Entonces comenzaron a divulgar entre los israelitas el siguiente mal informe sobre la tierra: «La tierra que atravesamos y exploramos devorará a todo aquel que vaya a vivir allí. ¡Todos los habitantes que vimos son enormes! 33 Hasta había gigantes,los descendientes de Anac. ¡Al lado de ellos nos sentíamos como saltamontes y así nos miraban ellos!». (Números 13:32-33)


El miedo distorsiona la realidad, bien porque engrandece los problemas, retos, desafíos y circunstancias que vivimos; bien porque empequeñece nuestros propios recursos para poder enfrentar. Ambas cosas se dieron en los espías -a excepción de Josué y Caleb- que fueron enviados a explorar la tierra antes de comenzar la conquista. Su temor les hizo ver como gigantes a los habitantes del territorio y a no poder ver los recursos de Dios, que estaba de su lado, quien había, de forma constante, obrado sobrenaturalmente a favor de ellos. De tal modo que ellos se derrotaron a sí mismos. No era necesario ni siquiera que lucharan ya estaban vencidos de antemano.

Algo similar puede pasar con nosotros. El miedo puede hacer que la realidad aparezca más amenazante de lo que realmente es. O, si la amenaza es real y la percibimos en su correcta dimensión, que ignoremos los recursos que el Señor, quien ha prometido estar con nosotros en medio de todas las situaciones, tiene a nuestra disposición. Hay gigantes externos en forma de retos, situaciones y circunstancias que parecen ir más allá de nuestra capacidad. Pero también los hay internos; se manifiestan en forma de temores, inseguridades, ansiedades, frustraciones e impotencias. Algo que he aprendido, a lo largo de mi ya dilatada vida, es que tanto los internos como los externos pierden una buena parte de su poder cuando son reconocidos, nombrados y llevados a la presencia del Dios omnipotentes. Ni huir de ellos, ni enfrentarlos con nuestras propias fuerzas suele funcionar.


¿Cuáles son los gigantes de tu vida?



Entonces comenzaron a divulgar entre los israelitas el siguiente mal informe sobre la tierra: «La tierra que atravesamos y exploramos devorará a todo aquel que vaya a vivir allí. ¡Todos los habitantes que vimos son enormes! 33 Hasta había gigantes,los descendientes de Anac. ¡Al lado de ellos nos sentíamos como saltamontes y así nos miraban ellos!». (Números 13:32-33)


El miedo distorsiona la realidad, bien porque engrandece los problemas, retos, desafíos y circunstancias que vivimos; bien porque empequeñece nuestros propios recursos para poder enfrentar. Ambas cosas se dieron en los espías -a excepción de Josué y Caleb- que fueron enviados a explorar la tierra antes de comenzar la conquista. Su temor les hizo ver como gigantes a los habitantes del territorio y a no poder ver los recursos de Dios, que estaba de su lado, quien había, de forma constante, obrado sobrenaturalmente a favor de ellos. De tal modo que ellos se derrotaron a sí mismos. No era necesario ni siquiera que lucharan ya estaban vencidos de antemano.

Algo similar puede pasar con nosotros. El miedo puede hacer que la realidad aparezca más amenazante de lo que realmente es. O, si la amenaza es real y la percibimos en su correcta dimensión, que ignoremos los recursos que el Señor, quien ha prometido estar con nosotros en medio de todas las situaciones, tiene a nuestra disposición. Hay gigantes externos en forma de retos, situaciones y circunstancias que parecen ir más allá de nuestra capacidad. Pero también los hay internos; se manifiestan en forma de temores, inseguridades, ansiedades, frustraciones e impotencias. Algo que he aprendido, a lo largo de mi ya dilatada vida, es que tanto los internos como los externos pierden una buena parte de su poder cuando son reconocidos, nombrados y llevados a la presencia del Dios omnipotentes. Ni huir de ellos, ni enfrentarlos con nuestras propias fuerzas suele funcionar.


