El que cree en mí, jamás tendrá sed. (Juan 6:35)


Está comprobado que un adulto sano únicamente puede vivir alrededor de cinco días sin agua. Pasado este tiempo el cuerpo ya no puede cumplir muchas de sus funciones básicas. Hay casos documentados de personas que han podido alcanzar un límite de doce días sin ingestión de líquido; estamos hablando de excepciones. Si bien es pan como sustento básico de la vida es una referencia cultural -maíz, patata, arroz, ocupan el mismo lugar en otras culturas-, el agua es una referencia universal, nadie en ningún lugar pueda vivir sin ella. La organización no gubernamental Wateraid estima que más de 600 millones de personas (10% de la población) no tienen ni siquiera acceso al agua potable. Sin agua no hay vida.

No es de extrañar por tanto que Jesús utilice ese símbolo para referirse a sí mismo como ya lo hizo anteriormente con el pan. El énfasis sigue siendo en lo básico e imprescindible para poder sustentar la vida. Jesús está hablando de lo fundamental, no de lo accesorio. En su conversación con la samaritana afirmó que cualquiera que bebiera del agua que ella ofrecía volvería a tener sed. Sin embargo, continuó diciendo Jesús, el que beba del agua que Él provee nunca más volvería a tener sed. Antes al contrario, en su interior habría un manantial de agua viva. El ser humano, incluidos los seguidores de Jesús, tenemos sed de muchas cosas. Cosas dignas: justicia, libertad, igualdad, paz. Otras no tan dignas y que estamos dispuestos a satisfacer a cualquier precio, incluso si eso significa dañarnos a nosotros mismos y a otros. En definitiva tenemos una gran sed de sentido y significado, propósito y trascendencia. No podemos vivir sin ello aunque al tratar de satisfacerlo lo identifiquemos con muchas cosas diferentes. 

Vale la pena pararse y pensar acerca de qué tipo de sed estamos experimentando, cómo intentamos calmarla y qué resultados estamos obteniendo. Situaciones como estas son en las que verdaderamente la fe entra en juego, pues Jesús nos reta a creer y confiar que Él puede saciar nuestra sed más profunda.


¿De qué tienes sed?


El que cree en mí, jamás tendrá sed. (Juan 6:35)


Está comprobado que un adulto sano únicamente puede vivir alrededor de cinco días sin agua. Pasado este tiempo el cuerpo ya no puede cumplir muchas de sus funciones básicas. Hay casos documentados de personas que han podido alcanzar un límite de doce días sin ingestión de líquido; estamos hablando de excepciones. Si bien es pan como sustento básico de la vida es una referencia cultural -maíz, patata, arroz, ocupan el mismo lugar en otras culturas-, el agua es una referencia universal, nadie en ningún lugar pueda vivir sin ella. La organización no gubernamental Wateraid estima que más de 600 millones de personas (10% de la población) no tienen ni siquiera acceso al agua potable. Sin agua no hay vida.

No es de extrañar por tanto que Jesús utilice ese símbolo para referirse a sí mismo como ya lo hizo anteriormente con el pan. El énfasis sigue siendo en lo básico e imprescindible para poder sustentar la vida. Jesús está hablando de lo fundamental, no de lo accesorio. En su conversación con la samaritana afirmó que cualquiera que bebiera del agua que ella ofrecía volvería a tener sed. Sin embargo, continuó diciendo Jesús, el que beba del agua que Él provee nunca más volvería a tener sed. Antes al contrario, en su interior habría un manantial de agua viva. El ser humano, incluidos los seguidores de Jesús, tenemos sed de muchas cosas. Cosas dignas: justicia, libertad, igualdad, paz. Otras no tan dignas y que estamos dispuestos a satisfacer a cualquier precio, incluso si eso significa dañarnos a nosotros mismos y a otros. En definitiva tenemos una gran sed de sentido y significado, propósito y trascendencia. No podemos vivir sin ello aunque al tratar de satisfacerlo lo identifiquemos con muchas cosas diferentes. 

Vale la pena pararse y pensar acerca de qué tipo de sed estamos experimentando, cómo intentamos calmarla y qué resultados estamos obteniendo. Situaciones como estas son en las que verdaderamente la fe entra en juego, pues Jesús nos reta a creer y confiar que Él puede saciar nuestra sed más profunda.


¿De qué tienes sed?


El que cree en mí, jamás tendrá sed. (Juan 6:35)


Está comprobado que un adulto sano únicamente puede vivir alrededor de cinco días sin agua. Pasado este tiempo el cuerpo ya no puede cumplir muchas de sus funciones básicas. Hay casos documentados de personas que han podido alcanzar un límite de doce días sin ingestión de líquido; estamos hablando de excepciones. Si bien es pan como sustento básico de la vida es una referencia cultural -maíz, patata, arroz, ocupan el mismo lugar en otras culturas-, el agua es una referencia universal, nadie en ningún lugar pueda vivir sin ella. La organización no gubernamental Wateraid estima que más de 600 millones de personas (10% de la población) no tienen ni siquiera acceso al agua potable. Sin agua no hay vida.

No es de extrañar por tanto que Jesús utilice ese símbolo para referirse a sí mismo como ya lo hizo anteriormente con el pan. El énfasis sigue siendo en lo básico e imprescindible para poder sustentar la vida. Jesús está hablando de lo fundamental, no de lo accesorio. En su conversación con la samaritana afirmó que cualquiera que bebiera del agua que ella ofrecía volvería a tener sed. Sin embargo, continuó diciendo Jesús, el que beba del agua que Él provee nunca más volvería a tener sed. Antes al contrario, en su interior habría un manantial de agua viva. El ser humano, incluidos los seguidores de Jesús, tenemos sed de muchas cosas. Cosas dignas: justicia, libertad, igualdad, paz. Otras no tan dignas y que estamos dispuestos a satisfacer a cualquier precio, incluso si eso significa dañarnos a nosotros mismos y a otros. En definitiva tenemos una gran sed de sentido y significado, propósito y trascendencia. No podemos vivir sin ello aunque al tratar de satisfacerlo lo identifiquemos con muchas cosas diferentes. 

Vale la pena pararse y pensar acerca de qué tipo de sed estamos experimentando, cómo intentamos calmarla y qué resultados estamos obteniendo. Situaciones como estas son en las que verdaderamente la fe entra en juego, pues Jesús nos reta a creer y confiar que Él puede saciar nuestra sed más profunda.


¿De qué tienes sed?