Estoy en calma, estoy tranquilo, como un niño en el regazo de su madre, como un niño, así estoy yo. Confía en el Señor, Israel, desde ahora y para siempre. (Salmo 131:2-3)



La paz, al menos en las Escrituras, nunca es la ausencia de conflictos, problemas o circunstancias adversas; siempre es experimentar calma, sosiego y descanso en medio de todo lo anterior. No es negar lo evidente, no es minimizar los problemas, no es simplemente pensamiento positivo. La paz consiste en descansar en el Dios que controla y gobierna el universo, aquel que es mayor que toda circunstancia, aquel que no ha prometido necesariamente librarnos de las mismas, pero siempre estar presente en medio de ellas. 

Hay una fórmula infalible para experimentar esa paz, sin embargo, pocos la creen y menos la practican. Son varios pasos muy sencillos: 1. Reconoce aquello que te roba la paz, no lo niegues, ignores o reprimas.  2. Ponle nombre y apellidos ¿Qué es lo que te roba la paz? ¿Circunstancias, eventos, personas, situaciones, decisiones?  3. Identifica los sentimientos que eso provoca en ti: ¿Miedo, inseguridad, angustia, desánimo, frustración, rabia, impotencia?  4. Llévalo todo ello al Señor.  5. Llévalo de nuevo, de nuevo y de nuevo, tantas veces como sea necesario.

¿Sabes lo que he aprendido a lo largo de mi dilatada vida? Que las personas no lo creen; llevan como máximo una o dos veces las cosas ante Dios y como los sentimientos negativos persisten, ellos dejan el proceso y nunca experimentan la calma de Dios.

¿Y tú?


Estoy en calma, estoy tranquilo, como un niño en el regazo de su madre, como un niño, así estoy yo. Confía en el Señor, Israel, desde ahora y para siempre. (Salmo 131:2-3)



La paz, al menos en las Escrituras, nunca es la ausencia de conflictos, problemas o circunstancias adversas; siempre es experimentar calma, sosiego y descanso en medio de todo lo anterior. No es negar lo evidente, no es minimizar los problemas, no es simplemente pensamiento positivo. La paz consiste en descansar en el Dios que controla y gobierna el universo, aquel que es mayor que toda circunstancia, aquel que no ha prometido necesariamente librarnos de las mismas, pero siempre estar presente en medio de ellas. 

Hay una fórmula infalible para experimentar esa paz, sin embargo, pocos la creen y menos la practican. Son varios pasos muy sencillos: 1. Reconoce aquello que te roba la paz, no lo niegues, ignores o reprimas.  2. Ponle nombre y apellidos ¿Qué es lo que te roba la paz? ¿Circunstancias, eventos, personas, situaciones, decisiones?  3. Identifica los sentimientos que eso provoca en ti: ¿Miedo, inseguridad, angustia, desánimo, frustración, rabia, impotencia?  4. Llévalo todo ello al Señor.  5. Llévalo de nuevo, de nuevo y de nuevo, tantas veces como sea necesario.

¿Sabes lo que he aprendido a lo largo de mi dilatada vida? Que las personas no lo creen; llevan como máximo una o dos veces las cosas ante Dios y como los sentimientos negativos persisten, ellos dejan el proceso y nunca experimentan la calma de Dios.

¿Y tú?


Estoy en calma, estoy tranquilo, como un niño en el regazo de su madre, como un niño, así estoy yo. Confía en el Señor, Israel, desde ahora y para siempre. (Salmo 131:2-3)



La paz, al menos en las Escrituras, nunca es la ausencia de conflictos, problemas o circunstancias adversas; siempre es experimentar calma, sosiego y descanso en medio de todo lo anterior. No es negar lo evidente, no es minimizar los problemas, no es simplemente pensamiento positivo. La paz consiste en descansar en el Dios que controla y gobierna el universo, aquel que es mayor que toda circunstancia, aquel que no ha prometido necesariamente librarnos de las mismas, pero siempre estar presente en medio de ellas. 

Hay una fórmula infalible para experimentar esa paz, sin embargo, pocos la creen y menos la practican. Son varios pasos muy sencillos: 1. Reconoce aquello que te roba la paz, no lo niegues, ignores o reprimas.  2. Ponle nombre y apellidos ¿Qué es lo que te roba la paz? ¿Circunstancias, eventos, personas, situaciones, decisiones?  3. Identifica los sentimientos que eso provoca en ti: ¿Miedo, inseguridad, angustia, desánimo, frustración, rabia, impotencia?  4. Llévalo todo ello al Señor.  5. Llévalo de nuevo, de nuevo y de nuevo, tantas veces como sea necesario.

¿Sabes lo que he aprendido a lo largo de mi dilatada vida? Que las personas no lo creen; llevan como máximo una o dos veces las cosas ante Dios y como los sentimientos negativos persisten, ellos dejan el proceso y nunca experimentan la calma de Dios.

¿Y tú?