Jesús extendió su mano y lo tocó, diciendo: -Quiero, queda limpio. Y al instante le desapareció la lepra. (Lucas 5:13)


Jesús hace un gesto totalmente innecesario y con importantes implicaciones. No había ninguna necesidad de tocar al leproso para sanarlo, corría el riesgo de contagiarse de la enfermedad (no olvidemos que el Maestro era ciento por ciento humano y no era insensible al dolor ni el cansancio, como no lo fue a la muerte). Además, tenía consecuencias desde el punto de vista ritual; automáticamente, tras tocar a una persona impura, Jesús se convertía él mismo en impuro y, por tanto, vetado para participar en la vida social y religiosa de Israel. Sin embargo, nada de eso pareció importarle al Señor que, vuelvo a insistir, hizo un gesto totalmente innecesario desde el punto de vista pragmático.

Innecesario para él pero totalmente necesario para el leproso. Sabido es que las personas que sufrían esa enfermedad eran auténticos parias. Debían vivir sin contacto con otros seres humanos, salvo que estuvieran enfermos como ellos. Privados totalmente de participar en la vida social y religiosa de Israel. Uno se pregunta cuánto tiempo había pasado desde que alguien tocó por última vez a aquella persona. Cuánto tiempo había estado privado de todo contacto humano que le transmitiera afecto, compasión, dignidad, valor, incluso amor. Esa y no otra fue la razón por la cual Jesús hizo ese gesto aparentemente innecesario y que le convertía en impuro ceremonialmente. Con ello estaba, no sólo curando físicamente a ese pobre hombre, lo estaba sanando emocionalmente, le estaba devolviendo su dignidad.


¿Quién hay a tu alrededor necesitado de ese toque personal que le devuelva la dignidad?



Jesús extendió su mano y lo tocó, diciendo: -Quiero, queda limpio. Y al instante le desapareció la lepra. (Lucas 5:13)


Jesús hace un gesto totalmente innecesario y con importantes implicaciones. No había ninguna necesidad de tocar al leproso para sanarlo, corría el riesgo de contagiarse de la enfermedad (no olvidemos que el Maestro era ciento por ciento humano y no era insensible al dolor ni el cansancio, como no lo fue a la muerte). Además, tenía consecuencias desde el punto de vista ritual; automáticamente, tras tocar a una persona impura, Jesús se convertía él mismo en impuro y, por tanto, vetado para participar en la vida social y religiosa de Israel. Sin embargo, nada de eso pareció importarle al Señor que, vuelvo a insistir, hizo un gesto totalmente innecesario desde el punto de vista pragmático.

Innecesario para él pero totalmente necesario para el leproso. Sabido es que las personas que sufrían esa enfermedad eran auténticos parias. Debían vivir sin contacto con otros seres humanos, salvo que estuvieran enfermos como ellos. Privados totalmente de participar en la vida social y religiosa de Israel. Uno se pregunta cuánto tiempo había pasado desde que alguien tocó por última vez a aquella persona. Cuánto tiempo había estado privado de todo contacto humano que le transmitiera afecto, compasión, dignidad, valor, incluso amor. Esa y no otra fue la razón por la cual Jesús hizo ese gesto aparentemente innecesario y que le convertía en impuro ceremonialmente. Con ello estaba, no sólo curando físicamente a ese pobre hombre, lo estaba sanando emocionalmente, le estaba devolviendo su dignidad.


¿Quién hay a tu alrededor necesitado de ese toque personal que le devuelva la dignidad?