Dijo entonces Dios: -hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza. (Génesis 1:26)


Hechos a la imagen y semejanza de Dios. Sólo en tres ocasiones aparece esta afirmación en las Escrituras y, ni una sola de ellas, explica el significado que, por tanto, queda libre a la interpretación que le queramos dar. Esta ha cambiado, o más bien ha tenido diferentes énfasis a lo largo de la historia de la iglesia. Los diferentes autores no se han puesto de acuerdo al respecto. En mi modesta opinión, sus aproximaciones al tema, a menudo, son más bien complementarias que excluyentes entre sí.

Quiero explicar cómo lo entiendo. Esta claro que cuando hablamos de imagen y semejanza no estamos hablando de aspectos físicos; la Palabra habla con claridad que Dios es espíritu. Me parece que está hablando del hecho de que de la misma manera que Él es persona, así lo somos nosotros, tenemos emociones, intelecto y voluntad como el Padre los tiene. Del mismo modo, tenemos una dimensión espiritual o trascendente, algo que va más allá de lo puramente biológico y que nos lleva a aspirar a algo más; la relación con Dios. Los griegos entendían que había dos tipos de vida -bios-, que compartimos con los animales. -Zoe- el sentido trascendente de ser, que nos diferencia de ellos. Nuestro Dios es creativo, y esto es algo que podemos ver reflejado en nosotros. Desde que tenemos rastros de la actividad humana hemos podido comprobar su capacidad de crear. El Señor lo hizo ex nilo -es decir, de la nada-; nosotros lo hacemos combinando aquello que Él ha creado de antemano. Nuestro Dios es relacional; pensemos en la Trinidad y en esa comunión divina que ha existido desde la eternidad. Nosotros somos seres sociales, necesitados los unos de los otros. El Señor es justo, amor y santidad y, del alguna manera, vemos todavía reflejadas en nosotros esas características suyas. 

Así pues nos creo Dios, reflejando lo que Él es a fin de que pudiéramos relacionarnos con Él de una forma libre, significativa y consentida. 


Dijo entonces Dios: -hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza. (Génesis 1:26)


Hechos a la imagen y semejanza de Dios. Sólo en tres ocasiones aparece esta afirmación en las Escrituras y, ni una sola de ellas, explica el significado que, por tanto, queda libre a la interpretación que le queramos dar. Esta ha cambiado, o más bien ha tenido diferentes énfasis a lo largo de la historia de la iglesia. Los diferentes autores no se han puesto de acuerdo al respecto. En mi modesta opinión, sus aproximaciones al tema, a menudo, son más bien complementarias que excluyentes entre sí.

Quiero explicar cómo lo entiendo. Esta claro que cuando hablamos de imagen y semejanza no estamos hablando de aspectos físicos; la Palabra habla con claridad que Dios es espíritu. Me parece que está hablando del hecho de que de la misma manera que Él es persona, así lo somos nosotros, tenemos emociones, intelecto y voluntad como el Padre los tiene. Del mismo modo, tenemos una dimensión espiritual o trascendente, algo que va más allá de lo puramente biológico y que nos lleva a aspirar a algo más; la relación con Dios. Los griegos entendían que había dos tipos de vida -bios-, que compartimos con los animales. -Zoe- el sentido trascendente de ser, que nos diferencia de ellos. Nuestro Dios es creativo, y esto es algo que podemos ver reflejado en nosotros. Desde que tenemos rastros de la actividad humana hemos podido comprobar su capacidad de crear. El Señor lo hizo ex nilo -es decir, de la nada-; nosotros lo hacemos combinando aquello que Él ha creado de antemano. Nuestro Dios es relacional; pensemos en la Trinidad y en esa comunión divina que ha existido desde la eternidad. Nosotros somos seres sociales, necesitados los unos de los otros. El Señor es justo, amor y santidad y, del alguna manera, vemos todavía reflejadas en nosotros esas características suyas. 

Así pues nos creo Dios, reflejando lo que Él es a fin de que pudiéramos relacionarnos con Él de una forma libre, significativa y consentida. 


Dijo entonces Dios: -hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza. (Génesis 1:26)


Hechos a la imagen y semejanza de Dios. Sólo en tres ocasiones aparece esta afirmación en las Escrituras y, ni una sola de ellas, explica el significado que, por tanto, queda libre a la interpretación que le queramos dar. Esta ha cambiado, o más bien ha tenido diferentes énfasis a lo largo de la historia de la iglesia. Los diferentes autores no se han puesto de acuerdo al respecto. En mi modesta opinión, sus aproximaciones al tema, a menudo, son más bien complementarias que excluyentes entre sí.

Quiero explicar cómo lo entiendo. Esta claro que cuando hablamos de imagen y semejanza no estamos hablando de aspectos físicos; la Palabra habla con claridad que Dios es espíritu. Me parece que está hablando del hecho de que de la misma manera que Él es persona, así lo somos nosotros, tenemos emociones, intelecto y voluntad como el Padre los tiene. Del mismo modo, tenemos una dimensión espiritual o trascendente, algo que va más allá de lo puramente biológico y que nos lleva a aspirar a algo más; la relación con Dios. Los griegos entendían que había dos tipos de vida -bios-, que compartimos con los animales. -Zoe- el sentido trascendente de ser, que nos diferencia de ellos. Nuestro Dios es creativo, y esto es algo que podemos ver reflejado en nosotros. Desde que tenemos rastros de la actividad humana hemos podido comprobar su capacidad de crear. El Señor lo hizo ex nilo -es decir, de la nada-; nosotros lo hacemos combinando aquello que Él ha creado de antemano. Nuestro Dios es relacional; pensemos en la Trinidad y en esa comunión divina que ha existido desde la eternidad. Nosotros somos seres sociales, necesitados los unos de los otros. El Señor es justo, amor y santidad y, del alguna manera, vemos todavía reflejadas en nosotros esas características suyas. 

Así pues nos creo Dios, reflejando lo que Él es a fin de que pudiéramos relacionarnos con Él de una forma libre, significativa y consentida.