persona es. La gracia conoce la realidad de la persona y decide amarla a pesar de que la misma le haga inmerecedor, indigno de ser amado. Por eso Jesús no viene únicamente lleno de verdad, lo hace también lleno de gracia. El Maestro, una vez sacada a la luz y expuesta nuestra cruda y dura realidad nos ama de una manera total e incondicional. Cuando reconocemos nuestra realidad ante Él se produce el milagro de que, en vez de ser rechazados, juzgados, condenados y despreciados, somos amados, aceptados y acogidos. Y al experimentar el ser amados no debido a, sino a pesar de, comienza el sobrenatural proceso de transformación que puede experimentar un hijo de Dios. Porque emocionalmente es imposible amarnos a nosotros mismos si alguien que conoce nuestra verdad no es capaz de mostrarnos gracia a pesar de la misma. Esta es la potentísima combinación que nos trajo Jesús, verdad y gracia. Verdad para confrontar nuestra necesidad. Gracia para experimentar el amor necesario para vivir en paz con nosotros mismos y generar transformación.

La verdad sin gracia puede ser destructiva y llevar a las personas a negar su realidad y continuar en una espiral de frustración. La gracia sin verdad no puede generar cambio y transformación, sólo perpetua el status quo. Ambas son complementarias, ambas son necesarias.


Sin duda conoces la verdad acerca de ti mismo. Probablemente cuanto más te acerques a Jesús más consciente serás de la misma. Pero ¿Qué sucede con la misma? ¿Estás experimentándola en la misma medida? ¿Qué efectos está produciendo en ti saberte amado, aceptado y acogido no debido a, sino a pesar de?





Porque la ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos vinieron por medio de Jesucristo. (Juan 1:17)


La verdad acerca de nosotros mismos puede ser muy difícil de aceptar, demasiado dolorosa para reconocerla. ¿Qué hacemos con ella si la admitimos y asumimos? ¿Cómo vamos a poder vivir con ese monstruo que hay dentro de cada uno de nosotros? ¿Quién querrá aceptar y amar a alguien que expone su realidad pura y dura? Todos esos miedos nos llevan a preservar nuestra realidad y tratar de negarla o maquillarla usando todos los recursos ya mencionados. Por eso Jesús no viene únicamente lleno de verdad sino también lleno de gracia.

La gracia consiste en amar a alguien no por lo que es, sino a pesar de lo que la persona es. La gracia conoce la realidad de la persona y decide amarla a pesar de que la misma le haga inmerecedor, indigno de ser amado. Por eso Jesús no viene únicamente lleno de verdad, lo hace también lleno de gracia. El Maestro, una vez sacada a la luz y expuesta nuestra cruda y dura realidad nos ama de una manera total e incondicional. Cuando reconocemos nuestra realidad ante Él se produce el milagro de que, en vez de ser rechazados, juzgados, condenados y despreciados, somos amados, aceptados y acogidos. Y al experimentar el ser amados no debido a, sino a pesar de, comienza el sobrenatural proceso de transformación que puede experimentar un hijo de Dios. Porque emocionalmente es imposible amarnos a nosotros mismos si alguien que conoce nuestra verdad no es capaz de mostrarnos gracia a pesar de la misma. Esta es la potentísima combinación que nos trajo Jesús, verdad y gracia. Verdad para confrontar nuestra necesidad. Gracia para experimentar el amor necesario para vivir en paz con nosotros mismos y generar transformación.

La verdad sin gracia puede ser destructiva y llevar a las personas a negar su realidad y continuar en una espiral de frustración. La gracia sin verdad no puede generar cambio y transformación, sólo perpetua el status quo. Ambas son complementarias, ambas son necesarias.


Sin duda conoces la verdad acerca de ti mismo. Probablemente cuanto más te acerques a Jesús más consciente serás de la misma. Pero ¿Qué sucede con la misma? ¿Estás experimentándola en la misma medida? ¿Qué efectos está produciendo en ti saberte amado, aceptado y acogido no debido a, sino a pesar de?