Así lo dice el profeta Oseas: Al que no era mi pueblo lo llamaré: "Pueblo mío", y a la que no era llamada la llamaré: "Amada mía". Y donde les dije: "No sois mi pueblo", allí serán llamados "hijos del Dios vivo". (Romanos 9:25-26)


De la lectura de estos versículos y el pasaje que los enmarca saco la conclusión de que con Dios la relación no se establece en base a los derechos sino la gracia. Ante el Señor únicamente podemos agradecer y aceptar su gracia, pero no podemos aducir ningún derecho, ni antes de ser aceptados en un relación con Él ni después. Cuando indico que la relación no puede basarse en derechos adquiridos ante Dios no estoy afirmando que Él sea arbitrario e imprevisible en su conducta hacia nosotros -No hace acepción de personas-; más bien afirmo que todo lo que hemos recibido y seguiremos recibiendo no se basa en el mérito ni el derecho. No tenemos privilegios adquiridos para con Dios. 

Creo que ese fue el problema de Israel, pensar que su posición ante Dios era un derecho adquirido y, por tanto, eran invulnerables e inmunes pues, al fin y al cabo tenían la ley, el templo y las promesas. Sin embargo, la historia nos muestra que los gentiles, quienes eran despreciados por los judíos por carecer de todo aquello, fueron aceptados como pueblo y como hijos. La moraleja para nosotros es, de nuevo, estar alertas. Dios escoge a quién quiere, aplica la salvación ganada por Jesús en la cruz a quién desea y nosotros, meros recipientes de su gracia, no podemos aducir derecho alguno en contra de otros a quien Él decida aceptar y elevar a la categoría de hijos. Hay, con demasiada frecuencia, entre los seguidores de Jesús una actitud similar a la de Israel en los tiempos paulinos, superioridad moral y desprecio hacia aquellos que no son de los nuestros: poca misericordia y gracia de aquellos que hemos recibido ambas cosas no debido a, sino a pesar de. 


Si hemos sido aceptados tan sólo en base a la gracia ¿Cuál debería ser nuestra actitud hacia aquellos que todavía no la han experimentado?



Así lo dice el profeta Oseas: Al que no era mi pueblo lo llamaré: "Pueblo mío", y a la que no era llamada la llamaré: "Amada mía". Y donde les dije: "No sois mi pueblo", allí serán llamados "hijos del Dios vivo". (Romanos 9:25-26)


De la lectura de estos versículos y el pasaje que los enmarca saco la conclusión de que con Dios la relación no se establece en base a los derechos sino la gracia. Ante el Señor únicamente podemos agradecer y aceptar su gracia, pero no podemos aducir ningún derecho, ni antes de ser aceptados en un relación con Él ni después. Cuando indico que la relación no puede basarse en derechos adquiridos ante Dios no estoy afirmando que Él sea arbitrario e imprevisible en su conducta hacia nosotros -No hace acepción de personas-; más bien afirmo que todo lo que hemos recibido y seguiremos recibiendo no se basa en el mérito ni el derecho. No tenemos privilegios adquiridos para con Dios. 

Creo que ese fue el problema de Israel, pensar que su posición ante Dios era un derecho adquirido y, por tanto, eran invulnerables e inmunes pues, al fin y al cabo tenían la ley, el templo y las promesas. Sin embargo, la historia nos muestra que los gentiles, quienes eran despreciados por los judíos por carecer de todo aquello, fueron aceptados como pueblo y como hijos. La moraleja para nosotros es, de nuevo, estar alertas. Dios escoge a quién quiere, aplica la salvación ganada por Jesús en la cruz a quién desea y nosotros, meros recipientes de su gracia, no podemos aducir derecho alguno en contra de otros a quien Él decida aceptar y elevar a la categoría de hijos. Hay, con demasiada frecuencia, entre los seguidores de Jesús una actitud similar a la de Israel en los tiempos paulinos, superioridad moral y desprecio hacia aquellos que no son de los nuestros: poca misericordia y gracia de aquellos que hemos recibido ambas cosas no debido a, sino a pesar de. 


Si hemos sido aceptados tan sólo en base a la gracia ¿Cuál debería ser nuestra actitud hacia aquellos que todavía no la han experimentado?



Así lo dice el profeta Oseas: Al que no era mi pueblo lo llamaré: "Pueblo mío", y a la que no era llamada la llamaré: "Amada mía". Y donde les dije: "No sois mi pueblo", allí serán llamados "hijos del Dios vivo". (Romanos 9:25-26)


De la lectura de estos versículos y el pasaje que los enmarca saco la conclusión de que con Dios la relación no se establece en base a los derechos sino la gracia. Ante el Señor únicamente podemos agradecer y aceptar su gracia, pero no podemos aducir ningún derecho, ni antes de ser aceptados en un relación con Él ni después. Cuando indico que la relación no puede basarse en derechos adquiridos ante Dios no estoy afirmando que Él sea arbitrario e imprevisible en su conducta hacia nosotros -No hace acepción de personas-; más bien afirmo que todo lo que hemos recibido y seguiremos recibiendo no se basa en el mérito ni el derecho. No tenemos privilegios adquiridos para con Dios. 

Creo que ese fue el problema de Israel, pensar que su posición ante Dios era un derecho adquirido y, por tanto, eran invulnerables e inmunes pues, al fin y al cabo tenían la ley, el templo y las promesas. Sin embargo, la historia nos muestra que los gentiles, quienes eran despreciados por los judíos por carecer de todo aquello, fueron aceptados como pueblo y como hijos. La moraleja para nosotros es, de nuevo, estar alertas. Dios escoge a quién quiere, aplica la salvación ganada por Jesús en la cruz a quién desea y nosotros, meros recipientes de su gracia, no podemos aducir derecho alguno en contra de otros a quien Él decida aceptar y elevar a la categoría de hijos. Hay, con demasiada frecuencia, entre los seguidores de Jesús una actitud similar a la de Israel en los tiempos paulinos, superioridad moral y desprecio hacia aquellos que no son de los nuestros: poca misericordia y gracia de aquellos que hemos recibido ambas cosas no debido a, sino a pesar de. 


Si hemos sido aceptados tan sólo en base a la gracia ¿Cuál debería ser nuestra actitud hacia aquellos que todavía no la han experimentado?