Ha puesto eternidad en el corazón de ellos. (Eclesiastés 3:11)


En el corazón de todo ser humano hay un ansia por algo más; en esos momentos de claridad y lucidez, que de tanto en tanto tenemos, nos damos cuenta que la vida ha de consistir en algo más, tal vez en mucho más de lo que actualmente estamos experimentando. Esa añoranza nos confunde, no siempre sabemos qué es exactamente lo que buscamos. A menudo, nos encontramos en una búsqueda a ciegas de ese sentido y propósito que se nos escapa como el agua se escurre entre las manos. La vida se convierte en un gran supermercado en el que numerosas ofertas nos prometen y garantizan que podremos obtener aquello que buscamos, anhelamos, ansiamos. La satisfacción que nos produce es efímera y, como ya he comentado en otras ocasiones, nos deja, con demasiada frecuencia, con un vacío mayor que el que teníamos.

San Agustín afirmaba que Dios nos había creado para Él y que nuestros corazones no encontrarían paz, reposo y satisfacción sino en Él. Ese sentido de eternidad, esa insatisfacción permanente ha sido puesta por Dios en nuestro corazón precisamente para llevarnos a la búsqueda de Él. No estoy hablando de la religión o la iglesia que, con más frecuencia de lo que sería deseable, agravan esa sensación de vacío al ofrecer ley pero no vida. Ese dolor existencia, por llamarlo de alguna manera, es un síntoma que el Señor ha colocado en nuestro corazón para hacernos ver que hay un serio problema existencia que únicamente Él resolverá.






Ha puesto eternidad en el corazón de ellos. (Eclesiastés 3:11)


En el corazón de todo ser humano hay un ansia por algo más; en esos momentos de claridad y lucidez, que de tanto en tanto tenemos, nos damos cuenta que la vida ha de consistir en algo más, tal vez en mucho más de lo que actualmente estamos experimentando. Esa añoranza nos confunde, no siempre sabemos qué es exactamente lo que buscamos. A menudo, nos encontramos en una búsqueda a ciegas de ese sentido y propósito que se nos escapa como el agua se escurre entre las manos. La vida se convierte en un gran supermercado en el que numerosas ofertas nos prometen y garantizan que podremos obtener aquello que buscamos, anhelamos, ansiamos. La satisfacción que nos produce es efímera y, como ya he comentado en otras ocasiones, nos deja, con demasiada frecuencia, con un vacío mayor que el que teníamos.

San Agustín afirmaba que Dios nos había creado para Él y que nuestros corazones no encontrarían paz, reposo y satisfacción sino en Él. Ese sentido de eternidad, esa insatisfacción permanente ha sido puesta por Dios en nuestro corazón precisamente para llevarnos a la búsqueda de Él. No estoy hablando de la religión o la iglesia que, con más frecuencia de lo que sería deseable, agravan esa sensación de vacío al ofrecer ley pero no vida. Ese dolor existencia, por llamarlo de alguna manera, es un síntoma que el Señor ha colocado en nuestro corazón para hacernos ver que hay un serio problema existencia que únicamente Él resolverá.






Ha puesto eternidad en el corazón de ellos. (Eclesiastés 3:11)


En el corazón de todo ser humano hay un ansia por algo más; en esos momentos de claridad y lucidez, que de tanto en tanto tenemos, nos damos cuenta que la vida ha de consistir en algo más, tal vez en mucho más de lo que actualmente estamos experimentando. Esa añoranza nos confunde, no siempre sabemos qué es exactamente lo que buscamos. A menudo, nos encontramos en una búsqueda a ciegas de ese sentido y propósito que se nos escapa como el agua se escurre entre las manos. La vida se convierte en un gran supermercado en el que numerosas ofertas nos prometen y garantizan que podremos obtener aquello que buscamos, anhelamos, ansiamos. La satisfacción que nos produce es efímera y, como ya he comentado en otras ocasiones, nos deja, con demasiada frecuencia, con un vacío mayor que el que teníamos.

San Agustín afirmaba que Dios nos había creado para Él y que nuestros corazones no encontrarían paz, reposo y satisfacción sino en Él. Ese sentido de eternidad, esa insatisfacción permanente ha sido puesta por Dios en nuestro corazón precisamente para llevarnos a la búsqueda de Él. No estoy hablando de la religión o la iglesia que, con más frecuencia de lo que sería deseable, agravan esa sensación de vacío al ofrecer ley pero no vida. Ese dolor existencia, por llamarlo de alguna manera, es un síntoma que el Señor ha colocado en nuestro corazón para hacernos ver que hay un serio problema existencia que únicamente Él resolverá.