¿Cuáles son los gigantes de tu vida?



Entonces comenzaron a divulgar entre los israelitas el siguiente mal informe sobre la tierra: «La tierra que atravesamos y exploramos devorará a todo aquel que vaya a vivir allí. ¡Todos los habitantes que vimos son enormes! 33 Hasta había gigantes,los descendientes de Anac. ¡Al lado de ellos nos sentíamos como saltamontes y así nos miraban ellos!». (Números 13:32-33)


El miedo distorsiona la realidad, bien porque engrandece los problemas, retos, desafíos y circunstancias que vivimos; bien porque empequeñece nuestros propios recursos para poder enfrentar. Ambas cosas se dieron en los espías -a excepción de Josué y Caleb- que fueron enviados a explorar la tierra antes de comenzar la conquista. Su temor les hizo ver como gigantes a los habitantes del territorio y a no poder ver los recursos de Dios, que estaba de su lado, quien había, de forma constante, obrado sobrenaturalmente a favor de ellos. De tal modo que ellos se derrotaron a sí mismos. No era necesario ni siquiera que lucharan ya estaban vencidos de antemano.

Algo similar puede pasar con nosotros. El miedo puede hacer que la realidad aparezca más amenazante de lo que realmente es. O, si la amenaza es real y la percibimos en su correcta dimensión, que ignoremos los recursos que el Señor, quien ha prometido estar con nosotros en medio de todas las situaciones, tiene a nuestra disposición. Hay gigantes externos en forma de retos, situaciones y circunstancias que parecen ir más allá de nuestra capacidad. Pero también los hay internos; se manifiestan en forma de temores, inseguridades, ansiedades, frustraciones e impotencias. Algo que he aprendido, a lo largo de mi ya dilatada vida, es que tanto los internos como los externos pierden una buena parte de su poder cuando son reconocidos, nombrados y llevados a la presencia del Dios omnipotentes. Ni huir de ellos, ni enfrentarlos con nuestras propias fuerzas suele funcionar.


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Entonces comenzaron a divulgar entre los israelitas el siguiente mal informe sobre la tierra: «La tierra que atravesamos y exploramos devorará a todo aquel que vaya a vivir allí. ¡Todos los habitantes que vimos son enormes! 33 Hasta había gigantes,los descendientes de Anac. ¡Al lado de ellos nos sentíamos como saltamontes y así nos miraban ellos!». (Números 13:32-33)


El miedo distorsiona la realidad, bien porque engrandece los problemas, retos, desafíos y circunstancias que vivimos; bien porque empequeñece nuestros propios recursos para poder enfrentar. Ambas cosas se dieron en los espías -a excepción de Josué y Caleb- que fueron enviados a explorar la tierra antes de comenzar la conquista. Su temor les hizo ver como gigantes a los habitantes del territorio y a no poder ver los recursos de Dios, que estaba de su lado, quien había, de forma constante, obrado sobrenaturalmente a favor de ellos. De tal modo que ellos se derrotaron a sí mismos. No era necesario ni siquiera que lucharan ya estaban vencidos de antemano.

Algo similar puede pasar con nosotros. El miedo puede hacer que la realidad aparezca más amenazante de lo que realmente es. O, si la amenaza es real y la percibimos en su correcta dimensión, que ignoremos los recursos que el Señor, quien ha prometido estar con nosotros en medio de todas las situaciones, tiene a nuestra disposición. Hay gigantes externos en forma de retos, situaciones y circunstancias que parecen ir más allá de nuestra capacidad. Pero también los hay internos; se manifiestan en forma de temores, inseguridades, ansiedades, frustraciones e impotencias. Algo que he aprendido, a lo largo de mi ya dilatada vida, es que tanto los internos como los externos pierden una buena parte de su poder cuando son reconocidos, nombrados y llevados a la presencia del Dios omnipotentes. Ni huir de ellos, ni enfrentarlos con nuestras propias fuerzas suele funcionar.


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