Echa tu pan sobre las aguas y al cabo del tiempo lo reencontrarás. (Eclesiastés 11:1)


O tal vez no. La idea que me sugiere este pasaje es que tarde o temprano aquello que hacemos, la forma en que vivimos, nos hace una devolución y recibimos aquello que, por decirlo de alguna manera, sembramos. Eso puede llevarnos a una actitud pragmática ante la vida que podría resumirse del siguiente modo: "hagamos el bien porque paga mejores dividendos que el mal; evitemos este último para ahorrarnos las consecuencias negativas de su práctica!. Pero la realidad de la vida nos indica que muchos que hacen el bien no reciben la recompensa esperada; del mismo modo, muchos que obran mal no parecen recibir el castigo merecido. Vamos que en esta vida afectada por el pecado la relación causa efecto no siempre es clara ni matemática.

¿Qué hacer pues? Sin duda seguir practicando el bien. Pero no por los potenciales o posibles beneficios que podamos obtener de ello, sino porque como hijos de Dios es lo que nos corresponde hacer en imitación de nuestro Padres que hace el bien constante e indiscriminadamente. Del mismo modo dejar de hacer el mal; nuevamente no para evitar los posibles perjuicios de su práctica, sino nuevamente porque es nuestra forma natural de vivir, a la que hemos sido llamados. De hecho, la autentica firmeza de carácter se da cuando la práctica del bien, no sólo no nos beneficia, sino que nos afecta, y la abstención del mal, no sólo no nos libra de sus efectos dañinos, sino que es precisamente el no practicarlo lo que nos perjudica.

En definitiva, hacer el bien es, o debería ser, mi forma natural de vivir.

¿Y cuál es la tuya?



Echa tu pan sobre las aguas y al cabo del tiempo lo reencontrarás. (Eclesiastés 11:1)


O tal vez no. La idea que me sugiere este pasaje es que tarde o temprano aquello que hacemos, la forma en que vivimos, nos hace una devolución y recibimos aquello que, por decirlo de alguna manera, sembramos. Eso puede llevarnos a una actitud pragmática ante la vida que podría resumirse del siguiente modo: "hagamos el bien porque paga mejores dividendos que el mal; evitemos este último para ahorrarnos las consecuencias negativas de su práctica!. Pero la realidad de la vida nos indica que muchos que hacen el bien no reciben la recompensa esperada; del mismo modo, muchos que obran mal no parecen recibir el castigo merecido. Vamos que en esta vida afectada por el pecado la relación causa efecto no siempre es clara ni matemática.

¿Qué hacer pues? Sin duda seguir practicando el bien. Pero no por los potenciales o posibles beneficios que podamos obtener de ello, sino porque como hijos de Dios es lo que nos corresponde hacer en imitación de nuestro Padres que hace el bien constante e indiscriminadamente. Del mismo modo dejar de hacer el mal; nuevamente no para evitar los posibles perjuicios de su práctica, sino nuevamente porque es nuestra forma natural de vivir, a la que hemos sido llamados. De hecho, la autentica firmeza de carácter se da cuando la práctica del bien, no sólo no nos beneficia, sino que nos afecta, y la abstención del mal, no sólo no nos libra de sus efectos dañinos, sino que es precisamente el no practicarlo lo que nos perjudica.

En definitiva, hacer el bien es, o debería ser, mi forma natural de vivir.

¿Y cuál es la tuya?



Echa tu pan sobre las aguas y al cabo del tiempo lo reencontrarás. (Eclesiastés 11:1)


O tal vez no. La idea que me sugiere este pasaje es que tarde o temprano aquello que hacemos, la forma en que vivimos, nos hace una devolución y recibimos aquello que, por decirlo de alguna manera, sembramos. Eso puede llevarnos a una actitud pragmática ante la vida que podría resumirse del siguiente modo: "hagamos el bien porque paga mejores dividendos que el mal; evitemos este último para ahorrarnos las consecuencias negativas de su práctica!. Pero la realidad de la vida nos indica que muchos que hacen el bien no reciben la recompensa esperada; del mismo modo, muchos que obran mal no parecen recibir el castigo merecido. Vamos que en esta vida afectada por el pecado la relación causa efecto no siempre es clara ni matemática.

¿Qué hacer pues? Sin duda seguir practicando el bien. Pero no por los potenciales o posibles beneficios que podamos obtener de ello, sino porque como hijos de Dios es lo que nos corresponde hacer en imitación de nuestro Padres que hace el bien constante e indiscriminadamente. Del mismo modo dejar de hacer el mal; nuevamente no para evitar los posibles perjuicios de su práctica, sino nuevamente porque es nuestra forma natural de vivir, a la que hemos sido llamados. De hecho, la autentica firmeza de carácter se da cuando la práctica del bien, no sólo no nos beneficia, sino que nos afecta, y la abstención del mal, no sólo no nos libra de sus efectos dañinos, sino que es precisamente el no practicarlo lo que nos perjudica.

En definitiva, hacer el bien es, o debería ser, mi forma natural de vivir.

¿Y cuál es la tuya?