Hermanos, habéis sido llamados a disfrutar de libertad. ¡No utilicéis esa libertad como tapadera de apetencias puramente humanas! Al contrario, haceos esclavos los unos de los otros por amor. Toda la ley se cumple, si se cumple este solo mandamiento: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Galanas 5:13-14)

En el mundo de las organizaciones existe un dicho que afirma que la mejor manera de lidiar con la complejidad es, paradójicamente, la simplicidad. Cuanto más compleja sea una situación más nos hemos de esforzar por tratar, al menos tratar, de encontrar soluciones simples. La vida en general es compleja, lo es porque nosotros, los seres humanos, somos increíblemente complejos. La vida de los seguidores del Maestro no está exenta de esa complejidad. 

A lo largo de la historia las religiones han tratado de manejar la complejidad a fuerza de más complejidad; intentando regular todas y cada una de las dimensiones de la vida humana. Recordemos, sin ir más lejos los doctores de la Ley mosaica en los tiempos de Jesús y su esfuerzo obsesiva por controlar todo lo que su imaginación podía generar. Jesús simplifica. Pablo también simplifica. Jesús afirma que todo se reduce a dos grandes y gigantescos principios: amar a Dios y amar al prójimo. El amor a Dios, como bien sabemos, pasa por la obediencia a sus mandamientos. El amor al prójimo, como bien deberíamos saber, pasar por buscar el bien de todo ser humano sin excepción y acepción de personas. 

Pablo enfatiza el mismo acercamiento hecho por Jesús y añade, como también lo hizo el Maestro, el aspecto de amarnos a nosotros mismos. De tal modo que toda la vida cristiana, con su evidente complejidad, queda resumida a las tres dimensiones del triángulo equilátero de la ilustración de esta entrada: ama a Dios, ámate a ti mismo y ama a tu prójimo. Todo lo demás es añadir más complejidad; tristemente hay mucha más gente empeñada en complicar que simplificar.


¿Cuán presentes y evidentes están en ti estas tres dimensiones?







Hermanos, habéis sido llamados a disfrutar de libertad. ¡No utilicéis esa libertad como tapadera de apetencias puramente humanas! Al contrario, haceos esclavos los unos de los otros por amor. Toda la ley se cumple, si se cumple este solo mandamiento: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Galanas 5:13-14)

En el mundo de las organizaciones existe un dicho que afirma que la mejor manera de lidiar con la complejidad es, paradójicamente, la simplicidad. Cuanto más compleja sea una situación más nos hemos de esforzar por tratar, al menos tratar, de encontrar soluciones simples. La vida en general es compleja, lo es porque nosotros, los seres humanos, somos increíblemente complejos. La vida de los seguidores del Maestro no está exenta de esa complejidad. 

A lo largo de la historia las religiones han tratado de manejar la complejidad a fuerza de más complejidad; intentando regular todas y cada una de las dimensiones de la vida humana. Recordemos, sin ir más lejos los doctores de la Ley mosaica en los tiempos de Jesús y su esfuerzo obsesiva por controlar todo lo que su imaginación podía generar. Jesús simplifica. Pablo también simplifica. Jesús afirma que todo se reduce a dos grandes y gigantescos principios: amar a Dios y amar al prójimo. El amor a Dios, como bien sabemos, pasa por la obediencia a sus mandamientos. El amor al prójimo, como bien deberíamos saber, pasar por buscar el bien de todo ser humano sin excepción y acepción de personas. 

Pablo enfatiza el mismo acercamiento hecho por Jesús y añade, como también lo hizo el Maestro, el aspecto de amarnos a nosotros mismos. De tal modo que toda la vida cristiana, con su evidente complejidad, queda resumida a las tres dimensiones del triángulo equilátero de la ilustración de esta entrada: ama a Dios, ámate a ti mismo y ama a tu prójimo. Todo lo demás es añadir más complejidad; tristemente hay mucha más gente empeñada en complicar que simplificar.


¿Cuán presentes y evidentes están en ti estas tres dimensiones?







Hermanos, habéis sido llamados a disfrutar de libertad. ¡No utilicéis esa libertad como tapadera de apetencias puramente humanas! Al contrario, haceos esclavos los unos de los otros por amor. Toda la ley se cumple, si se cumple este solo mandamiento: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Galanas 5:13-14)

En el mundo de las organizaciones existe un dicho que afirma que la mejor manera de lidiar con la complejidad es, paradójicamente, la simplicidad. Cuanto más compleja sea una situación más nos hemos de esforzar por tratar, al menos tratar, de encontrar soluciones simples. La vida en general es compleja, lo es porque nosotros, los seres humanos, somos increíblemente complejos. La vida de los seguidores del Maestro no está exenta de esa complejidad. 

A lo largo de la historia las religiones han tratado de manejar la complejidad a fuerza de más complejidad; intentando regular todas y cada una de las dimensiones de la vida humana. Recordemos, sin ir más lejos los doctores de la Ley mosaica en los tiempos de Jesús y su esfuerzo obsesiva por controlar todo lo que su imaginación podía generar. Jesús simplifica. Pablo también simplifica. Jesús afirma que todo se reduce a dos grandes y gigantescos principios: amar a Dios y amar al prójimo. El amor a Dios, como bien sabemos, pasa por la obediencia a sus mandamientos. El amor al prójimo, como bien deberíamos saber, pasar por buscar el bien de todo ser humano sin excepción y acepción de personas. 

Pablo enfatiza el mismo acercamiento hecho por Jesús y añade, como también lo hizo el Maestro, el aspecto de amarnos a nosotros mismos. De tal modo que toda la vida cristiana, con su evidente complejidad, queda resumida a las tres dimensiones del triángulo equilátero de la ilustración de esta entrada: ama a Dios, ámate a ti mismo y ama a tu prójimo. Todo lo demás es añadir más complejidad; tristemente hay mucha más gente empeñada en complicar que simplificar.


¿Cuán presentes y evidentes están en ti estas tres dimensiones?