Es cierto que jamás alguien ha visto a Dios; pero, si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor alcanza en nosotros cumbres de perfección. (1 Juan 4:12)

Este es un pasaje complicado de interpretar y es fácil, como tenemos por costumbre, idealizarlo o darle una explicación meramente espiritualista, poco aterrizada a la realidad de nuestras vidas. Creo que desde que el pecado entró en el mundo, como nos relata Génesis 3, las relaciones entre los seres humanos se han caracterizado por la tensión, la violencia, la opresión, los prejuicios, la enemistad…, en fin, se han evidenciado como relaciones rotas y fracturadas; tan sólo hay que mirar a nuestro alrededor para verificarlo. Lo común, lo habitual, lo cotidiano son relaciones como las anteriormente descritas y en todas los ámbitos de la sociedad, desde los micro –familias- hasta los macro –naciones-.

Tal vez por eso relaciones humanas como las propuestas por el evangelio y enfatizadas por Juan serían tan escandalosas que el mundo no podría por menos que tenerlas en cuenta y atribuirlas a causas poco comunes. Dicho de otro modo, la comunidad cristiana debería ser una apologética irrefutable ante una sociedad indiferente al evangelio. Nosotros, y no digo que no tenga su papel y valor, seguimos empeñados en dar respuestas apologéticas a preguntas que a nadie interesan; sin embargo, no nos esforzamos con el mismo ahínco en desarrollar costosa e intencionalmente ese tipo de relaciones que apuntarían, por su carácter inusual, necesariamente hacia la realidad de Dios. Esto trae a mi mente las palabras del Maestro cuando afirmó que fuéramos uno como Él y el Padre lo eran y, de ese modo, el mundo conocería que Jesús había sido enviado.

¿Cómo valorarías tus relaciones comunitarias, hacen evidente o niegan a Dios?










Es cierto que jamás alguien ha visto a Dios; pero, si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor alcanza en nosotros cumbres de perfección. (1 Juan 4:12)

Este es un pasaje complicado de interpretar y es fácil, como tenemos por costumbre, idealizarlo o darle una explicación meramente espiritualista, poco aterrizada a la realidad de nuestras vidas. Creo que desde que el pecado entró en el mundo, como nos relata Génesis 3, las relaciones entre los seres humanos se han caracterizado por la tensión, la violencia, la opresión, los prejuicios, la enemistad…, en fin, se han evidenciado como relaciones rotas y fracturadas; tan sólo hay que mirar a nuestro alrededor para verificarlo. Lo común, lo habitual, lo cotidiano son relaciones como las anteriormente descritas y en todas los ámbitos de la sociedad, desde los micro –familias- hasta los macro –naciones-.

Tal vez por eso relaciones humanas como las propuestas por el evangelio y enfatizadas por Juan serían tan escandalosas que el mundo no podría por menos que tenerlas en cuenta y atribuirlas a causas poco comunes. Dicho de otro modo, la comunidad cristiana debería ser una apologética irrefutable ante una sociedad indiferente al evangelio. Nosotros, y no digo que no tenga su papel y valor, seguimos empeñados en dar respuestas apologéticas a preguntas que a nadie interesan; sin embargo, no nos esforzamos con el mismo ahínco en desarrollar costosa e intencionalmente ese tipo de relaciones que apuntarían, por su carácter inusual, necesariamente hacia la realidad de Dios. Esto trae a mi mente las palabras del Maestro cuando afirmó que fuéramos uno como Él y el Padre lo eran y, de ese modo, el mundo conocería que Jesús había sido enviado.

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Es cierto que jamás alguien ha visto a Dios; pero, si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor alcanza en nosotros cumbres de perfección. (1 Juan 4:12)

Este es un pasaje complicado de interpretar y es fácil, como tenemos por costumbre, idealizarlo o darle una explicación meramente espiritualista, poco aterrizada a la realidad de nuestras vidas. Creo que desde que el pecado entró en el mundo, como nos relata Génesis 3, las relaciones entre los seres humanos se han caracterizado por la tensión, la violencia, la opresión, los prejuicios, la enemistad…, en fin, se han evidenciado como relaciones rotas y fracturadas; tan sólo hay que mirar a nuestro alrededor para verificarlo. Lo común, lo habitual, lo cotidiano son relaciones como las anteriormente descritas y en todas los ámbitos de la sociedad, desde los micro –familias- hasta los macro –naciones-.

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Es cierto que jamás alguien ha visto a Dios; pero, si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor alcanza en nosotros cumbres de perfección. (1 Juan 4:12)

Este es un pasaje complicado de interpretar y es fácil, como tenemos por costumbre, idealizarlo o darle una explicación meramente espiritualista, poco aterrizada a la realidad de nuestras vidas. Creo que desde que el pecado entró en el mundo, como nos relata Génesis 3, las relaciones entre los seres humanos se han caracterizado por la tensión, la violencia, la opresión, los prejuicios, la enemistad…, en fin, se han evidenciado como relaciones rotas y fracturadas; tan sólo hay que mirar a nuestro alrededor para verificarlo. Lo común, lo habitual, lo cotidiano son relaciones como las anteriormente descritas y en todas los ámbitos de la sociedad, desde los micro –familias- hasta los macro –naciones-.

Tal vez por eso relaciones humanas como las propuestas por el evangelio y enfatizadas por Juan serían tan escandalosas que el mundo no podría por menos que tenerlas en cuenta y atribuirlas a causas poco comunes. Dicho de otro modo, la comunidad cristiana debería ser una apologética irrefutable ante una sociedad indiferente al evangelio. Nosotros, y no digo que no tenga su papel y valor, seguimos empeñados en dar respuestas apologéticas a preguntas que a nadie interesan; sin embargo, no nos esforzamos con el mismo ahínco en desarrollar costosa e intencionalmente ese tipo de relaciones que apuntarían, por su carácter inusual, necesariamente hacia la realidad de Dios. Esto trae a mi mente las palabras del Maestro cuando afirmó que fuéramos uno como Él y el Padre lo eran y, de ese modo, el mundo conocería que Jesús había sido enviado.

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