Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; al hacerme adulto, dije adiós a las cosas de niño. (1 Corintios 13:11)


El razonamiento del apóstol Pablo es impecable; las cosas se ven de forma diferente desde la niñez y desde la vida adulta ¿mejor, peor? ¡Diferente! Todos los que tenemos una determinada edad somos capaces de mirar hacia atrás y ver cómo ha cambiado nuestra forma de pensar, nuestra manera de entender y vivir la vida. Las relaciones, experiencias y situaciones que hemos vivido, junto con la información que hemos adquirido, han producido, en ocasiones, de forma traumática, ajustes en nuestro paradigma y comprensión de cómo funciona algo tan complicado como la vida. Muchos nos hemos encontrado con la brutal realidad de que no todo es blanco y negro como pensábamos cuando éramos niños; hay una casi infinita gama de grises que debemos aprender a manejar. 

¿Pero qué sucede con nuestra comprensión de Dios? Mi trabajo pastoral me ha llevado a observar que existen muchos seguidores de Jesús que no han evolucionado para nada en su comprensión de quién es Dios. Al comprobar su fe me doy cuenta, no sin tristeza, que el Dios de los días de su conversión continúa siendo aquel con el que se relacionan. Aparentemente no parece haber nada malo en ello; salvo que aquel Dios, el de la infancia, la adolescencia, no tiene la capacidad para lidiar con la complejidad del mundo y la vida en la que nos encontramos. 

Como diría el apóstol, no han dicho adiós a las cosas de niño y, lamentablemente, viven un Dios limitado, infantil, de blancos y negros, buenos y malos, sin matices de ningún tipo. Su comprensión del Señor, que sólo puede venir como consecuencia de una relación constante con Él, no ha crecido a la misma velocidad que las otras áreas de su vida. Dios nos ha sido para ellos un ser eterno al que vamos descubriendo de forma constante, gradual, lenta pero sin pausa. Un Dios que no deja de sorprendernos con nuevas perspectivas de la realidad, que tiene una Palabra para la complejidad. No es de extrañar que tantos jóvenes dejen de seguirle. En parte, porque hemos sido incapaces de transmitirles un Dios que no es estático, que está siempre por descubrir, que puede darnos la capacidad para vivir en cualquier entorno, sin importar lo volátil, incierto, complejo y ambiguo que pueda ser. El Dios de la escuela dominical hay que dejarlo atrás para descubrir al Padre de Jesús.

¿Y cómo es tu Dios?



Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; al hacerme adulto, dije adiós a las cosas de niño. (1 Corintios 13:11)


El razonamiento del apóstol Pablo es impecable; las cosas se ven de forma diferente desde la niñez y desde la vida adulta ¿mejor, peor? ¡Diferente! Todos los que tenemos una determinada edad somos capaces de mirar hacia atrás y ver cómo ha cambiado nuestra forma de pensar, nuestra manera de entender y vivir la vida. Las relaciones, experiencias y situaciones que hemos vivido, junto con la información que hemos adquirido, han producido, en ocasiones, de forma traumática, ajustes en nuestro paradigma y comprensión de cómo funciona algo tan complicado como la vida. Muchos nos hemos encontrado con la brutal realidad de que no todo es blanco y negro como pensábamos cuando éramos niños; hay una casi infinita gama de grises que debemos aprender a manejar. 

¿Pero qué sucede con nuestra comprensión de Dios? Mi trabajo pastoral me ha llevado a observar que existen muchos seguidores de Jesús que no han evolucionado para nada en su comprensión de quién es Dios. Al comprobar su fe me doy cuenta, no sin tristeza, que el Dios de los días de su conversión continúa siendo aquel con el que se relacionan. Aparentemente no parece haber nada malo en ello; salvo que aquel Dios, el de la infancia, la adolescencia, no tiene la capacidad para lidiar con la complejidad del mundo y la vida en la que nos encontramos. 

Como diría el apóstol, no han dicho adiós a las cosas de niño y, lamentablemente, viven un Dios limitado, infantil, de blancos y negros, buenos y malos, sin matices de ningún tipo. Su comprensión del Señor, que sólo puede venir como consecuencia de una relación constante con Él, no ha crecido a la misma velocidad que las otras áreas de su vida. Dios nos ha sido para ellos un ser eterno al que vamos descubriendo de forma constante, gradual, lenta pero sin pausa. Un Dios que no deja de sorprendernos con nuevas perspectivas de la realidad, que tiene una Palabra para la complejidad. No es de extrañar que tantos jóvenes dejen de seguirle. En parte, porque hemos sido incapaces de transmitirles un Dios que no es estático, que está siempre por descubrir, que puede darnos la capacidad para vivir en cualquier entorno, sin importar lo volátil, incierto, complejo y ambiguo que pueda ser. El Dios de la escuela dominical hay que dejarlo atrás para descubrir al Padre de Jesús.

¿Y cómo es tu Dios?