Muchos de los sacerdotes, levitas y cabezas de familia más ancianos que habían visto el primer Templo, al ver cómo se echaban los cimientos de este, lloraban a lágrima viva. Otros, sin embargo, daban grandes gritos de alegría. (Esdras 3:12)

El pasaje es dramático, triste, y a la vez, lleno de un profundo significado. El pueblo de Israel ha regresado de la cautividad y gracias al trabajo de los profetas se han comenzado las obras para la reconstrucción del templo de Jerusalén. Esdras nos narra ese momento solemne en que los cimientos son puestos y la distinta reacción de parte de los diferentes espectadores: tristeza y júbilo. Los que habían visto el antiguo templo de Salomón no podían sino sentir nostalgia; lo que se estaba construyendo era tan sólo una triste caricatura de aquel glorioso edificio. Pero la nueva generación -y quiero pensar que para algunos de la antigua también- estaban jubilosos, alegres, contentos, gozosos ante lo nuevo que Dios les permitía hacer. De hecho, con el tiempo, el templo llegó a ser, en tiempos de Jesús muchísimo más grande, lujoso y magnífico que el tosco edificio de Salomón. 

Me hace pensar en nuestra resistencia a mirar al futuro y anclarnos en el presente -en el mejor de los casos- o recluirnos en el triste país de la nostalgia, de los buenos viejos tiempos, del cualquier época pasada fue mejor. De idealizar nuestro Egipto particular y negarnos a entrar en la tierra prometida por Dios. Que curioso que Dios siempre mira hacia el futuro, que siempre deja el pasado atrás, comenzando por nuestros pecados, errores y fallos. El Señor, por medio del profeta Isaías nos dice que está haciendo algo nuevo. Jesús dice que seguirle y mirar para atrás no es buena idea. Pablo afirma que olvidemos lo que queda atrás y prosigamos hacia adelante. El anónimo escritor de Hebreos nos indica que teniendo tantos héroes de la fe que nos observan desde el cielo prosigamos hacia adelante con la vista puesta en Jesús. Lo que importante no es lo que la iglesia fue -que nadie me juzgue con demasiada velocidad, valoro la tradición recibida y doy gracias por ella-, sino lo que será porque Dios quiere hacer algo nuevo; tal vez humilde, tosco, rústico en sus principios, nada comparable con lo que fue; pero nada comparable con lo que será.

Siempre he creído que el pasado es un lugar interesante para visitar, nunca para vivir, mata a sus habitantes de tristeza.










Muchos de los sacerdotes, levitas y cabezas de familia más ancianos que habían visto el primer Templo, al ver cómo se echaban los cimientos de este, lloraban a lágrima viva. Otros, sin embargo, daban grandes gritos de alegría. (Esdras 3:12)

El pasaje es dramático, triste, y a la vez, lleno de un profundo significado. El pueblo de Israel ha regresado de la cautividad y gracias al trabajo de los profetas se han comenzado las obras para la reconstrucción del templo de Jerusalén. Esdras nos narra ese momento solemne en que los cimientos son puestos y la distinta reacción de parte de los diferentes espectadores: tristeza y júbilo. Los que habían visto el antiguo templo de Salomón no podían sino sentir nostalgia; lo que se estaba construyendo era tan sólo una triste caricatura de aquel glorioso edificio. Pero la nueva generación -y quiero pensar que para algunos de la antigua también- estaban jubilosos, alegres, contentos, gozosos ante lo nuevo que Dios les permitía hacer. De hecho, con el tiempo, el templo llegó a ser, en tiempos de Jesús muchísimo más grande, lujoso y magnífico que el tosco edificio de Salomón. 

Me hace pensar en nuestra resistencia a mirar al futuro y anclarnos en el presente -en el mejor de los casos- o recluirnos en el triste país de la nostalgia, de los buenos viejos tiempos, del cualquier época pasada fue mejor. De idealizar nuestro Egipto particular y negarnos a entrar en la tierra prometida por Dios. Que curioso que Dios siempre mira hacia el futuro, que siempre deja el pasado atrás, comenzando por nuestros pecados, errores y fallos. El Señor, por medio del profeta Isaías nos dice que está haciendo algo nuevo. Jesús dice que seguirle y mirar para atrás no es buena idea. Pablo afirma que olvidemos lo que queda atrás y prosigamos hacia adelante. El anónimo escritor de Hebreos nos indica que teniendo tantos héroes de la fe que nos observan desde el cielo prosigamos hacia adelante con la vista puesta en Jesús. Lo que importante no es lo que la iglesia fue -que nadie me juzgue con demasiada velocidad, valoro la tradición recibida y doy gracias por ella-, sino lo que será porque Dios quiere hacer algo nuevo; tal vez humilde, tosco, rústico en sus principios, nada comparable con lo que fue; pero nada comparable con lo que será.

Siempre he creído que el pasado es un lugar interesante para visitar, nunca para vivir, mata a sus habitantes de tristeza.










Muchos de los sacerdotes, levitas y cabezas de familia más ancianos que habían visto el primer Templo, al ver cómo se echaban los cimientos de este, lloraban a lágrima viva. Otros, sin embargo, daban grandes gritos de alegría. (Esdras 3:12)

El pasaje es dramático, triste, y a la vez, lleno de un profundo significado. El pueblo de Israel ha regresado de la cautividad y gracias al trabajo de los profetas se han comenzado las obras para la reconstrucción del templo de Jerusalén. Esdras nos narra ese momento solemne en que los cimientos son puestos y la distinta reacción de parte de los diferentes espectadores: tristeza y júbilo. Los que habían visto el antiguo templo de Salomón no podían sino sentir nostalgia; lo que se estaba construyendo era tan sólo una triste caricatura de aquel glorioso edificio. Pero la nueva generación -y quiero pensar que para algunos de la antigua también- estaban jubilosos, alegres, contentos, gozosos ante lo nuevo que Dios les permitía hacer. De hecho, con el tiempo, el templo llegó a ser, en tiempos de Jesús muchísimo más grande, lujoso y magnífico que el tosco edificio de Salomón. 

Me hace pensar en nuestra resistencia a mirar al futuro y anclarnos en el presente -en el mejor de los casos- o recluirnos en el triste país de la nostalgia, de los buenos viejos tiempos, del cualquier época pasada fue mejor. De idealizar nuestro Egipto particular y negarnos a entrar en la tierra prometida por Dios. Que curioso que Dios siempre mira hacia el futuro, que siempre deja el pasado atrás, comenzando por nuestros pecados, errores y fallos. El Señor, por medio del profeta Isaías nos dice que está haciendo algo nuevo. Jesús dice que seguirle y mirar para atrás no es buena idea. Pablo afirma que olvidemos lo que queda atrás y prosigamos hacia adelante. El anónimo escritor de Hebreos nos indica que teniendo tantos héroes de la fe que nos observan desde el cielo prosigamos hacia adelante con la vista puesta en Jesús. Lo que importante no es lo que la iglesia fue -que nadie me juzgue con demasiada velocidad, valoro la tradición recibida y doy gracias por ella-, sino lo que será porque Dios quiere hacer algo nuevo; tal vez humilde, tosco, rústico en sus principios, nada comparable con lo que fue; pero nada comparable con lo que será.

Siempre he creído que el pasado es un lugar interesante para visitar, nunca para vivir, mata a sus habitantes de tristeza.