Y advertidos por un sueño para que no volvieran adonde estaba Herodes, regresaron a su país por otro camino. (Mateo 2:12)


Herodes depositó unas expectativas sobre los hombres sabios de oriente, que encontraran al supuesto rey de los judíos y le informaran al respecto. Herodes tenía su propia agenda e intentó imponérsela a los orientales; éstos, advertidos por Dios, siguieron su consejo regresando a su tierra sin cumplir aquellas expectativas.

Todos estamos expuestos a las expectativas de los demás. Siempre encontraremos a nuestro alrededor personas que esperan de nosotros una cierta manera de actuar; que creen que deberíamos hacer o dejar de hacer determinadas cosas; que se consideran con el derecho a que esas expectativas sean satisfechas y cumplidas y que presionarán, en ocasiones legítimamente, y en otras no, para imponerlas. Cada uno de nosotros debe tener muy claro cuál es su público, para quién estamos actuando. Nuestra principal audiencia es el Señor y son sus expectativas, no las de aquellas que están a nuestro alrededor, las que deben ser satisfechas en primer término. Cuando un líder no tiene bien definido cuál es su audiencia, corre el riesgo de actuar para satisfacer las expectativas externas, las de aquellos a los que lidera, o las internas, la ansiedad que, tan a menudo, acompaña al liderazgo. 

No estoy diciendo que no tenemos que ser sensibles a las voces que hay en nuestro entorno; no abogo por hacer oídos sordos a los que nos rodean ¡Para nada! Indico que todo y lo legítimas o ilegítimas que esas expectativas puedas ser, no pueden convertirse en el criterio que guíe y controle la acción del líder. Éste debe moverse por el cumplimiento de la voluntad de Dios y su misión y eso, en muchas ocasiones, significa defraudar las expectativas de los hombres. 


¿Cuál es tu principal audiencia?



Y advertidos por un sueño para que no volvieran adonde estaba Herodes, regresaron a su país por otro camino. (Mateo 2:12)


Herodes depositó unas expectativas sobre los hombres sabios de oriente, que encontraran al supuesto rey de los judíos y le informaran al respecto. Herodes tenía su propia agenda e intentó imponérsela a los orientales; éstos, advertidos por Dios, siguieron su consejo regresando a su tierra sin cumplir aquellas expectativas.

Todos estamos expuestos a las expectativas de los demás. Siempre encontraremos a nuestro alrededor personas que esperan de nosotros una cierta manera de actuar; que creen que deberíamos hacer o dejar de hacer determinadas cosas; que se consideran con el derecho a que esas expectativas sean satisfechas y cumplidas y que presionarán, en ocasiones legítimamente, y en otras no, para imponerlas. Cada uno de nosotros debe tener muy claro cuál es su público, para quién estamos actuando. Nuestra principal audiencia es el Señor y son sus expectativas, no las de aquellas que están a nuestro alrededor, las que deben ser satisfechas en primer término. Cuando un líder no tiene bien definido cuál es su audiencia, corre el riesgo de actuar para satisfacer las expectativas externas, las de aquellos a los que lidera, o las internas, la ansiedad que, tan a menudo, acompaña al liderazgo. 

No estoy diciendo que no tenemos que ser sensibles a las voces que hay en nuestro entorno; no abogo por hacer oídos sordos a los que nos rodean ¡Para nada! Indico que todo y lo legítimas o ilegítimas que esas expectativas puedas ser, no pueden convertirse en el criterio que guíe y controle la acción del líder. Éste debe moverse por el cumplimiento de la voluntad de Dios y su misión y eso, en muchas ocasiones, significa defraudar las expectativas de los hombres. 


¿Cuál es tu principal audiencia?



Y advertidos por un sueño para que no volvieran adonde estaba Herodes, regresaron a su país por otro camino. (Mateo 2:12)


Herodes depositó unas expectativas sobre los hombres sabios de oriente, que encontraran al supuesto rey de los judíos y le informaran al respecto. Herodes tenía su propia agenda e intentó imponérsela a los orientales; éstos, advertidos por Dios, siguieron su consejo regresando a su tierra sin cumplir aquellas expectativas.

Todos estamos expuestos a las expectativas de los demás. Siempre encontraremos a nuestro alrededor personas que esperan de nosotros una cierta manera de actuar; que creen que deberíamos hacer o dejar de hacer determinadas cosas; que se consideran con el derecho a que esas expectativas sean satisfechas y cumplidas y que presionarán, en ocasiones legítimamente, y en otras no, para imponerlas. Cada uno de nosotros debe tener muy claro cuál es su público, para quién estamos actuando. Nuestra principal audiencia es el Señor y son sus expectativas, no las de aquellas que están a nuestro alrededor, las que deben ser satisfechas en primer término. Cuando un líder no tiene bien definido cuál es su audiencia, corre el riesgo de actuar para satisfacer las expectativas externas, las de aquellos a los que lidera, o las internas, la ansiedad que, tan a menudo, acompaña al liderazgo. 

No estoy diciendo que no tenemos que ser sensibles a las voces que hay en nuestro entorno; no abogo por hacer oídos sordos a los que nos rodean ¡Para nada! Indico que todo y lo legítimas o ilegítimas que esas expectativas puedas ser, no pueden convertirse en el criterio que guíe y controle la acción del líder. Éste debe moverse por el cumplimiento de la voluntad de Dios y su misión y eso, en muchas ocasiones, significa defraudar las expectativas de los hombres. 


¿Cuál es tu principal audiencia?